Vigesimo Cuarta hora de la pasión del Señor


Preparación Antes de la Meditación

Oh Señor mío Jesucristo, postrada ante tu divina presencia, suplico a tu amorosísimo corazón que quieras admitirme a la dolorosa meditación de las veinticuatro horas en las que por nuestro amor quisiste padecer, tanto en tu cuerpo adorable como en tu alma santísima, hasta la muerte de cruz. Ah, dame tu ayuda, gracia, amor, profunda compasión y entendimiento de tus padecimientos mientras medito ahora la hora… Y por las que no puedo meditar te ofrezco la voluntad que tengo de meditarlas, y quiero en mi intención meditarlas durante todas las horas en que estoy obligada a dedicarme a mis deberes, o a dormir. Acepta, oh misericordioso Señor, mi amorosa intención y haz que sea de provecho para mí y para muchos, como si en efecto hiciera santamente todo lo que deseo practicar.

 

VIGÉSIMA CUARTA HORA

De las 4 a las 5 de la tarde

La sepultura de Jesús

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:

Doliente Mamá mía, veo que te dispones al último sacrificio, el de tener que dar sepultura a tu muerto Hijo Jesús, y resignadísima al Querer de Dios lo acompañas y con tus mismas manos lo pones en el sepulcro, y mientras recompones aquellos miembros tratas de darle el último adiós y el último beso, y por el dolor te sientes arrancar el corazón del pecho. El amor te clava sobre esos miembros, y por la fuerza del amor y del dolor tu Vida está a punto de quedar apagada junto con tu extinto Hijo. Pobre Mamá, ¿cómo harás sin Jesús? Él es tu vida, tu todo, y sin embargo es el Querer del Eterno que así lo quiere. Tendrás que combatir con dos potencias insuperables: El amor y el Querer Divino. El amor te tiene clavada, de modo que no puedes separarte; el Querer Divino se impone y quiere este sacrificio. Pobre Mamá, ¿cómo harás? ¡Cuánto te compadezco! ¡Ah, ángeles del Cielo, venid a levantarla de encima de los inmóviles miembros de Jesús, de otra manera morirá!

Pero, oh portento, mientras parecía extinta junto con Jesús, escucho su voz temblorosa e interrumpida por sollozos que dice: “Hijo amado, Hijo, éste era el único consuelo que me quedaba y que mitigaba mis penas: Tu Santísima Humanidad, desahogarme sobre estas llagas, adorarlas, besarlas, pero ahora también esto me viene quitado, el Querer Divino así lo quiere y Yo me resigno; pero debes saber, oh Hijo, que lo quiero y no lo puedo, al solo pensamiento de hacerlo me faltan las fuerzas y la vida me abandona. Ah, permíteme, oh Hijo, para poder recibir fuerza y vida para hacer esta amarga separación, que me deje toda sepultada en Ti, y que tome para Mí tu Vida, tus penas, tus reparaciones y todo lo que eres Tú. Ah, sólo un intercambio de vida entre Tú y Yo puede darme fuerza para cumplir el sacrificio de separarme de Ti.”

Afligida Mamá mía, así decidida, veo que de nuevo recorres esos miembros, y poniendo tu cabeza sobre la de Jesús, la besas y en ella encierras tus pensamientos, tomando para ti sus espinas, los afligidos y ofendidos pensamientos de Jesús, y todo lo que ha sufrido en su sacratísima cabeza. ¡Oh, cómo quisieras animar la inteligencia de Jesús con la tuya, para poder dar vida por vida! Y ya sientes que empiezas a revivir, con haber tomado en tu mente los pensamientos y las espinas de Jesús.

Adolorida Mamá, te veo besar los ojos apagados de Jesús, y quedas traspasada al ver que Él ya no te mira más. ¡Cuántas veces esas miradas divinas, mirándote, te extasiaban en el Paraíso y te hacían resurgir de la muerte a la vida! Pero ahora, al ver que ya no te miran te sientes morir, por eso veo que dejas tus ojos en los de Jesús y tomas para Ti los suyos, sus lágrimas, la amargura de esa mirada que tanto ha sufrido al ver las ofensas de las criaturas y tantos insultos y desprecios.

Pero veo traspasada Mamá que besas sus santísimos oídos, lo llamas y lo vuelves a llamar y le dices: “Hijo mío, ¿será posible que no me escuches más? Tú que aún en cada pequeño ademán me escuchabas, y ahora lloro, te llamo, ¿y no me escuchas? ¡Ah, el amor amoroso es el más cruel tirano! Tú eras para Mí más que mi misma Vida, ¿y ahora deberé sobrevivir a tanto dolor? Por eso, oh Hijo, dejo mi oído en el tuyo y tomo para Mí lo que ha sufrido tu santísimo oído, el eco de todas las ofensas que se repercutían en el tuyo, sólo esto me puede dar vida, tus penas, tus dolores.”

Mientras esto dices, es tanto el dolor, las congojas del corazón, que pierdes la voz y te quedas sin movimiento. ¡Pobre mamá mía, pobre Mamá mía, cuánto te compadezco, cuántas muertes crueles no sufres!

Pero doliente Mamá, el Querer Divino se impone y te da el movimiento, y Tú miras el rostro santísimo de Jesús, lo besas y exclamas: “Adorado Hijo, cómo estás desfigurado, si el amor no me dijera que eres mi Hijo, mi Vida, mi todo, no te reconocería más, tanto has quedado irreconocible. Tu natural belleza se ha transformado en deformidad, tus mejillas se han cambiado a violáceas; la luz, la gracia que irradiaba tu hermoso rostro –que mirarte y quedar beatificada era lo mismo–, se ha convertido en palidez de muerte, oh Hijo amado, Hijo, cómo has quedado reducido, qué feo trabajo ha hecho el pecado en tus santísimos miembros, oh, cómo tu inseparable Mamá quisiera restituirte tu primitiva belleza. Quiero fundir mi rostro en el tuyo y tomar para Mí el tuyo, tus bofetadas, los salivazos, los desprecios y todo lo que has sufrido en tu rostro santísimo. ¡Ah! Hijo, si me quieres viva dame tus penas, de otra manera Yo muero.” Y es tanto el dolor, que te sofoca, te corta las palabras y quedas como extinta sobre el rostro de Jesús. ¡Pobre Mamá, cuánto te compadezco! Ángeles míos, vengan a sostener a mi Mamá, su dolor es inmenso, la inunda, la ahoga y ya no le queda más vida ni fuerzas. Pero el Querer Divino rompiendo estas olas de dolor que la ahogan, le restituye la vida.

Estás ya sobre la boca, y al besarla te sientes amargar tus labios por la amargura de la hiel que ha amargado tanto la boca de Jesús, y sollozando continúas: “Hijo mío, dile una última palabra a tu Mamá, ¿será posible que no deba escuchar más tu voz? Todas tus palabras que en vida me dijiste, como tantas flechas me hieren el corazón de dolor y de amor; y ahora viéndote mudo, estas flechas se remueven en mi lacerado corazón y me dan innumerables muertes, y a viva fuerza parece que quieran arrancarte una última palabra, y no obteniéndola me desgarran y me dicen: “Así que no lo escucharás más; no volverás a oír más su dulce acento, la melodía de su palabra creadora que en Ti creaba tantos paraísos por cuantas palabras decía.” Ah, mi paraíso ha terminado y no tendré otra cosa que amarguras, ah Hijo, quiero darte mi lengua para animar la tuya, dame lo que has sufrido en tu santísima boca, la amargura de la hiel, tu sed ardiente, tus reparaciones y plegarias, y así, oyendo por medio de éstas tu voz, mi dolor será más soportable, y tu Mamá podrá seguir viviendo en medio de tus penas.”

Mamá destrozada, veo que te apresuras porque los que están a tu alrededor quieren cerrar el sepulcro, y casi como volando pasas sobre las manos de Jesús, las tomas entre las tuyas, las besas, te las estrechas al corazón, y dejando tus manos en las suyas tomas para Ti los dolores y las perforaciones de aquellas manos santísimas. Y llegando a los pies de Jesús y mirando el desgarro cruel que los clavos han hecho en aquellos pies, pones en ellos los tuyos y tomas para Ti aquellas llagas y te pones en lugar de Jesús a correr al lado de los pecadores para arrancarlos del infierno.

Angustiada Mamá, ya veo que le das el último adiós al corazón traspasado de Jesús. Aquí te detienes, es el último asalto a tu corazón materno, te lo sientes arrancar del pecho por la vehemencia del amor y del dolor, y por sí mismo se te escapa para ir a encerrarse en el corazón santísimo de Jesús; y Tú viéndote sin corazón te apresuras a tomar el corazón Sacratísimo de Jesús en el tuyo, su amor rechazado por tantas criaturas, tantos deseos suyos ardientes no realizados por la ingratitud de ellas, los dolores las heridas que traspasan ese corazón santísimo y que te tendrán crucificada durante toda tu Vida. Y mirando esa ancha herida la besas y tomas en tus labios su sangre, y sintiéndote la Vida de Jesús, sientes la fuerza para hacer la amarga separación, por eso lo abrazas y permites que la piedra sepulcral lo encierre.

Doliente Mamá mía, llorando te suplico que no permitas que por ahora Jesús nos sea quitado de nuestra mirada, espera que primero me encierre en Jesús para tomar su Vida en mí, si Tú no puedes vivir sin Jesús, que eres la sin mancha, la santa, la llena de Gracia, mucho menos yo que soy la debilidad, la miseria, la llena de pecados, ¿cómo puedo vivir sin Jesús? Ah Mamá dolorosa, no me dejes sola, llévame contigo; pero antes deposítame toda en Jesús, vacíame de todo para poder poner a todo Jesús en mí, así como lo has puesto en Ti. Comienza conmigo el oficio materno que Jesús te dio estando en la cruz, y abriendo mi pobreza extrema una brecha en tu corazón materno, con tus mismas manos maternas enciérrame toda, toda en Jesús; encierra en mi mente los pensamientos de Jesús, a fin de que ningún otro pensamiento entre en mí; encierra los ojos de Jesús en los míos, a fin de que jamás pueda huir de mi mirada; pon su oído en el mío, para que siempre lo escuche y cumpla en todo su Santísimo Querer; su rostro ponlo en el mío, a fin de que mirando aquel rostro tan desfigurado por amor mío, lo ame, lo compadezca y repare; pon su lengua en la mía para que hable, rece y enseñe con la lengua de Jesús; sus manos en las mías para que cada movimiento que yo haga y cada obra que realice tomen vida de las obras y movimientos de Jesús; pon sus pies en los míos, a fin de que cada paso que yo dé sea vida para las otras criaturas, vida de salvación, de fuerza, de celo para todas las criaturas.

Y ahora, afligida Mamá mía, permíteme que bese su corazón y que beba su preciosísima sangre, y Tú, encerrando su corazón en el mío haz que pueda vivir de su amor, de sus deseos y de sus penas. Y ahora toma la mano derecha de Jesús, rígida ya, para que me des con ella su última bendición.

Y ahora permite que la piedra cierre el sepulcro, y Tú, destrozada besas este sepulcro y llorando le dices tu último adiós y partes, pero es tanto tu dolor, que ahora quedas petrificada, ahora helada. Traspasada Mamá mía, junto contigo doy el adiós a Jesús, y llorando, quiero compadecerte y hacerte compañía en tu amarga desolación, quiero ponerme a tu lado, para darte a cada suspiro tuyo, a cada congoja y dolor, una palabra de consuelo, una mirada de compasión. Recogeré tus lágrimas, y si te veo desfallecer te sostendré en mis brazos.

Pero veo que estás obligada a regresar a Jerusalén por el camino por donde viniste. Unos cuantos pasos y te encuentras ante la cruz sobre la cual Jesús ha sufrido tanto y ha muerto, y Tú corres, la abrazas, y viéndola teñida de sangre, uno por uno se renuevan en tu corazón los dolores que Jesús ha sufrido sobre ella, y no pudiendo contener el dolor, sollozando exclamas:

“¡Oh! cruz, ¿tan cruel debías ser con mi Hijo? ¡Ah, en nada los has perdonado! ¿Qué mal te había hecho? No me has permitido a Mí, su dolorosa Mamá, darle ni siquiera un sorbo de agua cuando la pedía, y a su boca abrasada le has dado hiel y vinagre; mi corazón traspasado me lo sentía licuar y habría querido dar a aquellos labios mi licuado corazón para quitarle la sed, pero tuve el dolor de verme rechazada. Oh cruz cruel, sí, pero santa, porque has sido divinizada y santificada por el contacto de mi Hijo. Aquella crueldad que usaste con Él, cámbiala en compasión hacia los miserables mortales, y por las penas que Él ha sufrido sobre ti, obtén gracia y fuerza a las almas sufrientes, para que ninguna se pierda por causa de tribulaciones y cruces. Demasiado me cuestan las almas, me cuestan la Vida de un Hijo Dios; y Yo, como Corredentora y Madre las confío a ti, oh cruz.”

Y besándola y volviéndola a besar te alejas. Pobre Mamá, cuánto te compadezco, a cada paso y encuentro surgen nuevos dolores, que haciendo más grande su inmensidad y volviéndose más amargas sus oleadas, te inundan, te ahogan, y a cada instante te sientes morir.

Otros pasos más y llegas al punto donde esta mañana lo encontraste bajo el peso enorme de la cruz, agotado, chorreando sangre, con un manojo de espinas en la cabeza, las cuales, golpeando en la cruz penetraban más adentro y en cada golpe le daban dolores de muerte. La mirada de Jesús, cruzándose con la tuya buscaba piedad, y los soldados para quitar este alivio a Jesús y a Ti, lo empujaron y lo hicieron caer, haciéndole derramar nueva sangre; ahora Tú ves el terreno empapado con ella, y arrojándote a tierra te oigo decir mientras besas aquella sangre: “Ángeles míos, venid a hacer guardia a esta sangre, a fin de que ninguna gota sea pisoteada y profanada.”

Mamá doliente, déjame que te de la mano para levantarte y sostenerte, porque te veo agonizar sobre la sangre de Jesús. Pero nuevos dolores encuentras conforme caminas, por todas partes ves huellas de sangre y recuerdos del dolor de Jesús. Por eso apresuras el paso y te encierras en el cenáculo. También yo me encierro en el cenáculo, pero mi cenáculo es el corazón santísimo de Jesús; y de dentro de su corazón quiero venir sobre tus rodillas maternas para hacerte compañía en esta hora de amarga desolación. No resiste mi corazón dejarte sola en tanto dolor. Desolada Mamá, mira a la pequeña hija tuya, soy demasiado pequeña, y por mi sola ni puedo ni quiero vivir; ponme sobre tus rodillas y estréchame entre tus brazos maternos, hazme de Mamá, tengo necesidad de guía, de ayuda, de sostén, mira mi pobreza y sobre mis llagas derrama una lágrima tuya, y cuando me veas distraída estréchame a tu corazón materno, y vuelve a llamar en mí la Vida de Jesús. Pero mientras te ruego me veo obligada a detenerme para poner atención a tus acerbos dolores, y me siento traspasar al ver que conforme mueves la cabeza sientes que te penetran más adentro las espinas que has tomado de Jesús, con los pinchazos de todos nuestros pecados de pensamiento, que penetrándote hasta en los ojos te hacen derramar lágrimas mezcladas con sangre, y mientras lloras, teniendo en tus ojos la vista de Jesús pasan ante tu vista todas las ofensas de las criaturas. Cómo quedas amargada por esto, cómo comprendes lo que Jesús ha sufrido, teniendo en Ti sus mismas penas. Pero un dolor no espera al otro, y poniendo atención en tus oídos te sientes aturdir por el eco de las voces de las criaturas, y según cada especie de voces ofensivas de criaturas, penetrando por los oídos al corazón, te lo traspasan, y repites el estribillo: “¡Hijo, cuánto has sufrido!”

Desolada Mamá, cuánto te compadezco, permíteme que te limpie el rostro bañado en lágrimas y sangre, pero me siento retroceder al verlo amoratado, irreconocible y pálido, con una palidez mortal, ah, comprendo, son los malos tratos dados a Jesús que has tomado sobre Ti y que te hacen tanto sufrir, tanto, que moviendo tus labios para rezar o para dejar escapar suspiros de tu inflamado pecho, siento tu aliento amargo y tus labios quemados por la sed de Jesús.

Pobre Mamá mía, cuánto te compadezco, tus dolores van creciendo siempre más, y parece que se den la mano entre ellos, y tomando tus manos en las mías, las veo traspasadas por clavos, y es en estas mismas manos que sientes el dolor al ver los homicidios, las traiciones, los sacrilegios y todas las obras malas, que repiten los golpes, agrandando las llagas y exacerbándolas cada vez más. Cuánto te compadezco, Tú eres la verdadera Mamá crucificada, tanto, que ni siquiera los pies quedan sin clavos; es más, no sólo te los sientes clavar, sino también arrancar por tantos pasos inicuos y por las almas que se van al infierno, y Tú corres a su lado a fin de que no caigan en las llamas infernales, pero aún no es todo, crucificada Mamá, todas tus penas, reuniéndose juntas, hacen eco en el corazón y te lo traspasan, no con siete espadas sino con miles y miles de espadas; mucho más que teniendo en Ti el corazón divino de Jesús, que contiene todos los corazones y envuelve en su latido a los latidos de todos, y ese latido divino conforme late así va diciendo: “Almas, Amor.” Y Tú, al latido que dice almas, te sientes correr en tus latidos todos los pecados y te sientes dar muerte, y en el latido que dice amor, te sientes dar vida; así que Tú estás en continua actitud de muerte y de vida. Mamá crucificada, cuanto compadezco tus dolores, son inenarrables; quisiera cambiar mi ser en lenguas, en voz, para compadecerte, pero ante tantos dolores son nada mis compadecimientos; por eso llamo a los ángeles, a la Trinidad Sacrosanta, y les ruego que pongan en torno a Ti sus armonías, sus contentos, su belleza, para endulzar y compadecer tus intensos dolores, que te sostengan entre sus brazos y que te cambien en amor todas tus penas.

Y ahora desolada Mamá, un gracias a nombre de todos por todo lo que has sufrido, y te ruego por esta tu amarga desolación, que me vengas a asistir en el punto de mi muerte, cuando mi pobre alma se encuentre sola, abandonada por todos, en medio de mil angustias y temores; ven Tú entonces a devolverme la compañía que tantas veces te he hecho en mi vida, ven a asistirme, ponte a mi lado y ahuyenta al enemigo, lava mi alma con tus lágrimas, cúbreme con la sangre de Jesús, vísteme con sus méritos, embelléceme con tus dolores y con todas las penas y las obras de Jesús; y en virtud de las penas de Jesús y de tus dolores, haz desaparecer todos mis pecados, dándome el total perdón, y expirando mi alma recíbeme entre tus brazos, ponme bajo tu manto, escóndeme de la mirada del enemigo y llévame al Cielo y ponme en los brazos de Jesús. ¡Quedamos en esto, amada Mamá mía!

Y ahora te ruego que des a todos los moribundos la compañía que te he hecho hoy, a todos hazles de Mamá, son momentos extremos y se necesitan grandes ayudas, por eso no niegues a ninguno tu oficio materno. Una última palabra: “Mientras te dejo, te ruego que me encierres en el corazón santísimo de Jesús, y Tú doliente Mamá mía, hazme de centinela a fin de que Jesús no me ponga fuera de su corazón, y que yo, aunque lo quisiera, no me pueda salir. Por eso te beso tu mano materna y bendíceme.

para meditar con video da click aqui 

 o aqui

Ofrecimiento Después de Cada Hora

Amable Jesús mío, Tú me has llamado en esta hora de tu Pasión para hacerte compañía, y yo he venido. Me parecía oírte angustiado y doliente que oras, reparas y sufres, y con las palabras más conmovedoras y elocuentes suplicas la salvación de las almas. He tratado de seguirte en todo; ahora, debiéndote dejar por mis acostumbradas ocupaciones, siento el deber de decirte “gracias” y un “te bendigo”. Sí, oh Jesús, gracias te repito mil y mil veces y te bendigo por todo lo que has hecho y padecido por mí y por todos; gracias y te bendigo por cada gota de sangre que has derramado, por cada respiro, por cada latido, por cada paso, palabra, mirada, amargura, ofensa que has soportado. En todo, oh mi Jesús, quiero ponerte un “gracias” y un “te bendigo.” Ah mi Jesús, haz que todo mi ser te envíe un flujo continuo de agradecimientos y bendiciones, de manera que atraiga sobre mí y sobre todos el flujo de tus gracias y bendiciones. Ah Jesús, estréchame a tu corazón y con tus santísimas manos márcame todas las partículas de mi ser con tu “te bendigo”, para hacer que no pueda salir de mí otra cosa que un himno continuo de agradecimiento hacia Ti. Nuestros latidos se tocarán continuamente, de manera que me darás vida, amor, y una estrecha e inseparable unión contigo. Ah, te ruego mi dulce Jesús, que si ves que alguna vez estoy por dejarte, tu latido se acelere más fuerte en el mío, tus manos me estrechen más fuerte a tu corazón, tus ojos me miren y me lancen saetas de fuego, a fin de que sintiéndote, rápidamente me deje atraer a la unión contigo.

Ah mi Jesús, mantente en guardia para que no me aleje de Ti, y te suplico que estés siempre junto a mí y que me des tus santísimas manos para hacer junto conmigo lo que me conviene hacer. Mi Jesús, ah, dame el beso del Divino Amor, abrázame y bendíceme; yo te beso en tu dulcísimo corazón y me quedo en Ti.

Vigésima tercera Hora de la Pasión del Señor


Preparación Antes de la Meditación

Oh Señor mío Jesucristo, postrada ante tu divina presencia, suplico a tu amorosísimo corazón que quieras admitirme a la dolorosa meditación de las veinticuatro horas en las que por nuestro amor quisiste padecer, tanto en tu cuerpo adorable como en tu alma santísima, hasta la muerte de cruz. Ah, dame tu ayuda, gracia, amor, profunda compasión y entendimiento de tus padecimientos mientras medito ahora la hora… Y por las que no puedo meditar te ofrezco la voluntad que tengo de meditarlas, y quiero en mi intención meditarlas durante todas las horas en que estoy obligada a dedicarme a mis deberes, o a dormir. Acepta, oh misericordioso Señor, mi amorosa intención y haz que sea de provecho para mí y para muchos, como si en efecto hiciera santamente todo lo que deseo practicar.

 

VIGÉSIMA TERCERA HORA

De las 3 a las 4 de la tarde

Jesús muerto es traspasado por la lanza. El descendimiento de la cruz

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:

Muerto Jesús mío, toda la naturaleza ha dado un grito de dolor al verte expirar y ha llorado tu dolorosa muerte, reconociéndote como su Creador. Miles de ángeles se ponen alrededor de tu cruz y lloran tu muerte; te adoran y te rinden homenajes de reconocimiento, confesándote como nuestro verdadero Dios y te acompañan al Limbo, a donde vas a beatificar a tantas almas que desde siglos y siglos yacen en aquella cárcel oscura y te suspiran ardientemente. Y yo, muerto Jesús mío, no puedo separarme de esta cruz, ni me sacio de besar y volver a besar tus santísimas llagas, señales todas ellas de cuánto me has amado, pero al ver las horribles laceraciones, la profundidad de tus llagas, tanto que descubren tus huesos, ay, me siento morir. Quiero llorar tanto sobre estas llagas para lavarlas con el agua de mis lágrimas, quiero amarte tanto para curarte todo con mi amor y restituir a tu irreconocible Humanidad su natural belleza, quiero abrir mis venas para llenar las tuyas con mi sangre y llamarte nuevamente a vida.

Vida mía, mi Jesús, ¿qué no puede el amor? El amor es vida y yo con mi amor quiero darte vida, y si no basta con el mío, dame tu amor y con él todo podré, sí, podré dar vida a tu santísima Humanidad. Pero, oh mi Jesús, aún después de muerto quieres decirnos que nos amas, atestiguarnos tu amor y darnos un refugio, un albergue en tu propio corazón, por eso, un soldado empujado por una fuerza suprema, para asegurarse de tu muerte, con una lanza te desgarra el corazón, abriéndote una llaga profunda, y Tú, amor mío, derramas las últimas gotas de sangre y agua que contiene tu ardiente corazón.

Ah, cuántas cosas me dice esta llaga, producida no por el dolor sino por el amor, y si tu boca está muda, me habla tu corazón y oigo que dice:

“Hija mía, después de haber dado todo, con esta he querido hacerme abrir un refugio para todas las almas en este mi corazón; este corazón abierto gritará continuamente a todos: “Vengan a Mí si queréis ser salvos, en este mi corazón encontraréis la santidad y os haréis santos, encontraréis el consuelo en las aflicciones, la fuerza en la debilidad, la paz en las dudas, la compañía en los abandonos. Oh almas que me amáis, si queréis amarme de verdad, vengan a morar siempre en este corazón, aquí encontraréis el verdadero amor para amarme y llamas ardientes para quemaros y consumiros todas de amor. Todo está concentrado en este corazón, aquí están contenidos los sacramentos, mi Iglesia, la vida de Ella y la vida de todas las almas. En este mi corazón siento las profanaciones que se hacen a mi Iglesia, las insidias de los enemigos, los ataques que le lanzan, a mis hijos conculcados, porque no hay ofensa que este mi corazón no sienta, por eso hija mía, tu vida sea en este mi corazón, defiéndeme, repárame, condúceme a todos hacia él.”

Amor mío, si una lanza ha herido tu corazón por amor mío, te ruego que con tus manos hieras mi corazón, mis afectos, mis deseos, toda yo misma, y que no haya parte en mí que no quede herida por tu amor. Unida con nuestra traspasada Mamá, que cae desmayada por el inmenso dolor al ver que te traspasan el corazón, y como paloma vuela a tu corazón para tomar el primer lugar para ser la primera reparadora, la reina de tu mismo corazón, intermediaria entre Tú y las criaturas. También yo junto con Mi Mamá quiero volar a tu corazón para oír cómo te repara y repetir sus reparaciones en todas las ofensas que recibes. Oh mi Jesús, después de tu muerte desgarradora y dolorosísima, parece que yo no debería tener más vida propia, pero en este tu corazón herido yo reencontraré mi vida, así que cualquier cosa que esté por hacer, la tomaré siempre de él. No daré más vida a los pensamientos, pero si quisieran vida, la tomaré de tus pensamientos; no tendrá más vida mi querer, pero si vida quiere, tomaré tu Santísima Voluntad; no tendrá más vida mi amor, pero si querrá vida la tomaré de tu amor. Oh mi Jesús, toda tu Vida es mía, esta es tu Voluntad, este es mi querer.

Muerto Jesús mío, veo que se apresuran a bajarte de la cruz; y tus discípulos José y Nicodemo, que hasta ahora habían permanecido ocultos, ahora con valor y sin temer nada quieren darte honorable sepultura, y por eso toman martillo y pinzas para cumplir el sagrado y triste descendimiento de la cruz, mientras que tu traspasada Mamá extiende sus brazos maternos para recibirte en su regazo.

Mi Jesús, mientras te desclavan, también yo quiero ayudar a tus discípulos a sostener tu santísimo cuerpo y con los clavos que te quitan, clávame toda a Ti, y junto con nuestra Santa Madre quiero adorarte y besarte, y después enciérrame en tu corazón para no salir más de él.

 para meditar con el video da click  aqui

o aqui

Ofrecimiento Después de Cada Hora

Amable Jesús mío, Tú me has llamado en esta hora de tu Pasión para hacerte compañía, y yo he venido. Me parecía oírte angustiado y doliente que oras, reparas y sufres, y con las palabras más conmovedoras y elocuentes suplicas la salvación de las almas. He tratado de seguirte en todo; ahora, debiéndote dejar por mis acostumbradas ocupaciones, siento el deber de decirte “gracias” y un “te bendigo”. Sí, oh Jesús, gracias te repito mil y mil veces y te bendigo por todo lo que has hecho y padecido por mí y por todos; gracias y te bendigo por cada gota de sangre que has derramado, por cada respiro, por cada latido, por cada paso, palabra, mirada, amargura, ofensa que has soportado. En todo, oh mi Jesús, quiero ponerte un “gracias” y un “te bendigo.” Ah mi Jesús, haz que todo mi ser te envíe un flujo continuo de agradecimientos y bendiciones, de manera que atraiga sobre mí y sobre todos el flujo de tus gracias y bendiciones. Ah Jesús, estréchame a tu corazón y con tus santísimas manos márcame todas las partículas de mi ser con tu “te bendigo”, para hacer que no pueda salir de mí otra cosa que un himno continuo de agradecimiento hacia Ti. Nuestros latidos se tocarán continuamente, de manera que me darás vida, amor, y una estrecha e inseparable unión contigo. Ah, te ruego mi dulce Jesús, que si ves que alguna vez estoy por dejarte, tu latido se acelere más fuerte en el mío, tus manos me estrechen más fuerte a tu corazón, tus ojos me miren y me lancen saetas de fuego, a fin de que sintiéndote, rápidamente me deje atraer a la unión contigo.

Ah mi Jesús, mantente en guardia para que no me aleje de Ti, y te suplico que estés siempre junto a mí y que me des tus santísimas manos para hacer junto conmigo lo que me conviene hacer. Mi Jesús, ah, dame el beso del Divino Amor, abrázame y bendíceme; yo te beso en tu dulcísimo corazón y me quedo en Ti.

VigésimaSegunda Hora de la Pasión del Señor


Preparación Antes de la Meditación

Oh Señor mío Jesucristo, postrada ante tu divina presencia, suplico a tu amorosísimo corazón que quieras admitirme a la dolorosa meditación de las veinticuatro horas en las que por nuestro amor quisiste padecer, tanto en tu cuerpo adorable como en tu alma santísima, hasta la muerte de cruz. Ah, dame tu ayuda, gracia, amor, profunda compasión y entendimiento de tus padecimientos mientras medito ahora la hora… Y por las que no puedo meditar te ofrezco la voluntad que tengo de meditarlas, y quiero en mi intención meditarlas durante todas las horas en que estoy obligada a dedicarme a mis deberes, o a dormir. Acepta, oh misericordioso Señor, mi amorosa intención y haz que sea de provecho para mí y para muchos, como si en efecto hiciera santamente todo lo que deseo practicar.

 

VIGÉSIMA SEGUNDA HORA

De las 2 a las 3 de la tarde

Tercera hora de agonía en la Cruz. Quinta, sexta y séptima palabra sobre la cruz. Muerte de Jesús

 

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:

Mi crucificado moribundo, abrazada a tu cruz siento el fuego que quema toda tu santísima persona; el corazón te late tan fuerte, que levantándote las costillas te atormenta en modo tan desgarrador y horrible, que toda tu santísima Humanidad sufre una transformación que te hace irreconocible. El amor que incendia tu corazón te seca y te quema, y Tú no pudiendo contenerlo, sientes fuertemente el tormento, no sólo de la sed corporal por el derramamiento de toda tu sangre, sino mucho más por la sed ardiente de la salud de nuestras almas. Tú, como agua quisieras bebernos para ponernos a todos a salvo dentro de Ti, por eso, reuniendo tus debilitadas fuerzas gritas:

“¡Tengo sed!”

¡Ah! esta palabra la repites a cada corazón: “Tengo sed de tu voluntad, de tus afectos, de tus deseos, de tu amor; agua más fresca y dulce no puedes darme, que tu alma. ¡Ah! no me dejes quemar, tengo sed ardiente, por lo cual no sólo me siento quemar la lengua y la garganta, tanto que no puedo más articular palabra, sino que me siento también secar el corazón y las entrañas. ¡Piedad de mi sed, piedad!” Y como delirante por la gran sed te abandonas a la Voluntad del Padre.

Ah, mi corazón no puede vivir más al ver la impiedad de tus enemigos, que en lugar de agua te dan hiel y vinagre, y Tú no los rechazas. Ah, comprendo, es la hiel de tantas culpas, es el vinagre de nuestras pasiones no domadas que quieren darte, y que en lugar de confortarte te queman de más. Oh mi Jesús, he aquí mi corazón, mis pensamientos, mis afectos, he aquí todo mi ser a fin de que Tú calmes tu sed y des un alivio a tu boca seca y amargada. Todo lo que tengo, todo lo que soy, todo es para Ti, oh mi Jesús. Si fueran necesarias mis penas para poder salvar aun una sola alma, aquí me tienes, estoy dispuesta a sufrirlo todo. A Ti yo me ofrezco enteramente, haz de mí lo que mejor te plazca.

Quiero reparar el dolor que Tú sufres por todas las almas que se pierden y la pena que te dan aquellas, a las cuales, mientras Tú permites que tengan tristezas, abandonos, ellas en vez de ofrecértelos a Ti como alivio de la sed ardiente que te devora, se abandonan a sí mismas y así te hacen penar más.

Sexta Palabra

Moribundo bien mío, el mar interminable de tus penas, el fuego que te consume, y más que todo el Querer Supremo del Padre que quiere que Tú mueras, no nos permiten esperar que puedas continuar viviendo. Y yo, ¿cómo podré vivir sin Ti? Ya te faltan las fuerzas, tus ojos se velan, tu rostro se transforma y se cubre de una palidez mortal, la boca está entreabierta, el respiro afanoso e intermitente, tanto, que ya no hay esperanza de que te puedas reanimar. Al fuego que te quema lo sustituye un hielo y un sudor frío que te baña la frente, los músculos, y los nervios se contraen siempre más por la acerbidad de los dolores y por las perforaciones de los clavos; las llagas se abren más y yo tiemblo, me siento morir. Te miro, oh mi bien, y veo descender de tus ojos las últimas lágrimas, mensajeras de la cercana muerte, mientras que fatigosamente haces oír aún otra palabra:

“¡Todo está consumado!”

Oh mi Jesús, ya lo has agotado todo, ya no te queda nada más, el amor ha llegado a su término. Y yo, ¿me he consumido toda por tu amor? ¿Qué agradecimiento no deberé yo darte, cuál no tendrá que ser mi gratitud hacia Ti? Oh mi Jesús, quiero reparar por todos, reparar por las faltas de correspondencia a tu amor, y consolarte por las afrentas que recibes de las criaturas mientras te estás consumiendo de amor sobre la cruz.

Séptima Palabra

Mi crucificado agonizante, Jesús, ya estás a punto de dar el último respiro de tu vida mortal, tu santísima Humanidad está ya rígida, el corazón parece que no te late más. Con la Magdalena me abrazo a tus pies y quisiera, si fuera posible, dar mi vida para reanimar la tuya.

Entre tanto, oh Jesús, veo que reabres tus ojos moribundos y miras en torno a la cruz, como si quisieras dar el último adiós a todos, miras a tu agonizante Mamá que no tiene más movimiento ni voz, tantas son las penas que sufre, y con tu mirada le dices: “Adiós Mamá, Yo me voy, pero te tendré en mi corazón. Tú ten cuidado de los hijos míos y tuyos.” Miras a la llorosa Magdalena, al fiel Juan; y a tus mismos enemigos y con tu mirada les dices: “Yo os perdono y os doy el beso de paz.” Nada escapa a tu mirada, de todos te despides y a todos perdonas. Después reuniendo todas tus fuerzas y con voz fuerte y sonora gritas:

“¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!”

E inclinando la cabeza expiras. Mi Jesús, a este grito toda la naturaleza se trastorna y llora tu muerte, la muerte de su Creador. La tierra tiembla fuertemente y con su temblor parece que llore y quiera sacudir las almas de todos para que te reconozcan como el verdadero Dios. El velo del templo se rasga, los muertos resucitan, el sol que hasta ahora ha llorado tus penas, retira horrorizado su luz. Tus enemigos a este grito se arrodillan, se golpean el pecho y dicen: “Verdaderamente este es el Hijo de Dios.” Y tu Madre, petrificada y moribunda, sufre penas más duras que la muerte.

Muerto Jesús mío, con este grito Tú nos pones también a todos nosotros en las manos del Padre, para que no se nos rechace; por eso gritas fuerte no sólo con la voz, sino con todas tus penas y con las voces de tus sangre:

“¡Padre, en tus manos pongo mi espíritu y a todas las almas!”

Mi Jesús, también yo me abandono en Ti, y dame la gracia de morir toda en tu amor, en tu Querer, rogándote que no permitas jamás, ni en la vida ni en la muerte, que yo salga de tu Santísima Voluntad. Quiero reparar por todos aquellos que no se abandonan perfectamente a tu Santísima Voluntad, perdiendo así, o reduciendo el precioso fruto de tu Redención. ¿Cuál no será el dolor de tu corazón, oh mi Jesús, al ver tantas criaturas que huyen de tus brazos y se abandonan a sí mismas? Piedad por todos, oh mi Jesús, piedad por mí. Beso tu cabeza coronada de espinas y te pido perdón por tantos pensamientos míos de soberbia, de ambición y de propia estima, y te prometo que cada vez que me venga un pensamiento que no sea todo para Ti, oh Jesús, y me encuentre en las ocasiones de ofenderte, gritaré inmediatamente: “¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!”

Oh Jesús, beso tus hermosos ojos bañados aún por las lágrimas y cubiertos por sangre coagulada, y te pido perdón por cuantas veces te ofendí con miradas malas e inmodestas; te prometo que cada vez que mis ojos se sientan impulsados a mirar cosas de la tierra, gritaré inmediatamente: “¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!”

Oh Jesús mío, beso tus sacratísimos oídos, aturdidos hasta los últimos momentos por insultos y horribles blasfemias. Y te pido perdón por cuantas veces he escuchado y he hecho escuchar conversaciones que nos alejan de Ti, y por tantas conversaciones malas que hacen las criaturas, y te prometo que cada vez que me encuentre en la ocasión de oír aquello que no conviene, gritaré inmediatamente: “¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!”

Oh Jesús mío, beso tu santísimo rostro, pálido, lívido, ensangrentado, y te pido perdón por tantos desprecios, insultos y afrentas que recibes de nosotros, vilísimas criaturas, por nuestros pecados. Yo te prometo que cada vez que me venga la tentación de no darte toda la gloria, el amor y la adoración que se te deben, gritaré inmediatamente: “¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!”

Oh Jesús mío, beso tu santísima boca, ardida y amargada. Te pido perdón por cuantas veces te he ofendido con mis malas conversaciones, por cuantas veces he concurrido a amargarte y a acrecentar tu sed; te prometo que cada vez que me venga el pensamiento de decir cosas que podrían ofenderte, gritaré inmediatamente: “¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!”

Oh Jesús mío, beso tu cuello santísimo y veo aún las marcas de las cadenas y de las cuerdas que te han oprimido, te pido perdón por tantas ataduras y por tantos apegos de las criaturas, que han añadido sogas y cadenas a tu santísimo cuello. Te prometo que cada vez que me sienta turbado por apegos, deseos y afectos que no sean para Ti, gritaré inmediatamente: “¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!”

Jesús mío, beso tus santísimos hombros y te pido perdón por tantas ilícitas satisfacciones, perdón por tantos pecados cometidos con los cinco sentidos de nuestro cuerpo; te prometo que cada vez que me venga el pensamiento de tomarme algún placer o satisfacción que no sea para tu gloria, gritaré inmediatamente: “¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!”

Jesús mío, beso tu santísimo pecho y te pido perdón por tantas frialdades, indiferencias, tibiezas e ingratitudes horrendas que recibes de las criaturas, y te prometo que cada vez que me sienta enfriar en tu amor, gritaré inmediatamente: “¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!”

Jesús mío, beso tus sacratísimas manos; te pido perdón por todas las obras malas e indiferentes, por tantos actos envenenados por el amor propio y por la propia estima; te prometo que cada vez que me venga el pensamiento de no obrar solamente por tu amor, gritaré inmediatamente: “¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!”

Oh Jesús mío, beso tus santísimos pies y te pido perdón por tantos pasos, por tantos caminos recorridos sin recta intención, por tantos que se alejan de Ti para ir en busca de los placeres de la tierra. Te prometo que cada vez que me venga el pensamiento de apartarme de Ti, gritaré inmediatamente: “¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!”

Oh Jesús mío, beso tu sacratísimo corazón y quiero encerrar en Él, junto con mi alma, a todas las almas redimidas por Ti, para que todas sean salvas, sin excluir ninguna. Oh Jesús, enciérrame en tu corazón y cierra las puertas de él, de modo que yo no pueda ver otra cosa que a Ti solo. Te prometo que cada vez que me venga el pensamiento de querer salir de este corazón, gritaré inmediatamente: “¡Jesús y María, a ustedes doy mi corazón y el alma mía!”

para meditar con el video da click aqui

o aqui

 

Ofrecimiento Después de Cada Hora

Amable Jesús mío, Tú me has llamado en esta hora de tu Pasión para hacerte compañía, y yo he venido. Me parecía oírte angustiado y doliente que oras, reparas y sufres, y con las palabras más conmovedoras y elocuentes suplicas la salvación de las almas. He tratado de seguirte en todo; ahora, debiéndote dejar por mis acostumbradas ocupaciones, siento el deber de decirte “gracias” y un “te bendigo”. Sí, oh Jesús, gracias te repito mil y mil veces y te bendigo por todo lo que has hecho y padecido por mí y por todos; gracias y te bendigo por cada gota de sangre que has derramado, por cada respiro, por cada latido, por cada paso, palabra, mirada, amargura, ofensa que has soportado. En todo, oh mi Jesús, quiero ponerte un “gracias” y un “te bendigo.” Ah mi Jesús, haz que todo mi ser te envíe un flujo continuo de agradecimientos y bendiciones, de manera que atraiga sobre mí y sobre todos el flujo de tus gracias y bendiciones. Ah Jesús, estréchame a tu corazón y con tus santísimas manos márcame todas las partículas de mi ser con tu “te bendigo”, para hacer que no pueda salir de mí otra cosa que un himno continuo de agradecimiento hacia Ti. Nuestros latidos se tocarán continuamente, de manera que me darás vida, amor, y una estrecha e inseparable unión contigo. Ah, te ruego mi dulce Jesús, que si ves que alguna vez estoy por dejarte, tu latido se acelere más fuerte en el mío, tus manos me estrechen más fuerte a tu corazón, tus ojos me miren y me lancen saetas de fuego, a fin de que sintiéndote, rápidamente me deje atraer a la unión contigo.

Ah mi Jesús, mantente en guardia para que no me aleje de Ti, y te suplico que estés siempre junto a mí y que me des tus santísimas manos para hacer junto conmigo lo que me conviene hacer. Mi Jesús, ah, dame el beso del Divino Amor, abrázame y bendíceme; yo te beso en tu dulcísimo corazón y me quedo en Ti.

Vigésima primera hora de la pasión del Señor


Preparación Antes de la Meditación

Oh Señor mío Jesucristo, postrada ante tu divina presencia, suplico a tu amorosísimo corazón que quieras admitirme a la dolorosa meditación de las veinticuatro horas en las que por nuestro amor quisiste padecer, tanto en tu cuerpo adorable como en tu alma santísima, hasta la muerte de cruz. Ah, dame tu ayuda, gracia, amor, profunda compasión y entendimiento de tus padecimientos mientras medito ahora la hora… Y por las que no puedo meditar te ofrezco la voluntad que tengo de meditarlas, y quiero en mi intención meditarlas durante todas las horas en que estoy obligada a dedicarme a mis deberes, o a dormir. Acepta, oh misericordioso Señor, mi amorosa intención y haz que sea de provecho para mí y para muchos, como si en efecto hiciera santamente todo lo que deseo practicar.

 

VIGÉSIMA PRIMERA HORA

De la 1 a las 2 de la tarde

Segunda hora de agonía en la cruz. Segunda, tercera y cuarta palabra sobre la cruz

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:

Crucificado amor mío, mientras contigo rezo, la fuerza raptora de tu amor y de tus penas mantiene fija mi mirada en Ti, pero el corazón se me rompe al verte sufrir tanto, y Tú sufres atrozmente de amor y de dolor, las llamas que queman tu corazón se elevan tan alto, que están en acto de incinerarte; tu amor reprimido es más fuerte que la misma muerte, por eso, queriéndolo desahogar pones tu mirada en el ladrón que está a tu derecha, y queriéndoselo robar al infierno le tocas el corazón, y ese ladrón se siente todo cambiado, te reconoce, te confiesa por Dios, y todo contrito dice: “Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu reino.” Y Tú no vacilas en responderle:

“Hoy estarás conmigo en el Paraíso.”

Y de él haces el primer triunfo de tu amor. Pero en tu amor veo que no es solamente al ladrón a quien le robas el corazón, sino a tantos moribundos. ¡Ah! Tú pones a su disposición tu sangre, tu amor, tus méritos y usas todos los artificios y estratagemas divinos para tocarles el corazón y robarlos todos para Ti. Pero aquí también tu amor se ve impedido. ¡Cuántos rechazos, cuántas desconfianzas y también cuántas desesperaciones! Y es tanto el dolor, que de nuevo te reduces al silencio.

Quiero, oh mi Jesús, reparar por aquellos que desesperan de la Divina Misericordia en el punto de la muerte. Dulce amor mío, inspira a todos confianza y seguridad ilimitada en Ti solo, especialmente a aquellos que se encuentran en las estrechuras de la agonía, y en virtud de esta palabra tuya concédeles luz, fuerza y ayuda para poder volar de esta tierra al Cielo. En tu santísimo cuerpo, en tu sangre, en tus llagas, contienes todas, todas las almas, oh Jesús. Por los méritos de tu preciosísima sangre no permitas que ni siquiera una sola alma se pierda, tu sangre grite aún a todas, junto con tu voz: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso.”

Tercera Palabra

Mi Jesús crucificado y atormentado, tus penas aumentan siempre más. Ah, sobre esta cruz Tú eres el verdadero Rey de los Dolores, pero entre tantas penas no se te escapa ninguna alma, sino que das a cada una tu propia Vida. Pero tu amor se ve impedido por las criaturas, despreciado, no tomado en cuenta, y no pudiendo desahogar se hace más intenso, te da torturas indecibles; y en estas torturas va investigando qué más puede dar al hombre para vencerlo y te hace decir: “Mira, oh alma, cuánto te he amado, si no quieres tener piedad de ti misma, ten piedad de mi amor!”

Entre tanto, viendo que no tienes nada más qué darle, habiéndole dado todo, entonces ves a tu Mamá que está más que agonizante por causa de tus penas, y es tanto el amor que la tortura que la tiene crucificada a la par contigo. Madre e Hijo os entendéis, y Tú suspiras con satisfacción y te consuelas viendo que puedes dar tu Mamá a la criatura, y considerando en Juan a todo el género humano, con voz tan tierna para enternecer a todos los corazones dices:

“Mujer, he ahí a tu hijo.” Y a Juan: “He ahí a tu Madre.”

Tu voz desciende en su corazón materno y unida a las voces de tu sangre continúa diciendo:

“Mamá mía, te confío a todos mis hijos; todo el amor que sientes por Mí tenlo por ellos; todas tus premuras y ternuras maternas sean para mis hijos; Tú me los salvarás a todos.”

Tu Mamá acepta, pero son tantas las penas que te reducen al silencio.

Quiero, oh mi Jesús, reparar las ofensas que se hacen a la Santísima Virgen, las blasfemias y las ingratitudes de tantos que no quieren reconocer los beneficios que Tú has hecho a todos dándonosla por Madre. ¿Cómo podemos no agradecerte por tanto beneficio? Recurrimos, oh Jesús, a tu misma fuente, y te ofrecemos tu sangre, tus llagas y el amor infinito de tu corazón. Oh Virgen santísima, ¿cuál no es tu conmoción al oír la voz del buen Jesús que te deja como Madre de todos nosotros?

Y Tú, vencida por su amor y por la dulzura de su acento, sin más aceptas y nosotros nos volvemos tus hijos. Te agradecemos, oh Virgen bendita, y para agradecerte como mereces te ofrecemos los mismos agradecimientos de tu Jesús. Oh dulce mamá, sé Tú nuestra Madre, tómanos a tu cuidado y no permitas jamás que te ofendamos, ni aún mínimamente; tennos siempre estrechados a Jesús, con tus manos átanos a todos a Él, de modo de no poderle huir jamás. Con tus mismas intenciones quiero reparar por todas las ofensas que se hacen a tu Jesús y a Ti, dulce Mamá mía.

Oh mi Jesús, mientras estás inmerso en tantas penas, Tú abogas aún más por la causa de la salvación de las almas; y yo no me estaré indiferente, sino que como paloma quiero sobrevolar sobre tus llagas, besarlas, endulzarlas y sumergirme en tu sangre para poder decir contigo: “¡Almas, almas!” Quiero sostener tu cabeza traspasada y dolorida para repararte y pedirte misericordia, amor y perdón por todos.

Reina en mi mente, oh mi Jesús, y sánala en virtud de las espinas que circundan tu cabeza y no permitas que ninguna turbación entre en mí. Frente majestuosa de mi Jesús, te beso y te pido que atraigas todos mis pensamientos para contemplarte, para comprenderte. Ojos dulcísimos de mi Jesús, si bien cubiertos de sangre, mírenme, miren mi miseria, miren mi debilidad, miren mi pobre corazón, y hagan que pueda sentir los efectos admirables de vuestra mirada divina. Oídos de mi Jesús, si bien ensordecidos por los insultos y las blasfemias de los impíos, pero aún atentos a escucharnos, ah, escuchen mis plegarias y no desdeñen mis reparaciones. Escucha, oh Jesús, el grito de mi corazón, el cual sólo se tranquilizará cuando lo hayas llenado de tu amor. Rostro bellísimo de mi Jesús, muéstrate, deja que yo te vea a fin de que de todos y de todo pueda yo desapegar mi pobre corazón; tu belleza me enamore continuamente y me tenga siempre raptada en Ti. Boca suavísima de mi Jesús, háblame, resuene siempre tu voz en mí, y que la potencia de tu palabra destruya todo lo que no es Voluntad de Dios, que no es amor. Oh Jesús extiendo mis brazos a tu cuello para abrazarte, y Tú extiéndeme los tuyos para abrazarme; y haz, oh mi bien, que sea tan apretado este abrazo de amor, que ninguna fuerza, ni humana ni sobrehumana pueda separarnos, así que Tú quedarás siempre abrazado a mí y yo a Ti, y mientras quedaremos abrazados, yo apoyaré mi cabeza sobre tu corazón y Tú me darás tu beso de amor; y así me harás respirar tu dulcísimo aliento, infundiendo en mí un siempre nuevo y creciente amor hacia Ti, y conforme respire, respiraré tu amor, tu Querer, tus penas y toda tu Vida Divina. Hombros santísimos de mi Jesús, siempre fuertes y constantes en el sufrir por amor mío, denme fuerza, constancia y heroísmo en el sufrir por amor suyo.

Oh Jesús, no permitas que yo sea inconstante en el amor, hazme tomar parte en tu inmutabilidad. Pecho encendido de mi Jesús, dame tus llamas, tú no puedes contenerlas más, y mi corazón con ansia las busca por medio de tu sangre y de tus llagas. Son las llamas de tu amor, oh Jesús, las que más te atormentan; oh mi bien, déjame tomar parte en ellas, ¿no te mueve a compasión un alma tan fría y falta de tu amor? Manos santísimas de mi Jesús, ustedes que habéis creado el cielo y la tierra, ya estáis reducidas a no poderos mover más. Oh Jesús, continúa tu creación, la creación del amor, crea en todo mi ser vida nueva, Vida Divina, pronuncia tus palabras sobre mi pobre corazón y transfórmalo todo, todo en el tuyo. Pies santísimos de mi Jesús, no me dejen jamás sola, hagan que yo corra siempre junto a ustedes y que no de un solo paso alejado de ustedes. Jesús, con mi amor y reparaciones quiero reconfortarte por las penas que sufres en tus pies.

Oh mi Jesús crucificado, adoro tu sangre preciosísima, beso una por una tus llagas con la intención de poner en ellas todo mi amor, mis adoraciones, las más sentidas reparaciones. Una por una tomo estas gotas de tu sangre y las doy a todas las almas, para que sean para ellas luz en las tinieblas, consuelo en las penas, fuerza en la debilidad, perdón en la culpa, ayuda en las tentaciones, defensa en los peligros, sostén en la muerte y alas para transportarlas de esta tierra al Cielo.

Oh Jesús, a Ti vengo y en tu corazón hago mi nido y mi morada, y desde dentro de él, oh mi dulce amor, llamaré a todos a Ti, y si alguno quisiera acercarse para ofenderte, yo saldré en tu defensa y no permitiré que te hiera, más bien lo encerraré en tu corazón, le hablaré de tu amor a fin de convertir las ofensas en amor.

Oh Jesús, no permitas jamás que yo salga de tu corazón, aliméntame con tus llamas, dame vida con tu vida para poderte amar como Tú ansías ser amado.

Cuarta Palabra

Penante Jesús mío, mientras estrechada a tu corazón me abandono numerando tus penas, veo que un temblor convulsivo invade tu santísima Humanidad, tus miembros se debaten como si quisieran separarse uno de otro, y entre contorsiones por los atroces espasmos, Tú gritas fuertemente:

“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”

A este grito todos tiemblan, las tinieblas se hacen más densas, y la petrificada Mamá palidece y casi se desmaya. Mi Vida, mi todo, Mi Jesús, ¿qué veo? Ah, Tú estás próximo a morir, las mismas penas tan fieles a Ti están por dejarte; y entre tanto, después de tanto sufrir, ves con inmenso dolor que no todas las almas están incorporadas en Ti, más bien descubres que muchas se perderán, y sientes la dolorosa separación de ellas que se arrancan de tus miembros. Y Tú, debiendo satisfacer a la Divina Justicia también por ellas, sientes la muerte de cada una y las mismas penas que sufrirán en el infierno, y gritas fuertemente a todos los corazones:

“¡No me abandonéis! Si queréis que sufra más penas estoy dispuesto, pero no os separéis de mi Humanidad. ¡Este es el dolor de los dolores, es la muerte de las muertes, todo lo demás me sería nada si no sufriera vuestra separación de Mí! ¡Ah, piedad de mi sangre, de mis llagas, de mi muerte! Este grito será continuo a vuestros corazones: ¡No me abandonéis!” amor mío, cuánto me duelo junto contigo, Tú te sofocas; tu santísima cabeza cae ya sobre tu pecho; la vida te abandona. Mi amor, me siento morir, también yo quiero gritar contigo: ¡Almas, almas! No me separaré de esta cruz, de estas llagas, para pedirte almas; y si Tú quieres descenderé en los corazones de las criaturas, los circundaré de tus penas, a fin de que no me huyan, y si me fuera posible quisiera ponerme a la puerta del infierno para hacer retroceder a las almas que quieren ir ahí y conducirlas a tu corazón. Pero Tú agonizas y callas, y yo lloro tu cercana muerte. Oh mi Jesús, te compadezco, estrecho fuertemente tu corazón al mío, lo beso y lo miro con toda la ternura de la cual soy capaz, y para darte un alivio mayor tomo la ternura divina y con ella quiero compadecerte, cambiar mi corazón en ríos de dulzura y derramarlo en el tuyo para endulzar la amargura que sientes por la pérdida de las almas. Es en verdad doloroso este grito tuyo, oh mi Jesús; más que el abandono del Padre, es la pérdida de las almas que se alejan de Ti lo que hace escapar de tu corazón este doloroso lamento.

Oh mi Jesús, aumenta en todos la Gracia, a fin de que ninguno se pierda, y sea mi reparación en provecho de aquellas almas que se deberían perder, para que no se pierdan.

Te ruego además, oh mi Jesús, por este extremo abandono, que des ayuda a tantas almas amantes, que para tenerlas de compañeras en tu abandono, parece que las privas de Ti, dejándolas en las tinieblas. Sean, oh Jesús, las penas de estas, como voces que llamen a las almas a tu lado y te alivien en tu dolor.

si quieres meditar con el video da click aqui

o aqui

Ofrecimiento Después de Cada Hora

Amable Jesús mío, Tú me has llamado en esta hora de tu Pasión para hacerte compañía, y yo he venido. Me parecía oírte angustiado y doliente que oras, reparas y sufres, y con las palabras más conmovedoras y elocuentes suplicas la salvación de las almas. He tratado de seguirte en todo; ahora, debiéndote dejar por mis acostumbradas ocupaciones, siento el deber de decirte “gracias” y un “te bendigo”. Sí, oh Jesús, gracias te repito mil y mil veces y te bendigo por todo lo que has hecho y padecido por mí y por todos; gracias y te bendigo por cada gota de sangre que has derramado, por cada respiro, por cada latido, por cada paso, palabra, mirada, amargura, ofensa que has soportado. En todo, oh mi Jesús, quiero ponerte un “gracias” y un “te bendigo.” Ah mi Jesús, haz que todo mi ser te envíe un flujo continuo de agradecimientos y bendiciones, de manera que atraiga sobre mí y sobre todos el flujo de tus gracias y bendiciones. Ah Jesús, estréchame a tu corazón y con tus santísimas manos márcame todas las partículas de mi ser con tu “te bendigo”, para hacer que no pueda salir de mí otra cosa que un himno continuo de agradecimiento hacia Ti. Nuestros latidos se tocarán continuamente, de manera que me darás vida, amor, y una estrecha e inseparable unión contigo. Ah, te ruego mi dulce Jesús, que si ves que alguna vez estoy por dejarte, tu latido se acelere más fuerte en el mío, tus manos me estrechen más fuerte a tu corazón, tus ojos me miren y me lancen saetas de fuego, a fin de que sintiéndote, rápidamente me deje atraer a la unión contigo.

Ah mi Jesús, mantente en guardia para que no me aleje de Ti, y te suplico que estés siempre junto a mí y que me des tus santísimas manos para hacer junto conmigo lo que me conviene hacer. Mi Jesús, ah, dame el beso del Divino Amor, abrázame y bendíceme; yo te beso en tu dulcísimo corazón y me quedo en Ti.

Vigésima hora de la pasión del Señor


Preparación Antes de la Meditación

Oh Señor mío Jesucristo, postrada ante tu divina presencia, suplico a tu amorosísimo corazón que quieras admitirme a la dolorosa meditación de las veinticuatro horas en las que por nuestro amor quisiste padecer, tanto en tu cuerpo adorable como en tu alma santísima, hasta la muerte de cruz. Ah, dame tu ayuda, gracia, amor, profunda compasión y entendimiento de tus padecimientos mientras medito ahora la hora… Y por las que no puedo meditar te ofrezco la voluntad que tengo de meditarlas, y quiero en mi intención meditarlas durante todas las horas en que estoy obligada a dedicarme a mis deberes, o a dormir. Acepta, oh misericordioso Señor, mi amorosa intención y haz que sea de provecho para mí y para muchos, como si en efecto hiciera santamente todo lo que deseo practicar.

 

VIGÉSIMA HORA

De las 12 a la 1 de la tarde

Primera hora de agonía en la Cruz La Primera Palabra

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:

Crucificado bien mío, te veo sobre esta cruz, sobre tu trono de triunfo, en acto de conquistar todo y a todos los corazones, y de atraerlos tanto a Ti, que todos sientan tu sobrehumano poder. La naturaleza horrorizada de tanto delito se postra ante Ti y en silencio espera una palabra tuya para rendirte homenaje y hacer reconocer tu dominio; el sol lloroso retira su luz, no pudiendo soportar tu vista demasiado dolorosa. El infierno siente terror y silencioso espera; los mismos enemigos pierden el ánimo, y si algún insulto te lanzan, este muere en los labios, así que todo es silencio. La traspasada Mamá, tus fieles, están todos mudos y tan petrificados ante la vista, ay, demasiado dolorosa de tu destrozada y dislocada Humanidad, y silenciosos esperan también una palabra tuya. Tu misma Humanidad que yace en un mar de dolores entre los espasmos atroces de la agonía, está silenciosa, tanto, que temo que de un respiro a otro Tú mueras. Pero penetrando en tu interior veo que el amor desborda, te sofoca y no puedes contenerlo, y obligado por tu amor que te atormenta más que las mismas penas, con voz fuerte y conmovedora hablas como el Dios que eres, y dices:

“Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.”

Y de nuevo quedas en silencio, inmerso en penas inauditas. Crucificado Jesús, ¿será posible tanto amor? ¡Ah! después de tantas penas e insultos, la primera palabra es el perdón, y nos excusas ante el Padre por tantos pecados; esta palabra la haces descender en cada corazón después de la culpa, y eres Tú el primero en ofrecerles el perdón. Pero cuantos te rechazan y no lo aceptan, y tu amor da en delirio y quieres dar a todos el perdón y el beso de paz.

A esta palabra tuya el infierno tiembla y te reconoce por Dios. La naturaleza y todos quedan atónitos y reconocen tu Divinidad, tu inextinguible amor, y silenciosos esperan para ver hasta dónde llega tu amor. Pero no es sólo tu voz, sino también tu sangre y tus llagas que gritan a cada corazón después del pecado: “Ven a mis brazos, que te perdono, y el sello del perdón es el precio de mi sangre.”

Oh mi amable Jesús, repite esta palabra a cuantos pecadores hay en el mundo. Para todos implora misericordia, a todos aplica los méritos infinitos de tu preciosísima sangre, por todos, oh buen Jesús, continúa aplacando a la Divina Justicia y concede gracia a quien encontrándose en acto de tener que perdonar, no siente la fuerza. Mi Jesús, crucificado adorado, en estas tres horas de amarguísima agonía Tú quieres dar cumplimiento a todo, y mientras silencioso te estás sobre esta cruz, veo que en tu interior quieres satisfacer en todo al Padre. Por todos le agradeces, satisfaces por todos y por todos pides perdón, y a todos impetras la gracia de que nunca más te ofendan. Y para obtener esto del Padre resumes toda tu Vida, desde el primer instante de tu concepción hasta tu último respiro. Mi Jesús, amor interminable, deja que también yo recapitule toda tu Vida junto contigo, con la inconsolable Mamá, con san Juan y con las pías mujeres.

Mi dulce Jesús, te agradezco por las tantas espinas que han traspasado tu adorable cabeza, por las gotas de sangre que de esta has derramado, por los golpes que en ella has recibido y por los cabellos que te han arrancado. Te agradezco por el bien que has hecho e impetrado a todos, por las luces y las buenas inspiraciones que nos has dado, y por cuantas veces has perdonado todos nuestros pecados de pensamiento, de soberbia, de orgullo y de estima propia.

Te pido perdón a nombre de todos, oh mi Jesús, por cuantas veces te hemos coronado de espinas, por cuantas gotas de sangre te hemos hecho derramar de tu sacratísima cabeza, por cuantas veces no hemos correspondido a tus inspiraciones. Por todos esos dolores sufridos por Ti te pido, oh buen Jesús, impetrarnos la gracia de no cometer jamás pecados de pensamientos. Quiero también ofrecerte todo lo que sufriste en tu santísima cabeza, para darte toda la gloria que todas las criaturas te habrían dado si hubieran hecho buen uso de su inteligencia.

Adoro, oh Jesús mío, tus santísimos ojos y te agradezco por cuantas lágrimas y sangre han derramado, por las espinas que los han traspasado, por los insultos, escarnios y menosprecios soportados en toda tu Pasión. Te pido perdón por todos aquellos que se sirven de la vista para ofenderte y ultrajarte, rogándote por los dolores sufridos en tus santísimos ojos, que nos consigas la gracia de que nadie más te ofenda con malas miradas. Quiero también ofrecerte todo lo que sufriste en tus santísimos ojos, para darte toda la gloria que las criaturas te habrían dado si sus miradas hubieran estado fijas solamente en el Cielo, en la Divinidad y en Ti, oh mi Jesús.

Adoro tus santísimos oídos. Te agradezco por todo lo que sufriste mientras los canallas sobre el calvario te los aturdían con gritos e injurias. Te pido perdón a nombre de todos, por cuantas malas conversaciones hemos hecho, y te ruego que se abran nuestros oídos a las verdades eternas, a las voces de la Gracia, y que ninguno más te ofenda con el sentido del oído. Quiero también ofrecerte todo lo que sufriste en tus santísimos oídos, para darte toda la gloria que las criaturas te habrían dado si de este sentido siempre hubieran hecho uso según tu Voluntad.

Adoro y beso, oh Jesús mío, tu santísimo rostro, y te agradezco por cuanto sufriste por los salivazos, por las bofetadas y las burlas recibidas, y por cuantas veces te has dejado pisotear por tus enemigos. Te pido perdón a nombre de todos por cuantas veces hemos tenido la osadía de ofenderte, suplicándote por estas bofetadas y por estos salivazos recibidos, que hagas que tu Divinidad sea por todos reconocida, alabada y glorificada. Es más, oh mi Jesús, quiero ir yo misma por todo el mundo, de oriente a occidente, de sur a norte, para unir todas las voces de las criaturas y cambiarlas en otros tantos actos de alabanza, de amor y de adoración. Quiero también, oh mi Jesús, traer a Ti todos los corazones de las criaturas, a fin de que en todos Tú pongas luz, verdad, amor y compasión a tu Divina Persona; y mientras perdonarás a todos, yo te ruego que no permitas que ninguno más te ofenda, y si fuese posible, aun a costa de mi sangre. En fin, quiero ofrecerte todo lo que sufriste en tu santísimo rostro, para darte toda la gloria que las criaturas te habrían dado si ninguna hubiera osado ofenderte.

Adoro tu santísima boca y te doy las gracias por tus primeros gemidos, por cuanta leche mamaste, por cuantas palabras dijiste, por los besos encendidos que diste a tu santísima Madre, por el alimento que tomaste, por la amargura de la hiel y por la sed ardiente que sufriste sobre la cruz, por las plegarias que elevaste al Padre, y te pido perdón por cuantas murmuraciones y conversaciones malas y mundanas se hacen, y por cuantas blasfemias pronuncian las criaturas; quiero ofrecer tus santas conversaciones en reparación de sus conversaciones no buenas; la mortificación de tu gusto para reparar sus gulas y todas las ofensas que te hacen con el mal uso de la lengua. Quiero ofrecerte todo lo que sufriste en tu santísima boca, para darte toda la gloria que las criaturas te habrían dado si ninguna hubiera osado ofenderte con el sentido del gusto y con el abuso de la lengua.

Oh Jesús, te doy las gracias por todo y a nombre de todos. A Ti elevo un himno de agradecimiento eterno, infinito. Quiero, oh mi Jesús, ofrecerte todo lo que has sufrido en tu santísima persona, para darte toda la gloria que te habrían dado todas las criaturas si hubiesen uniformado su vida a la tuya.

Te agradezco oh Jesús, por cuanto has sufrido en tus santísimos hombros, por cuantos golpes has recibido, por cuantas llagas te has dejado abrir en tu sacratísimo cuerpo y por cuantas gotas de sangre has derramado. Te pido perdón a nombre de todos, por cuantas veces, por amor a las comodidades, te hemos ofendido con placeres ilícitos y no buenos. Te ofrezco tu dolorosa flagelación para reparar todos los pecados cometidos con todos los sentidos, por el amor a los propios gustos, a los placeres sensibles, al propio yo, a todas las satisfacciones naturales, y quiero ofrecerte también todo lo que has sufrido en tus hombros, para darte toda la gloria que las criaturas te habrían dado si en todo hubiesen buscado agradarte sólo a Ti y de refugiarse a la sombra de tu divina protección.

Jesús mío, beso tu pie izquierdo, te doy las gracias por todos los pasos que diste en tu vida mortal, y por cuantas veces cansaste tus pobres miembros para ir en busca de almas para conducirlas a tu corazón. Te ofrezco, oh mi Jesús, todas mis acciones, pasos y movimientos, con la intención de darte reparación por todo y por todos. Te pido perdón por aquellos que no obran con recta intención. Uno mis acciones a las tuyas para divinizarlas, y las ofrezco unidas a todas las obras que hiciste con tu santísima Humanidad, para darte toda la gloria que te habrían dado las criaturas si hubiesen obrado santamente y con fines rectos.

Te beso, oh Jesús mío, el pie derecho y te agradezco por cuanto has sufrido y sufres por mí, especialmente en esta hora en que estás suspendido en la cruz. Te agradezco por el desgarrador trabajo que hacen los clavos en tus llagas, las cuales se abren siempre más al peso de tu sacratísimo cuerpo. Te pido perdón por todas las rebeliones y desobediencias que cometen las criaturas, ofreciéndote los dolores de tus santísimos pies en reparación de estas ofensas, para darte toda la gloria que las criaturas te habrían dado si en todo hubiesen estado sujetas a Ti.

Oh mi Jesús, beso tu santísima mano izquierda, te agradezco por cuanto has sufrido por mí, por cuantas veces has aplacado a la Divina Justicia satisfaciendo por todo. Beso tu mano derecha y te doy las gracias por todo el bien que has obrado y que obras por todos, especialmente te agradezco por las obras de la Creación, de la Redención y de la Santificación. Te pido perdón a nombre de todos por cuantas veces hemos sido ingratos a tus beneficios, y por tantas obras nuestras hechas sin recta intención. En reparación de todas estas ofensas quiero ofrecerte toda la perfección y santidad de tus obras, para darte toda la gloria que las criaturas te habrían dado si hubiesen correspondido a todos estos beneficios.

Oh Jesús mío, beso tu sacratísimo corazón y te agradezco por todo lo que has sufrido, deseado y anhelado por amor de todos y por cada uno en particular. Te pido perdón por tantos malos deseos, afectos y tendencias no buenas. Perdón, oh Jesús, por tantos que posponen tu amor al amor de las criaturas, y para darte toda la gloria que estos te han negado, te ofrezco todo lo que ha hecho y continúa haciendo tu adorabilísimo corazón.

para meditar con el video da click aqui

o aqui

 

Ofrecimiento Después de Cada Hora

Amable Jesús mío, Tú me has llamado en esta hora de tu Pasión para hacerte compañía, y yo he venido. Me parecía oírte angustiado y doliente que oras, reparas y sufres, y con las palabras más conmovedoras y elocuentes suplicas la salvación de las almas. He tratado de seguirte en todo; ahora, debiéndote dejar por mis acostumbradas ocupaciones, siento el deber de decirte “gracias” y un “te bendigo”. Sí, oh Jesús, gracias te repito mil y mil veces y te bendigo por todo lo que has hecho y padecido por mí y por todos; gracias y te bendigo por cada gota de sangre que has derramado, por cada respiro, por cada latido, por cada paso, palabra, mirada, amargura, ofensa que has soportado. En todo, oh mi Jesús, quiero ponerte un “gracias” y un “te bendigo.” Ah mi Jesús, haz que todo mi ser te envíe un flujo continuo de agradecimientos y bendiciones, de manera que atraiga sobre mí y sobre todos el flujo de tus gracias y bendiciones. Ah Jesús, estréchame a tu corazón y con tus santísimas manos márcame todas las partículas de mi ser con tu “te bendigo”, para hacer que no pueda salir de mí otra cosa que un himno continuo de agradecimiento hacia Ti. Nuestros latidos se tocarán continuamente, de manera que me darás vida, amor, y una estrecha e inseparable unión contigo. Ah, te ruego mi dulce Jesús, que si ves que alguna vez estoy por dejarte, tu latido se acelere más fuerte en el mío, tus manos me estrechen más fuerte a tu corazón, tus ojos me miren y me lancen saetas de fuego, a fin de que sintiéndote, rápidamente me deje atraer a la unión contigo.

Ah mi Jesús, mantente en guardia para que no me aleje de Ti, y te suplico que estés siempre junto a mí y que me des tus santísimas manos para hacer junto conmigo lo que me conviene hacer. Mi Jesús, ah, dame el beso del Divino Amor, abrázame y bendíceme; yo te beso en tu dulcísimo corazón y me quedo en Ti.

 

Decimonovena hora de la Pasión del Señor


Preparación Antes de la Meditación

Oh Señor mío Jesucristo, postrada ante tu divina presencia, suplico a tu amorosísimo corazón que quieras admitirme a la dolorosa meditación de las veinticuatro horas en las que por nuestro amor quisiste padecer, tanto en tu cuerpo adorable como en tu alma santísima, hasta la muerte de cruz. Ah, dame tu ayuda, gracia, amor, profunda compasión y entendimiento de tus padecimientos mientras medito ahora la hora… Y por las que no puedo meditar te ofrezco la voluntad que tengo de meditarlas, y quiero en mi intención meditarlas durante todas las horas en que estoy obligada a dedicarme a mis deberes, o a dormir. Acepta, oh misericordioso Señor, mi amorosa intención y haz que sea de provecho para mí y para muchos, como si en efecto hiciera santamente todo lo que deseo practicar.

 

DECIMANOVENA HORA

De las 11 a las 12 del día

La Crucifixión de Jesús

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:

Jesús, Mamá mía, vengan a escribir conmigo, préstenme vuestras santísimas manos a fin de que pueda escribir lo que a Vosotros os plazca y sólo lo que queráis.

Amor mío, Jesús, ya estás despojado de tus vestiduras, tu santísimo cuerpo está tan lacerado, que pareces un cordero desollado, veo que tiemblas de cabeza a pies, y no sosteniéndote de pie, mientras tus enemigos te preparan la cruz Tú te dejas caer a tierra en este monte. Mi bien y mi todo, el corazón se me oprime por el dolor al verte chorreando sangre por todas partes de tu santísimo cuerpo y todo llagado de cabeza a pies. Tus enemigos, cansados pero no satisfechos, al desnudarte han arrancado de tu santísima cabeza, con indecible dolor, la corona de espinas, y después te la han clavado de nuevo entre dolores inauditos, traspasando con nuevas heridas tu sacratísima cabeza. Ah, Tú reparas la perfidia y la obstinación en el pecado, especialmente de soberbia. Jesús, veo que si el amor no te empujase más arriba, Tú habrías muerto por la acerbidad del dolor que sufriste en esta tercera coronación de espinas. Pero veo que no puedes resistir el dolor, y con aquellos ojos velados por la sangre, miras para ver si al menos uno se acerca a Ti para sostenerte en tanto dolor y confusión. Dulce bien mío, amada vida mía, aquí no estás solo como en la noche de la Pasión, está la doliente Mamá, que lacerada en su corazón sufre tantas muertes por cuantas penas Tú sufres. Oh Jesús, también está la amante Magdalena, parece enloquecida por causa de tus penas; el fiel Juan, que parece enmudecido por la fuerza del dolor de tu Pasión. Aquí es el monte de los amantes, no puedes estar solo. Pero dime amor mío, ¿a quién quisieras para sostenerte en tanto dolor? Ah, permíteme que venga yo a sostenerte. Soy yo quien tiene más necesidad que todos; la amada Mamá, con los demás, me ceden el puesto, y yo, oh Jesús, me acerco a Ti, te abrazo y te ruego que apoyes tu cabeza sobre mis hombros y que me hagas sentir en mi cabeza tus espinas. Quiero poner mi cabeza junto a la tuya, no sólo para sentir tus espinas sino también para lavar con tu preciosísima sangre que te escurre de la cabeza, todos mis pensamientos, a fin de que puedan estar todos en actitud de repararte cualquier ofensa de pensamiento que cometan todas las criaturas. Mi amor, ah, estréchate a mí, quiero besar una por una las gotas de sangre que chorrean sobre tu santísimo rostro; y mientras las adoro una por una, te ruego que cada gota de esta sangre sea luz a cada mente de criatura, para hacer que ninguna te ofenda con pensamientos malos, pero mientras te tengo estrechado y apoyado en mí, te miro, oh Jesús, y veo que miras la cruz que los enemigos te preparan, oyes los golpes que dan a la cruz para hacerle los agujeros donde te clavarán; escucho oh mi Jesús, a tu corazón latir fuertemente y casi estremeciéndose, anhelando el lecho para Ti más apetecible, donde, si bien con dolor indescriptible, sellarás en Ti la salvación de nuestras almas. Ah, te oigo decir:

“Amor mío, amada cruz, precioso lecho mío, Tú has sido mi martirio en vida y ahora eres mi reposo; oh cruz, recíbeme pronto en tus brazos, Yo estoy impaciente de tanto esperar, cruz santa, en ti vendré a dar cumplimiento a todo, pronto oh cruz, cumple mis deseos ardientes que me consumen de dar vida a las almas, y estas vidas serán selladas por ti, oh cruz! ¡Oh cruz, no tardes más, con ansia espero extenderme sobre ti para abrir el Cielo a todos mis hijos y cerrar el infierno! Oh cruz, es verdad que tú eres mi batalla, pero eres también mi victoria y mi triunfo completo, y en ti daré abundantes herencias, victorias, triunfos y coronas a mis hijos.”

¿Pero quién puede decir todo lo que mi dulce Jesús dice a la cruz? Pero mientras Jesús se desahoga con la cruz, los enemigos le ordenan extenderse sobre ella y Tú pronto obedeces a su querer para reparar nuestras desobediencias. Amor mío, antes de que te extiendas sobre la cruz, permíteme que te estreche más fuerte a mi corazón y que te dé un beso; escucha oh Jesús, no quiero dejarte, quiero venir junto contigo a extenderme sobre la cruz y permanecer clavada contigo. El verdadero amor no soporta separación de ningún tipo. Tú perdonarás la osadía de mi amor y me concederás el quedarme crucificada contigo. Mira tierno amor mío, no soy sólo yo quien esto te pide, sino también la doliente Mamá, la inseparable Magdalena, el predilecto Juan, todos te dicen que les sería más soportable el permanecer crucificados contigo, que asistir a verte a Ti crucificado. Por eso junto contigo me ofrezco al Eterno Padre, fundida con tu Voluntad, con tu amor, con tus reparaciones, con tu mismo corazón y con todas tus penas. Ah, parece que mi dolorido Jesús me dice:

“Hija mía, has previsto mi amor, esta es mi Voluntad, que todos aquellos que me aman queden crucificados conmigo. Ah sí, ven también a extenderte conmigo sobre la cruz; te daré vida de mi Vida y te tendré como la predilecta de mi corazón.”

Y he aquí dulce bien mío que te extiendes sobre la cruz, miras a los verdugos que tienen en las manos clavos y martillo para clavarte, con tanto amor y dulzura, que les haces una dulce invitación para que pronto te crucifiquen. Y ellos, si bien sienten repugnancia, con ferocidad inhumana te toman la mano derecha, ponen el clavo, y con golpes de martillo lo hacen salir por el otro lado de la cruz, pero es tal y tanto el dolor que sufres, oh mi Jesús, que te estremeces, la luz de tus bellos ojos se eclipsa, tu rostro santísimo palidece y se hace lívido. Diestra bendita, te beso, te compadezco, te adoro y te agradezco por mí y por todos. Y por cuantos golpes recibiste, tantas almas te pido en este momento que liberes de la condena del infierno; por cuantas gotas de sangre derramaste, tantas almas te ruego que laves en esta sangre preciosa; y por el dolor acerbo que sufriste, especialmente cuando te la clavaron a la cruz, de modo de desgarrarte los nervios de los brazos, te ruego que abras a todos el Cielo y que bendigas a todos, y pueda tu bendición llamar a la conversión a los pecadores, y a la luz de la fe a los herejes y a los infieles.

Oh Jesús, dulce Vida mía, habiendo terminado de clavar la mano derecha, los enemigos con crueldad inaudita te toman la izquierda, te la tiran tanto para hacer que llegue al agujero preparado, que sientes dislocarse las articulaciones de los brazos y de los hombros, y por la fuerza del dolor, las piernas quedan contraídas y con movimientos convulsos. Mano izquierda de mi Jesús, te beso, te compadezco, te adoro y te agradezco; te ruego por cuantos golpes y dolores que sufriste cuando te clavaron el clavo, que me concedas tantas almas que en este momento para hacerlas volar del Purgatorio al Cielo; y por la sangre que derramaste te ruego que extingas las llamas que queman a aquellas almas, y sirva a todas de refrigerio y de baño saludable para purificarlas de todas las manchas, para disponerlas a la visión beatífica. Amor mío y mi todo, por el agudo dolor sufrido cuando te clavaron el clavo en la mano izquierda, te ruego que cierres el infierno a todas las almas, y que detengas los rayos de la Divina Justicia, desafortunadamente irritada por nuestras culpas. Ah Jesús, haz que este clavo en tu bendita mano izquierda sea llave que cierre la Divina Justicia, para hacer que no lluevan los flagelos sobre la tierra, y abra los tesoros de la Divina Misericordia en favor de todos, por eso te ruego que nos estreches entre tus brazos. Ya has quedado incapacitado para todo, y nosotros hemos quedado libres para poderte hacer todo; por lo tanto pongo en tus brazos al mundo y a todas las generaciones, y te ruego amor mío con las voces de tu misma sangre, que no niegues el perdón a ninguno, y por los méritos de tu preciosísima sangre, te pido la salvación y la Gracia para todos, no excluyas a ninguno, oh mi Jesús.

Amor mío, Jesús, tus enemigos no están contentos aún, con ferocidad diabólica toman tus santísimos pies, siempre incansables en la búsqueda de almas, y contraídos como estaban por la fuerza del dolor de las manos, los tiran tanto, que quedan dislocadas las rodillas, las costillas y todos los huesos del pecho. Mi corazón no soporta, oh mi bien, te veo que por la fuerza del dolor tus bellos ojos eclipsados y velados por la sangre se contraen, tus labios lívidos e hinchados por los golpes se tuercen, tus mejillas se hunden, los dientes se aprietan, el pecho jadeante, el corazón por la fuerza del estiramiento de las manos y de los pies, queda todo desquiciado. ¡Amor mío, con que ganas tomaría tu lugar para evitarte tanto dolor! Quiero distenderme sobre todos tus miembros para darte en todo un alivio, un beso, un consuelo, una reparación por todos.

Jesús mío, veo que ponen un pie sobre el otro y con un clavo, por añadidura despuntado, te clavan tus santísimos pies, oh mi Jesús, permíteme que mientras te los traspasa el clavo, te ponga en el pie derecho a todos los sacerdotes, para que sean luz a los pueblos, especialmente a aquellos que no llevan una vida buena y santa; y en el pie izquierdo a todos los pueblos, a fin de que reciban luz de los sacerdotes, los respeten y les sean obedientes; y conforme el clavo traspasa tus pies, así traspase a los sacerdotes y a los pueblos, a fin de que unos y otros no se puedan separar de Ti. Pies benditos de Jesús, os beso, os compadezco, os adoro y os agradezco; y te ruego, oh Jesús, por los agudísimos dolores que sufriste cuando por los estiramientos que te hicieron te dislocaron todos los huesos, y por la sangre que derramaste, que encierres a todas las almas en las llagas de tus santísimos pies, no desdeñes a ninguna, oh Jesús; tus clavos crucifiquen nuestras potencias a fin de que no se aparten de Ti; nuestro corazón, a fin de que se fije siempre y solamente en Ti; todos nuestros sentimientos queden clavados por tus clavos a fin de que no tomen ningún gusto que no venga de Ti.

Oh mi Jesús crucificado, te veo todo ensangrentado, nadando en un baño de sangre, y estas gotas de sangre no te dicen otra cosa sino: ¡Almas! Es más, en cada una de estas gotas de tu sangre veo moverse almas de todos los siglos; así que a todas nos contenías en Ti, oh Jesús. Por la potencia de esta sangre te pido que ninguna huya de Ti.

 

Oh mi Jesús, hasta que los verdugos terminan de clavarte los pies, yo me acerco a tu corazón, veo que no puedes más, pero el amor grita más fuerte: “¡Más penas aún!” Mi Jesús, te abrazo, te beso, te compadezco, te adoro, te agradezco por mí y por todos. Jesús, quiero apoyar mi cabeza sobre tu corazón para sentir lo que sufres en esta dolorosa crucifixión. Ah, siento que cada golpe de martillo hace eco en tu corazón; este corazón es el centro de todo, y de él comienzan los dolores y en él terminan. Ah, si no fuera porque esperas una lanza para ser traspasado, las llamas de tu amor y la sangre que regurgita en torno a tu corazón, se hubieran abierto camino y te lo habrían ya traspasado. Estas llamas y esta sangre llaman a las almas amantes a hacer feliz estancia en tu corazón, y yo, oh Jesús, te pido, por amor de este corazón y por tu santísima sangre, la santidad de las almas, y a aquellas que te aman, oh Jesús, no las dejes salir jamás de tu corazón, y con tu Gracia multiplica las vocaciones de las almas víctimas que continúen tu Vida sobre la tierra. Tú quisieras dar un puesto distinto en tu corazón a las almas amantes, haz que este puesto no lo pierdan jamás.

Oh Jesús, las llamas de tu corazón me abrasen y me consuman, que tu sangre me embellezca, que tu amor me tenga siempre clavada al amor con el dolor y con la reparación.

Oh mi Jesús, ya los verdugos han clavado tus manos y tus pies a la Cruz, y volteándola para remachar los clavos obligan a tu rostro adorable a tocar la tierra empapada por tu misma sangre, y Tú con tu boca divina la besas intentando con este beso besar a todas las almas y vincularlas a tu amor, sellando con esto su salvación. Oh Jesús, quiero tomar yo tu lugar para que tu sacratísimo cuerpo no toque esa tierra impregnada de tu preciosa sangre; quiero estrecharte entre mis brazos, y mientras los verdugos rematan los clavos haz que estos golpes me hieran también a mí y me claven toda a tu amor.

Pongo mi cabeza en la tuya, y mientras las espinas se van hundiendo siempre más en tu santísima cabeza, quiero ofrecerte, oh mi Jesús, todos mis pensamientos como besos para consolarte y endulzar las amarguras de tus espinas.

Oh Jesús, pongo mis ojos en los tuyos, y veo que tus enemigos aún no están saciados de insultarte y escarnecerte, y yo quiero hacerte una defensa con mi vista dándote miradas de amor para endulzar tus miradas divinas.

Pongo mi boca en la tuya, veo tu lengua casi pegada al paladar por la amargura de la hiel y la sed ardiente. Para aplacar tu sed, oh mi Jesús, Tú quisieras todos los corazones de las criaturas rebosantes de amor, pero no teniéndolos te abrazas cada vez más por ellas. Oh Jesús, quiero enviarte ríos de amor para mitigar en algún modo la amargura de tu sed.

Oh mi Jesús, pongo mis manos en las tuyas, veo que a cada movimiento que haces, las llagas más se abren y el dolor se hace más intenso y acerbo. Oh Jesús, quiero ofrecerte todas las obras santas de las criaturas para reconfortar y mitigar en algún modo la amargura de tus llagas.

 

Oh Jesús, pongo mis pies en los tuyos, cuánto sufres, todos los movimientos de tu sacratísimo cuerpo parece que se repercuten en los pies, y no hay nadie a tu lado para sostenerlos y mitigar un poco la acerbidad de tus dolores.

Oh mi Jesús, quisiera girar por todas las generaciones, pasadas, presentes y futuras, tomar todos sus pasos y ponerlos en los tuyos para sostenerte y endulzar tu dolor, es más, quiero poner también todos los pasos del Eterno y así poder dar un verdadero consuelo a tu Divina Persona.

Oh mi Jesús, pongo mi corazón en el tuyo, pobre corazón cómo estás destrozado. Si mueves los pies, los nervios de la punta del corazón te los sientes como arrancar; si mueves las manos, los nervios de arriba del corazón quedan estirados; oh Jesús, si mueves la cabeza, la boca del corazón mana sangre y sufre la completa crucifixión. Oh mi Jesús, ¿cómo puedo aliviar tanto dolor? Me difundiré en todo Tú, pondré mi corazón en el tuyo, mis deseos en tus ardientes deseos, para destruir los malos deseos de las criaturas; difundiré mi amor en el tuyo, y de él tomaré fuego suficiente para abrazar todos los corazones de las criaturas y destruir los amores profanos. Me difundiré en tu Santísima Voluntad para poder aniquilar cualquier acto maligno. Y es así que tu corazón queda aliviado y yo te prometo mantenerme siempre clavada a este corazón con los clavos de tus deseos, de tu amor y de tu Voluntad. Y he aquí, oh mi Jesús, crucificado Tú, crucificada yo en Ti. Tú no me permitirás que me desclave en lo más mínimo de Ti, para poderte amar y reparar por todos y reconfortarte por las ofensas que te hacen las criaturas.

Jesús crucificado. Junto con Él desarmamos a la Divina Justicia.

Y ahora, oh mi Jesús, veo que tus enemigos levantan el pesado madero y lo dejan caer en el hoyo que han preparado; y Tú, dulce amor mío, quedas suspendido en el aire, entre el Cielo y la tierra, y es en este solemne momento que Tú te diriges al Padre, y con voz débil y apagada le dices:

“Padre Santo, estoy aquí cargado con todos los pecados del mundo, no hay pecado que no recaiga sobre Mí, por eso no descargues más sobre el mundo los flagelos de la Divina Justicia, sino sobre Mí, tu Hijo. Oh Padre, permíteme que ate todas las almas a esta cruz y con las voces de mi sangre y de mis llagas responda por ellas. Oh Padre, ¿no ves a qué estado me he reducido? Es desde esta cruz que Yo reconcilio Cielo y tierra, y en virtud de estos dolores concede a todos paz, perdón y salvación. Detén tu indignación contra la pobre humanidad, contra mis hijos; están ciegos y no saben lo que hacen, por eso mírame bien cómo he quedado reducido por causa de ellos; si no te mueves a compasión por ellos, que te enternezca al menos este mi rostro ensuciado por escupitinas, cubierto de sangre, amoratado e hinchado por tantas bofetadas y golpes recibidos. Piedad Padre mío, era Yo el más bello de todos, y ahora estoy todo desfigurado, tanto, que no me reconozco más, he llegado a ser la abominación de todos, por eso a cualquier costo quiero salva a la pobre criatura.”

Oh Jesús, mientras estás crucificado sobre esta cruz, tu alma no está más sobre la tierra sino en los Cielos, con tu Divino Padre, para defender y perorar la causa de las almas. Crucificado amor mío, también yo quiero seguirte ante el trono del Eterno, y junto contigo quiero desarmar la Divina Justicia. Hago mía tu santísima Humanidad, unida con tu Voluntad y junto contigo quiero hacer lo que haces Tú; es más, permíteme vida mía que corran mis pensamientos en los tuyos, mi amor, mi voluntad, mis deseos en los tuyos, mis latidos corran en tu corazón, todo mi ser en Ti a fin de que no deje escapar nada y repita acto por acto, palabra por palabra todo lo que haces Tú.

Pero veo, crucificado bien mío, que Tú, viendo al Divino Padre indignado contra las criaturas, te postras ante Él y escondes a todas las criaturas dentro de tu santísima Humanidad, poniéndonos al seguro, a fin de que el Padre, mirándonos en Ti, por amor tuyo no arroje a la criatura de Sí. Y si las mira enfadado es porque muchas almas han desfigurado la bella imagen creada por Él, y no tienen otro pensamiento que para ofenderlo, y de la inteligencia que debía ocuparse en comprenderlo forman por el contrario un receptáculo donde anidan todas las culpas. Tú, oh mi Jesús, para aplacarlo atraes la atención del Divino Padre a mirar tu santísima cabeza traspasada entre atroces dolores, que tienen en tu mente como clavadas todas las inteligencias de las criaturas, por las cuales, una por una ofreces una expiación para satisfacer a la Divina Justicia. ¡Oh! cómo estas espinas son ante la Majestad Divina voces piadosas que excusan todos los malos pensamientos de las criaturas. Jesús mío, mis pensamientos con los tuyos son uno solo, por eso junto contigo ruego, imploro, reparo y excuso ante la Divina Majestad todo el mal que se comete por todas las inteligencias de las criaturas; y permíteme que tome tus espinas y tu misma inteligencia, y junto contigo gire por todas las criaturas y una tu inteligencia a las de ellas, y con la santidad de la tuya les restituya la primera inteligencia, tal como fue por Ti creada; que con la santidad de tus pensamientos reordene todos los pensamientos de ellas en Ti y con tus espinas traspase todas las mentes de las criaturas y te restituya el dominio y el régimen de todas. ¡Ah! sí, oh mi Jesús, sé Tú solo el dominador de cada pensamiento, de cada afecto, y de todas las gentes; rige Tú solo cada cosa, sólo así será renovada la faz de la tierra que causa horror y espanto.

Pero me doy cuenta crucificado Jesús que continuas viendo al Divino Padre enojado, que mira a las pobres criaturas y las encuentra a todas sucias de culpas, cubiertas con las más feas suciedades, tanto de dar asco a todo el Cielo. ¡Oh, cómo queda horrorizada la pureza de la mirada divina, no reconociendo más como obra de sus santísimas manos a la pobre criatura! Más bien parece que sean tantos monstruos que ocupan la tierra y que van atrayendo la indignación de la mirada paterna; pero Tú, oh mi Jesús, para aplacarlo, tratas de endulzarlo cambiando tus ojos con los suyos, haciéndole verlos cubiertos de sangre e hinchados de lágrimas, y lloras ante la Divina Majestad para moverla a compasión por la desventura de tantas pobres criaturas, y oigo tu voz que dice:

“Padre mío, es cierto que la ingrata criatura cada vez más se va ensuciando con las culpas, hasta no merecer ya tu mirada paterna, pero mírame a Mí, oh Padre, Yo quiero llorar tanto ante Ti, para formar un baño de lágrimas y de sangre para lavar estas suciedades con las cuales se han cubierto las criaturas. Padre mío, ¿querrás acaso Tú rechazarme? No, no lo puedes, soy tu Hijo, y a la vez que soy tu Hijo soy también la cabeza de todas las criaturas, y ellas son mis miembros, salvémoslas, oh Padre, salvémoslas.”

Mi Jesús, amor sin fin, quisiera tener tus ojos para llorar ante la Majestad Suprema por la pérdida de tantas pobres criaturas y por estos tiempos tan tristes.[1] Permíteme que tome tus lágrimas y tus mismas miradas, que son una con las mías, y gire por todas las criaturas; y para moverlas a compasión por sus almas y por tu amor les haré ver que Tú lloras por su causa, y que mientras se van ensuciando, Tú tienes preparadas tus lágrimas y tu sangre para lavarlas, y al verte llorar se rendirán. Ah, con estas tus lágrimas permíteme que lave todas las inmundicias de las criaturas; que estas lágrimas las haga descender en sus corazones y pueda reblandecer a tantas almas endurecidas en la culpa y venza la obstinación de todos los corazones; y con tus miradas las penetre, de modo de hacer que todos dirijan sus miradas al Cielo para amarte, y no las dirijan más a la tierra para ofenderte; así el Divino Padre no desdeñará mirar a la pobre humanidad.

Crucificado Jesús, veo que el Divino Padre aún no se aplaca en su indignación, porque mientras su paterna bondad, movida por tanto amor hacia la pobre criatura ha llenado Cielo y tierra de tantas pruebas de amor y de beneficios hacia ella, que casi a cada paso y acto se siente correr el amor y las gracias de aquel corazón paterno, la criatura siempre ingrata, despreciando este amor no lo quiere reconocer, más bien hace frente a tanto amor llenando el Cielo y la tierra de insultos, desprecios y ultrajes, y llega a pisotearlo bajo sus inmundos pies, queriéndolo casi destruir idolatrándose a sí misma. ¡Ah, todas estas ofensas penetran hasta en los Cielos y llegan ante la Majestad Divina, la Cual, oh cómo se indigna al ver a la vilísima criatura que llega hasta insultarla y ofenderla en todos los modos! Pero Tú, oh mi Jesús, siempre atento a defendernos, con la fuerza arrebatadora de tu amor obligas al Padre a mirar tu santísimo rostro cubierto de todos estos insultos y desprecios, y dices:

“Padre mío, no rechaces a la pobre criatura, si la rechazas a ella, a Mí me rechazas; ¡ah! aplácate, todas estas ofensas las tengo sobre mi rostro que te responde por todas.”

Jesús mío, ¿será posible que nos ames tanto? Tu amor tritura este mi pobre corazón, y queriendo seguirte en todo, permíteme que tome este tu rostro santísimo para tenerlo en mi poder, para mostrarlo continuamente así desfigurado al Padre, para moverlo a compasión de la pobre humanidad, que está tan oprimida bajo el azote de la Divina Justicia, que yace como moribunda; permíteme que me ponga en medio de todas las criaturas y les haga ver tu rostro tan desfigurado por su causa, y las mueva a compasión de sus almas y de tu amor; y que con la luz que brota de ese tu rostro y con la fuerza arrebatadora de tu amor, les haga comprender quién eres Tú y quiénes son ellas que osan ofenderte, y haga resurgir sus almas de en medio de tantas culpas en las cuales viven muriendo a la Gracia, y las haga postrarse ante Ti, todas en acto de adorarte y glorificarte.

Mi Jesús, crucificado adorable, la criatura va siempre irritando a la Divina Justicia, y desde su lengua hace resonar el eco de horribles blasfemias, voces de imprecaciones y maldiciones, conversaciones malas, concertaciones para decidir cómo destrozarse mejor entre ellas y llevar a cabo matanzas. Ah, todas estas voces ensordecen la tierra y penetrando hasta en los Cielos ensordecen el oído Divino, el cual, cansado de estos ecos venenosos que la criatura le manda, quisiera deshacerse de ella arrojándola lejos de Sí, porque todas esas voces venenosas imprecan y claman venganza y justicia contra ellas mismas. ¡Oh, cómo la Divina Justicia se siente incitada a mandar flagelos; cómo encienden su furor contra la criatura tantas blasfemias horrendas! Pero Tú, oh mi Jesús, amándonos con amor sumo, haces frente a estas voces asesinas con tu voz omnipotente y creadora, en la cual recoges todas estas voces y haces resonar en el oído paterno tu voz dulcísima, para tranquilizarlo por las molestias que las criaturas le dan con otras tantas voces de bendiciones, de alabanzas, y gritas: “¡Misericordia, Gracias, Amor para la pobre criatura!” Y para aplacarlo más le muestras tu santísima boca y le dices:

“Padre mío, mírame de nuevo; no oigas las voces de las criaturas sino escucha la mía; soy Yo quien da satisfacción por todas; por eso te ruego que mires a la criatura, pero que la mires en Mí, ¿si las miras fuera de Mí qué será de ella? Es débil, ignorante, capaz sólo de hacer el mal, llena de todas las miserias; piedad, piedad de la pobre criatura, respondo Yo por ellas con esta mi lengua amargada por la hiel, reseca por la sed, quemada y abrazada por el amor.”

Mi amargado Jesús, mi voz en la tuya quiere hacer frente a todas estas ofensas, y permíteme que tome tu lengua, tus labios y gire por todas las criaturas y toque sus lenguas con la tuya, a fin de que ellas sintiendo en el momento de ofenderte la amargura de la tuya, si no por amor, al menos por la amargura que sienten no blasfemen; déjame que toque sus labios con los tuyos, a fin de que apague el fuego de la culpa sobre los labios de todas ellas, y con tu voz omnipotente, haciéndola resonar en todos los pechos, pueda detener la corriente de todas las voces malas, y cambiar todas las voces humanas en bendiciones y alabanzas.

Crucificado bien mío, la criatura ante tanto amor y dolor tuyo no se rinde aún, por el contrario, despreciándote va agregando culpas a culpas, cometiendo sacrilegios enormes, homicidios, suicidios, fraudes, engaños y traiciones. Ah, todas estas obras malas hacen más pesados los brazos paternos, y el Padre, no pudiendo sostener el peso está a punto de dejarlos caer y verter sobre la tierra furor y destrucción. Y Tú, oh mi Jesús, para arrancar a la criatura del furor divino, temiendo verla destruida, extiendes tus brazos y estrechas los brazos paternos, a fin de que no los deje caer para destruir a la criatura, y ayudándolo con los tuyos a sostener el peso lo desarmas, e impides que la Justicia actúe; y para moverlo a compasión por la mísera humanidad y enternecerlo, le dices con la voz más insinuante:

“Padre mío, mira estas manos destrozadas y estos clavos que me las traspasan, que me clavan junto a todas estas obras malas. Ah, es en estas manos que siento todos los dolores que me dan todas estas obras malas. ¿No estás contento Padre mío con mis dolores? ¿No son tal vez capaces de satisfacerte? Ah, estos mis brazos dislocados serán siempre cadenas que tendrán estrechada a la pobre criatura, a fin de que no me huya, sólo alguna que quisiera arrancarse a viva fuerza; y estos mis brazos serán cadenas amorosas que te atarán, Padre mío, para impedir que Tú destruyas a la pobre criatura, es más, te atraeré siempre más hacia ella para que viertas sobre ella tus gracias y tus misericordias.”

Mi Jesús, tu amor es un dulce encanto para mí y me empuja a hacer lo que haces Tú, por eso dame tus brazos, porque junto contigo quiero impedir, a costa de cualquier pena, que la Divina Justicia haga su curso contra la pobre humanidad; con la sangre que escurre de tus manos quiero apagar el fuego de la culpa que la enciende y calmar su furor; y para mover al Padre a piedad de las criaturas, permíteme que yo ponga en tus brazos los tantos miembros destrozados, los gemidos de tantos pobres heridos, los tantos corazones doloridos y oprimidos, y permíteme que gire por todas las criaturas y las ponga a todas en tus brazos, a fin de que todas regresen a tu corazón, y permíteme que con la potencia de tus manos creadoras detenga la corriente de tantas obras malas y aparte a todos de obrar el mal.

Mi amable Jesús crucificado, la criatura no está satisfecha aún de ofenderte, quiere beber hasta el fondo toda la hez de la culpa y corre como enloquecida en el camino del mal, se precipita de culpa en culpa, desobedece tus leyes y desconociéndote se rebela contra Ti, y casi sólo por darte dolor quiere irse al infierno. ¡Oh! cómo se indigna la Majestad Suprema, y Tú, oh mi Jesús, triunfando sobre todo, y también sobre la obstinación de las criaturas, para aplacar al Divino Padre le muestras toda tu santísima Humanidad lacerada, dislocada, desgarrada en modo horrible, y tus santísimos pies traspasados, en los cuales contienes todos los pasos de las criaturas que te dan dolores mortales, tanto, que están contraídos por la atrocidad de los dolores; y escucho tu voz más que nunca conmovedora, como a punto de apagarse, que quiere vencer por fuerza de amor y de dolor a la criatura y triunfar sobre el corazón paterno, que dice:

“Padre mío, mírame de la cabeza a los pies, no hay parte sana en Mí, no tengo donde hacerme abrir otras llagas y procurarme otros dolores; si no te aplacas ante este espectáculo de amor y de dolor, ¿quién podrá aplacarte? Oh criaturas, ¿si no os rendís ante tanto amor, ¿qué esperanza os queda de convertiros? Estas mis llagas y esta sangre serán siempre voces que llamarán del Cielo a la tierra gracias de arrepentimiento, de perdón y compasión por la pobre humanidad.”

Mi Jesús, te veo en estado de violencia para aplacar al Padre y para vencer a la pobre criatura, por eso permíteme que tome tus santísimos pies y gire por todas las criaturas, y ate sus pasos a tus pies, a fin de que si quieren caminar por el camino del mal, sintiendo las cadenas que tienes puestas entre Tú y ellas, no lo podrán hacer. Ah, con estos tus pies hazles retroceder del camino del mal y ponlas sobre el camino del bien, haciéndolas más dóciles a tus leyes, y con tus clavos cierra el infierno para que nadie más caiga en él.

Mi Jesús, amante crucificado, veo que no puedes más, la tensión terrible que sufres sobre la cruz, el crujido continuo de tus huesos que se dislocan cada vez más a cada pequeño movimiento, las carnes que se abren cada vez más, las repetidas ofensas que te llegan, repitiéndote una pasión y muerte más dolorosa, la sed ardiente que te consume, las penas internas que te sofocan de amargura, de dolor y de amor, y en tantos martirios tuyos la ingratitud humana que te hace frente y que penetra como ola impetuosa hasta dentro de tu corazón traspasado, ah, tanto te aplastan, que tu santísima Humanidad, no resistiendo bajo el peso de tantos martirios está por sucumbir, y como delirando de amor y de sufrimiento pide ayuda y piedad. Crucificado Jesús, ¿será posible que Tú, que riges todo y das vida a todos pidas ayuda? ¡Ah, cómo quisiera penetrar en cada gota de tu sangre y derramar la mía para endulzarte cada llaga, para mitigar el dolor de cada espina, para hacer menos dolorosas sus pinchaduras, para aliviar en cada pena interior de tu corazón la intensidad de tus amarguras! Quisiera darte vida por vida, y si me fuera posible quisiera desclavarte de la cruz para ponerme en lugar tuyo, pero veo que soy nada y nada puedo, soy demasiado insignificante, por eso dame a Ti mismo, tomaré vida en Ti y te daré a Ti mismo, así contentarás mis ansias. Desgarrado Jesús, veo que tu santísima Humanidad termina, no por Ti, sino para cumplir en todo nuestra Redención. Tienes necesidad de ayuda divina, y por eso te arrojas en los brazos paternos y pides ayuda y auxilio. ¡Oh! cómo se enternece el Divino Padre al mirar el horrendo desgarro de tu santísima Humanidad, el trabajo terrible que la culpa ha hecho en tus santísimos miembros, y para contentar tus ansias de amor te estrecha a su corazón paterno y te da las ayudas necesarias para cumplir nuestra Redención. Y mientras te estrecha, sientes en tu corazón repetirse más fuertemente los golpes sobre los clavos, los azotes de los flagelos, las laceraciones de las llagas, las pinchaduras de las espinas. ¡Oh, cómo queda conmovido el Padre! ¡Cómo se indigna viendo que todas estas penas te las dan hasta en tu corazón, aun las almas a Ti consagradas! Y en su dolor te dice:

¿Será posible Hijo mío, que ni siquiera la parte elegida por Ti esté contigo? Al contrario, parece que piden refugio y alojo en este tu corazón para amargarte y darte una muerte más dolorosa, y lo que es más, todos estos dolores que te dan están escondidos y cubiertos por hipocresías. ¡Ah, Hijo, no puedo contener más la indignación por la ingratitud de estas almas, las cuales me dan más dolor que todas las otras criaturas juntas!”

Pero Tú, oh mi Jesús, triunfando sobre todo defiendes a estas almas, y con el amor inmenso de tu corazón das reparación por las olas de amarguras y de heridas que estas te dan; y para aplacar al Padre le dices:

“Padre mío, mira este mi corazón, todos estos dolores te satisfacen, y por cuanto más acerbos tanto más potentes sobre tu corazón de Padre para obtenerles gracias, luz y perdón. Padre mío, no las rechaces, ellas serán mis defensoras, continuarán mi Vida sobre la tierra.”

Vida mía, crucificado Jesús, veo que agonizas sobre la Cruz, pero no está aún satisfecho tu amor para dar cumplimiento a todo. También yo agonizo junto contigo y llamo a todos ustedes, ángeles, santos, venid al monte calvario a mirar los excesos y las locuras de amor de un Dios. Besemos sus llagas sangrantes, adorémoslas, sostengamos esos miembros lacerados, agradezcamos a Jesús por la Redención; demos una mirada a la traspasada Madre, que tantas penas y muertes siente en su inmaculado corazón por cuantas penas ve en su Hijo Dios; sus mismos vestidos están mojados de la sangre que está esparcida por todo el monte calvario, por eso, todos juntos tomemos esta sangre y roguemos a la doliente Madre que se una a nosotros, dividámonos por todo el mundo y vayamos en ayuda de todos, ayudemos a los vacilantes, a fin de que no perezcan; a los caídos, para que se levanten; a aquellos que están por caer, para que no caigan; demos esta sangre a tantos pobres ciegos a fin de que resplandezca en ellos la luz de la verdad; y en modo especial pongámonos en medio de los pobres combatientes, seamos para ellos vigilantes centinelas: si están por caer alcanzados por los proyectiles recibámoslos en nuestros brazos para confortarlos, a fin de que si son abandonados por todos, si están impacientes por su triste suerte, demos a ellos esta sangre para que se resignen y se mitigue la atrocidad de sus dolores; y si vemos que hay almas que están a punto de caer en el infierno, demos a ellas esta sangre divina que contiene el precio de la Redención y arrebatémoslas a Satanás. Y mientras tengo a Jesús estrechado a mi corazón para tenerlo defendido y reparado de todo, pondré a todos en este corazón a fin de que todos podamos obtener gracia eficaz de conversión, de fuerza y salvación. Y ahora, volvamos al monte calvario para asistir a la muerte de nuestro crucificado Jesús.

Oh Jesús, la sangre a ríos escurre de tus manos y de tus pies, y los ángeles haciéndote corona, admiran los portentos de tu inmenso amor, veo a tu Mamá a los pies de la cruz, traspasada por el dolor, a tu amada Magdalena y al predilecto Juan, y todos en un éxtasis de estupor. Oh Jesús, me uno a Ti, me estrecho a tu cruz, tomo todas las gotas de esta sangre y las pongo en mi corazón, y cuando vea a tu Justicia irritada contra los pecadores, te mostraré esta sangre para aplacarte; cuando vea almas obstinadas en la culpa, te mostraré esta sangre y en virtud de ella no rechazarás mi oración, porque tengo la prenda en mis manos.

Y ahora, crucificado bien mío, a nombre de todas las generaciones, pasadas, presentes y futuras, junto con tu Mamá y con todos los ángeles, me postro ante Ti y te digo: “Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos, porque con tu santa cruz has redimido al mundo.”

 

para meditar con el video da click aqui

o aqui

 

Ofrecimiento Después de Cada Hora

Amable Jesús mío, Tú me has llamado en esta hora de tu Pasión para hacerte compañía, y yo he venido. Me parecía oírte angustiado y doliente que oras, reparas y sufres, y con las palabras más conmovedoras y elocuentes suplicas la salvación de las almas. He tratado de seguirte en todo; ahora, debiéndote dejar por mis acostumbradas ocupaciones, siento el deber de decirte “gracias” y un “te bendigo”. Sí, oh Jesús, gracias te repito mil y mil veces y te bendigo por todo lo que has hecho y padecido por mí y por todos; gracias y te bendigo por cada gota de sangre que has derramado, por cada respiro, por cada latido, por cada paso, palabra, mirada, amargura, ofensa que has soportado. En todo, oh mi Jesús, quiero ponerte un “gracias” y un “te bendigo.” Ah mi Jesús, haz que todo mi ser te envíe un flujo continuo de agradecimientos y bendiciones, de manera que atraiga sobre mí y sobre todos el flujo de tus gracias y bendiciones. Ah Jesús, estréchame a tu corazón y con tus santísimas manos márcame todas las partículas de mi ser con tu “te bendigo”, para hacer que no pueda salir de mí otra cosa que un himno continuo de agradecimiento hacia Ti. Nuestros latidos se tocarán continuamente, de manera que me darás vida, amor, y una estrecha e inseparable unión contigo. Ah, te ruego mi dulce Jesús, que si ves que alguna vez estoy por dejarte, tu latido se acelere más fuerte en el mío, tus manos me estrechen más fuerte a tu corazón, tus ojos me miren y me lancen saetas de fuego, a fin de que sintiéndote, rápidamente me deje atraer a la unión contigo.

Ah mi Jesús, mantente en guardia para que no me aleje de Ti, y te suplico que estés siempre junto a mí y que me des tus santísimas manos para hacer junto conmigo lo que me conviene hacer. Mi Jesús, ah, dame el beso del Divino Amor, abrázame y bendíceme; yo te beso en tu dulcísimo corazón y me quedo en Ti.

Décimo octava hora de la Pasión del Señor


Preparación Antes de la Meditación

Oh Señor mío Jesucristo, postrada ante tu divina presencia, suplico a tu amorosísimo corazón que quieras admitirme a la dolorosa meditación de las veinticuatro horas en las que por nuestro amor quisiste padecer, tanto en tu cuerpo adorable como en tu alma santísima, hasta la muerte de cruz. Ah, dame tu ayuda, gracia, amor, profunda compasión y entendimiento de tus padecimientos mientras medito ahora la hora… Y por las que no puedo meditar te ofrezco la voluntad que tengo de meditarlas, y quiero en mi intención meditarlas durante todas las horas en que estoy obligada a dedicarme a mis deberes, o a dormir. Acepta, oh misericordioso Señor, mi amorosa intención y haz que sea de provecho para mí y para muchos, como si en efecto hiciera santamente todo lo que deseo practicar.

 

DECIMOCTAVA HORA

De las 10 a las 11 de la mañana

Jesús toma la cruz y se dirige al Calvario donde es desnudado.

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:

Mi Jesús, amor insaciable, veo que no te das paz, siento tus desvaríos de amor, tus dolores; el corazón te late con fuerza y en cada latido siento explosiones, torturas, violencias de amor, y Tú, no pudiendo contener el fuego que te devora, te afanas, gimes, suspiras, y en cada gemido te oigo decir: “¡Cruz!” Cada gota de tu sangre repite: “¡Cruz!” Todas tus penas, en las cuales como en un mar interminable Tú nadas dentro, repiten entre ellas: “¡Cruz!” Y Tú exclamas: “¡Oh cruz amada y suspirada, tú sola salvarás a mis hijos, y Yo concentro en ti todo mi amor!”

Entre tanto, tus enemigos te hacen reentrar en el pretorio, te quitan la púrpura queriendo ponerte de nuevo tus vestidos. ¡Pero ay, cuánto dolor! ¡Me sería más dulce el morir que verte sufrir tanto! ¡La vestidura se atora en la corona y no pueden sacártela por arriba, así que con crueldad jamás vista te arrancan todo junto, vestidos y corona. A tan cruel tirón muchas espinas se rompen y quedan clavadas en tu santísima cabeza; la sangre a ríos te llueve y es tanto tu dolor, que gimes; pero tus enemigos no tomando en cuenta tus torturas, te ponen tus vestiduras y de nuevo vuelven a ponerte la corona oprimiéndola fuertemente sobre tu cabeza, y hacen que las espinas te lleguen a los ojos, a las orejas, así que no hay parte de tu santísima cabeza que no sienta los pinchazos de ellas. Es tanto tu dolor que vacilas bajo esas manos cueles, te estremeces de pies a cabeza y entre atroces espasmos estás a punto de morir, y con tus ojos apagados y llenos de sangre, con trabajos me miras para pedirme ayuda en medio de tanto dolor.

Mi Jesús, rey de los dolores, deja que te sostenga y te estreche a mi corazón. Quisiera tomar el fuego que te devora para incinerar a tus enemigos y ponerte a salvo, pero Tú no quieres porque las ansias de la cruz se hacen más ardientes y quieres inmolarte ya sobre ella, aun para bien de tus mismos enemigos. Pero mientras te estrecho a mi corazón, Tú estrechándome al tuyo me dices:

“Hija mía, hazme desahogar mi amor, y junto conmigo repara por aquellos que hacen el bien y me deshonran. Estos judíos me visten con mis ropas para desacreditarme mayormente ante el pueblo, para convencerlo de que Yo soy un malhechor. Aparentemente la acción de vestirme era buena, pero en sí misma era mala. Ah, cuántos hacen obras buenas, administran sacramentos, los frecuentan pero con fines humanos e incluso perversos, pero el bien mal hecho lleva a la dureza; Yo quiero ser coronado una segunda vez, con dolores más atroces que en la primera, para romper esta dureza y así, con mis espinas, atraerlos a Mí. Ah, hija mía, esta segunda coronación me es mucho más dolorosa, la cabeza me la siento nadando entre espinas, y en cada movimiento que hago o golpe que me dan, tantas muertes crueles sufro. Reparo así la malicia de las ofensas, reparo por aquellos que en cualquier estado de ánimo en que se encuentren, en vez de pensar en la propia santificación se disipan y rechazan mi Gracia, y regresan a darme espinas más punzantes, y Yo soy obligado a gemir, a llorar con lágrimas de sangre y a suspirar por su salvación. ¡Ah, Yo hago todo por amarlas, y las criaturas hacen de todo para ofenderme! Al menos tú no me dejes solo en mis penas y en mis reparaciones.”

Destrozado bien mío, contigo reparo, contigo sufro, pero veo que tus enemigos te precipitan por las escaleras, el pueblo con furor y ansias te espera; ya te hacen encontrar preparada la cruz, que con tantos suspiros buscas, y Tú con amor la miras y con paso decidido te acercas a abrazarla, pero antes la besas, y corriéndote un estremecimiento de alegría por tu santísima Humanidad, con sumo contento tuyo vuelves a mirarla y mides su largo y su ancho. En ella estableces la porción para todas las criaturas, las dotas suficientemente para vincularlas a la Divinidad con nudo de nupcias y hacerlas herederas del Reino de los Cielos; después, no pudiendo contener el amor con el cual las amas, vuelves a besar la cruz y le dices:

“Cruz adorada, finalmente te abrazo; eras tú el suspiro de mi corazón, el martirio de mi amor, pero tú, oh cruz, tardaste hasta ahora, mientras mis pasos siempre se dirigían hacia ti. Cruz santa, eras tú la meta de mis deseos, la finalidad de mi existencia acá abajo, en ti concentro todo mi Ser; en ti pongo a todos mis hijos y tú serás su vida y su luz, su defensa, su custodia, su fuerza. Tú los ayudarás en todo y me los conducirás gloriosos al Cielo. Oh cruz, cátedra de sabiduría, sólo tú enseñarás la verdadera santidad, sólo tú formarás los héroes, los atletas, los mártires, los santos. Cruz bella, tú eres mi trono y debiendo Yo partir de la tierra, tú permanecerás en lugar mío; a ti te entrego en dote a todas las almas. A ti las confío para que me las custodies y me las salves.”

Y diciendo esto, ansioso te la haces poner sobre tus santísimos hombros. Ah mi Jesús, la cruz para tu amor es demasiado ligera, pero al peso de la cruz se une el de nuestras enormes e inmensas culpas, enormes e inmensas cuanto es la extensión de los cielos, y Tú, quebrantado bien mío, te sientes aplastar bajo el peso de tantas culpas, tu alma se horroriza ante la vista de ellas y siente la pena de cada culpa; tu santidad queda turbada ante tanta fealdad, y por esto poniendo la cruz sobre tus hombros, vacilas, jadeas, y de tu santísima Humanidad brota un sudor mortal. Ah, amor mío, no tengo ánimo para dejarte solo, quiero dividir junto contigo el peso de la cruz, y para aliviarte el peso de las culpas me estrecho a tus pies; quiero darte a nombre de todas las criaturas: Amor por quien no te ama, alabanzas por quien te desprecia, bendiciones, agradecimientos, obediencia por todas. Declaro que en cualquier ofensa que recibas, yo quiero ofrecerte toda yo misma para repararte, hacer el acto opuesto a las ofensas que las criaturas te hacen y consolarte con mis besos y mis continuos actos de amor. Pero veo que soy demasiado miserable, tengo necesidad de Ti para poderte reparar de verdad, por eso me uno a tu santísima Humanidad, y junto a Ti uno mis pensamientos a los tuyos para reparar mis pensamientos malos y los de todos; uno mi boca a la tuya para reparar las blasfemias y las malas conversaciones; uno mi corazón al tuyo para reparar las inclinaciones, los deseos y los afectos malos; en una palabra, quiero reparar todo lo que repara tu santísima Humanidad, uniéndome a la inmensidad de tu amor por todos y al bien inmenso que haces a todos. Pero no estoy contenta aún, quiero unirme a tu Divinidad y perder mi nada en Ella, y así te doy el todo: Te doy tu amor para confortar tus amarguras; te doy tu corazón para reconfortarte por nuestras frialdades, incorrespondencias, ingratitudes y poco amor de las criaturas; te doy tus armonías para aliviarte el oído de las blasfemias que le llegan; te doy tu belleza para reconfortarte de las fealdades de nuestras almas cuando nos ensuciamos en la culpa; te doy tu pureza para aliviarte por las faltas de rectitud de intención, y por el fango y podredumbre que ves en tantas almas; te doy tu inmensidad para aliviarte de las estrecheces voluntarias donde se meten las almas; te doy tu ardor para quemar todos los pecados y todos los corazones, a fin de que todos te amen y ninguno más te ofenda; en suma, te doy todo lo que Tú eres para darte satisfacción infinita, amor eterno, inmenso e infinito.

La vía dolorosa al Calvario

Mi pacientísimo Jesús, veo que das los primeros pasos bajo el peso enorme de la cruz, y yo uno mis pasos a los tuyos y cuando Tú, débil, desangrado y vacilante estés por caer, yo estaré a tu lado para sostenerte, pondré mis hombros bajo la cruz para dividir junto contigo el peso de ella. Tú no me desdeñarás, sino acéptame como tu fiel compañera. Oh Jesús, me miras y veo que reparas por aquellos que no llevan con resignación su propia cruz, sino que maldicen, se irritan, se suicidan y cometen homicidios; y Tú impetras para todos amor y resignación a la propia cruz; pero es tanto tu dolor, que te sientes como destrozar bajo la cruz. Son apenas los primeros pasos que das y ya caes bajo de ella, y al caer te golpeas en las piedras, las espinas se clavan más en tu cabeza, mientras que todas tus llagas se abren y sangran nuevamente; y como no tienes fuerzas para levantarte, tus enemigos, irritados, a patadas y con empujones tratan de ponerte en pie.

Caído amor mío, deja que te ayude a ponerte en pie, te bese, te limpie la sangre y junto contigo repare por aquellos que pecan por ignorancia, por fragilidad y debilidad, y te ruego que des ayuda a estas almas.

Vida mía, Jesús, tus enemigos haciéndote sufrir penas inauditas, han logrado ponerte en pie, y mientras caminas vacilante oigo tu respiro afanoso, tu corazón late más fuerte y nuevas penas te lo traspasan intensamente, sacudes la cabeza para quitar de tus ojos la sangre que los llena, y ansioso miras. Ah mi Jesús, he entendido todo, es tu Mamá que como gimiente paloma va en tu busca, quiere decirte una última palabra y recibir una última mirada tuya, y Tú sientes sus penas, su corazón lacerado en el tuyo, y enternecido y herido por vuestro común amor la descubres, que abriéndose paso a través de la muchedumbre, a cualquier costo quiere verte, abrazarte y darte el último adiós. Pero Tú quedas aún más traspasado al ver su palidez mortal y todas tus penas reproducidas en Ella por la fuerza del amor. Y si Ella continúa viviendo es sólo por un milagro de tu Omnipotencia. Ya diriges tus pasos al encuentro de los suyos, pero con trabajo podéis intercambiar las miradas. ¡Oh dolor del corazón de ambos! Los soldados lo advierten y con golpes y empujones impiden que Mamá e Hijo se den el último adiós, y es tan grande la angustia de los dos, que tu Mamá queda petrificada por el dolor y casi está por sucumbir; el fiel Juan y las piadosas mujeres la sostienen, mientras Tú de nuevo caes bajo la cruz. Entonces tu doliente Mamá, lo que no hace con el cuerpo porque se ve imposibilitada lo hace con el alma, entra en Ti, hace suyo el Querer del Eterno y asociándose en todas tus penas te hace el oficio de Mamá, te besa, te repara, te cura, y en todas tus llagas derrama el bálsamo de su doloroso amor.

Mi Penante Jesús, también yo me uno con la traspasada Mamá, hago mías todas tus penas y en cada gota de tu sangre, en cada una de tus llagas quiero hacerte de mamá, y junto con Ella y contigo reparo por todos los encuentros peligrosos y por aquellos que se exponen a las ocasiones de pecar, o que obligados a exponerse por la necesidad quedan atrapados por el pecado.

Tú entre tanto gimes caído bajo la cruz, los soldados temen que mueras bajo el peso de tantos martirios y por la pérdida de tanta sangre; no obstante esto, a fuerza de latigazos y patadas, con dificultad llegan a ponerte de pie. Así reparas las repetidas caídas en el pecado, los pecados graves cometidos por toda clase de personas y ruegas por los pecadores obstinados, y lloras con lágrimas de sangre por su conversión.

Quebrantado amor mío, mientras te sigo en las reparaciones, veo que no te sostienes bajo el peso enorme de la cruz. Ya tiemblas todo, las espinas a los continuos golpes que recibes penetran siempre más en tu santísima cabeza, la cruz por su gran peso se hunde en tu hombro formando una llaga tan profunda que descubre los huesos, y a cada paso me parece que mueres, y por lo tanto te ves imposibilitado para seguir adelante. Pero tu amor que todo puede te da la fuerza, y conforme sientes que la cruz se hunde en tu hombro, reparas por los pecados escondidos, que no siendo reparados acrecientan la crudeza de tus dolores. Mi Jesús, deja que ponga mi hombro bajo la cruz para aliviarte, y contigo reparo todos los pecados ocultos.

Pero tus enemigos, por temor de que Tú mueras bajo la cruz, obligan al Cireneo a ayudarte a llevar la cruz, él cual, de mala gana y refunfuñando, no por amor sino por fuerza te ayuda. Y entonces en tu corazón hacen eco todos los lamentos de quién sufre, las faltas de resignación, las rebeliones, los enojos y los desprecios en el sufrir; pero mucho más quedas herido al ver que las almas consagradas a Ti, a quienes llamas por compañeras y ayudas en tu dolor te huyen, y si Tú las estrechas a Ti con el dolor, ah, ellas se desvinculan de tus brazos para ir en busca de placeres y así te dejan solo para sufrir.

Mi Jesús, mientras reparo contigo te ruego que me estreches entre tus brazos, y tan fuerte que no haya ninguna pena que Tú sufras de la cual no tome parte, para transformarme en ellas y para compensarte por el abandono de todas las criaturas. Fatigado Jesús mío, con trabajo caminas y todo encorvado, pero veo que te detienes y tratas de mirar. Corazón mío, ¿pero qué pasa? ¿Qué quieres? Ah, es la Verónica, que sin temor a nada, valientemente con un paño te limpia el rostro todo cubierto de sangre, y Tú se lo dejas estampado en señal de gratitud. Entre tanto los enemigos viendo mal este acto de la Verónica, te azotan, te empujan y te hacen proseguir el camino. Otros pocos pasos y te detienes de nuevo, pero tu amor, bajo el peso de tantas penas no se detiene, y viendo a las piadosas mujeres que lloran por causa de tus penas, te olvidas de Ti mismo y las consuelas diciéndoles: “Hijas, no lloréis por mis penas sino por vuestros pecados y los de vuestros hijos.”

 

¡Qué enseñanza sublime! ¡Cómo es dulce tu palabra! Oh Jesús, contigo reparo las faltas de caridad y te pido la gracia de olvidarme de mí misma para que no recuerde otra cosa que a Ti solo.

Pero tus enemigos, oyéndote hablar se llenan de furia, te jalan con las cuerdas, te empujan con tanta rabia que te hacen caer, y cayendo te golpeas en las piedras; el peso de la cruz te oprime y te sientes morir. Deja que te sostenga y que con mis manos resguarde tu santísimo rostro. Veo que tocas la tierra y boqueas en la sangre; pero tus enemigos te quieren poner de pie, tiran de Ti con las cuerdas, te levantan por los cabellos, te dan patadas, pero todo en vano. ¡Tú mueres Jesús mío! ¡Qué pena, se me rompe el corazón por el dolor! Y casi arrastrándote te conducen al monte Calvario. Mientras te arrastran siento que reparas todas las ofensas de las almas consagradas a Ti, que te dan tanto peso, que por cuanto Tú te esfuerzas por levantarte te resulta imposible. Y así, arrastrado y pisoteado llegas al Calvario, dejando por donde pasas rojas huellas de tu preciosa sangre.

Jesús desvestido y coronado de espinas por tercera vez

Aquí en el Calvario nuevos dolores te esperan. Te desnudan de nuevo y te arrancan vestidura y corona de espinas. Ah, gimes al sentir que te arrancan las espinas de tu cabeza; y al tiempo que te arrancan la vestidura, te arrancan también las carnes desgarradas que están adheridas a ella. Las llagas se abren de nuevo, la sangre corre a ríos hasta la tierra, y es tanto el dolor que caes casi muerto. Pero nadie se mueve a compasión por Ti, mi bien, al contrario, con bestial furor te ponen de nuevo la corona de espinas, te la clavan a golpes, y es tanto el tormento por las laceraciones y por el arrancar de tus cabellos amasados en la sangre coagulada, que sólo los ángeles podrían decir lo que sufres, mientras horrorizados retiran sus celestiales miradas y lloran.

Desnudado Jesús mío, permíteme que te estreche a mi corazón para calentarte, porque veo que tiemblas y que un frío sudor de muerte invade tu santísima Humanidad. ¡Cuánto quisiera darte mi vida y mi sangre para sustituir a la tuya, que has perdido para darme vida! Mientras tanto, Jesús mirándome con sus lánguidos y moribundos ojos, parece que me dice:

“¡Hija mía, cuánto me cuestan las almas! Aquí es el lugar donde los espero a todos para salvarlos, donde quiero reparar los pecados de aquellos que llegan a degradarse por debajo de las bestias, y se obstinan tanto en ofenderme que llegan a no saber vivir sin cometer pecados. Su razón queda ciega y pecan a tontas y a locas; he aquí el por qué me coronan de espinas por tercera vez. Y con el desnudarme reparo por aquellos que llevan vestidos de lujo e indecentes, por los pecados contra la modestia y por aquellos que están tan atados a las riquezas, a los honores, a los placeres, que de ellos se forman un dios para sus corazones. Ah sí, cada una de estas ofensas es una muerte que siento, y si no muero es porque el Querer de mi Eterno Padre no ha decretado aún el momento de mi muerte.”

Desnudado bien mío, mientras reparo contigo te ruego que con tus santísimas manos me despojes de todo y no permitas que ningún afecto malo entre en mi corazón, te ruego que Tú me lo vigiles, me lo circundes con tus penas, me lo llenes de tu amor, te ruego que mi vida no sea otra cosa que la repetición de la tuya, y reafirma con tu bendición mi despojamiento; bendíceme de corazón y dame la fuerza de asistir a tu dolorosa crucifixión para quedar crucificada junto contigo.

para meditar con el video da click aqui

o aqui

 

Ofrecimiento Después de Cada Hora

Amable Jesús mío, Tú me has llamado en esta hora de tu Pasión para hacerte compañía, y yo he venido. Me parecía oírte angustiado y doliente que oras, reparas y sufres, y con las palabras más conmovedoras y elocuentes suplicas la salvación de las almas. He tratado de seguirte en todo; ahora, debiéndote dejar por mis acostumbradas ocupaciones, siento el deber de decirte “gracias” y un “te bendigo”. Sí, oh Jesús, gracias te repito mil y mil veces y te bendigo por todo lo que has hecho y padecido por mí y por todos; gracias y te bendigo por cada gota de sangre que has derramado, por cada respiro, por cada latido, por cada paso, palabra, mirada, amargura, ofensa que has soportado. En todo, oh mi Jesús, quiero ponerte un “gracias” y un “te bendigo.” Ah mi Jesús, haz que todo mi ser te envíe un flujo continuo de agradecimientos y bendiciones, de manera que atraiga sobre mí y sobre todos el flujo de tus gracias y bendiciones. Ah Jesús, estréchame a tu corazón y con tus santísimas manos márcame todas las partículas de mi ser con tu “te bendigo”, para hacer que no pueda salir de mí otra cosa que un himno continuo de agradecimiento hacia Ti. Nuestros latidos se tocarán continuamente, de manera que me darás vida, amor, y una estrecha e inseparable unión contigo. Ah, te ruego mi dulce Jesús, que si ves que alguna vez estoy por dejarte, tu latido se acelere más fuerte en el mío, tus manos me estrechen más fuerte a tu corazón, tus ojos me miren y me lancen saetas de fuego, a fin de que sintiéndote, rápidamente me deje atraer a la unión contigo.

Ah mi Jesús, mantente en guardia para que no me aleje de Ti, y te suplico que estés siempre junto a mí y que me des tus santísimas manos para hacer junto conmigo lo que me conviene hacer. Mi Jesús, ah, dame el beso del Divino Amor, abrázame y bendíceme; yo te beso en tu dulcísimo corazón y me quedo en Ti.

Décimoseptima hora de la Pasión del Señor


Preparación Antes de la Meditación

Oh Señor mío Jesucristo, postrada ante tu divina presencia, suplico a tu amorosísimo corazón que quieras admitirme a la dolorosa meditación de las veinticuatro horas en las que por nuestro amor quisiste padecer, tanto en tu cuerpo adorable como en tu alma santísima, hasta la muerte de cruz. Ah, dame tu ayuda, gracia, amor, profunda compasión y entendimiento de tus padecimientos mientras medito ahora la hora… Y por las que no puedo meditar te ofrezco la voluntad que tengo de meditarlas, y quiero en mi intención meditarlas durante todas las horas en que estoy obligada a dedicarme a mis deberes, o a dormir. Acepta, oh misericordioso Señor, mi amorosa intención y haz que sea de provecho para mí y para muchos, como si en efecto hiciera santamente todo lo que deseo practicar.

DECIMASEPTIMA HORA

De las 9 a las 10 de la mañana

Jesús coronado de espinas. “Ecce Homo.” Jesús es condenado a muerte.

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:

Mi Jesús, amor infinito, mientras más te miro más comprendo cuánto sufres. Ya estás todo lacerado y no hay parte sana en Ti; los verdugos enfurecidos al ver que Tú en medio de tantas penas los miras con tanto amor, que tu mirada amorosa formando un dulce encanto, casi como tantas voces ruegan y suplican más penas y nuevas penas, y estos, si bien inhumanos, pero también forzados por tu amor, te ponen de pie, y Tú, no sosteniéndote caes de nuevo en tu propia sangre, y ellos, irritados, con patadas y con empujones te hacen llegar al lugar donde te coronarán de espinas.

Amor mío, si Tú no me sostienes con tu mirada de amor, yo no puedo continuar viéndote sufrir. Siento ya un escalofrío en los huesos, el corazón me late fuertemente, me siento morir, ¡Jesús, Jesús, ayúdame! Y mi amable Jesús me dice:

“Animo, no pierdas nada de lo que he sufrido; sé atenta a mis enseñanzas. Yo debo rehacer en todo al hombre, la culpa le ha quitado la corona y lo ha coronado de oprobios y de confusión, así que no puede comparecer ante mi Majestad, la culpa lo ha deshonrado haciéndole perder todo derecho a los honores y a la gloria, por eso quiero ser coronado de espinas, para poner sobre la frente del hombre la corona y restituirle todos los derechos a cualquier honor y gloria; y mis espinas serán ante mi Padre reparaciones y voces de disculpa por los tantos pecados de pensamiento y especialmente de soberbia; y serán voces de luz y de súplica a cada mente creada para que no me ofendan; por eso, tú únete conmigo y ora y repara junto conmigo.”

Coronado Jesús, tus crueles enemigos te hacen sentar, te ponen encima un trapo de púrpura, toman la corona de espinas y con furia infernal te la ponen sobre tu adorable cabeza, y a golpes de palos te hacen penetrar las espinas en la frente, y algunas te llegan hasta los ojos, a las orejas, al cráneo y hasta detrás en la nuca. ¡Amor mío, qué desgarro, qué penas tan inenarrables! ¡Cuántas muertes crueles no sufres! La sangre te corre sobre tu rostro, de manera que no se ve más que sangre, pero bajo esas espinas y esa sangre se descubre tu rostro santísimo radiante de dulzura, de paz y de amor, y los verdugos queriendo completar la tragedia te vendan los ojos, te ponen una caña en la mano por cetro y comienzan sus burlas. Te saludan como rey de los judíos, te golpean la corona, te dan bofetadas y te dicen: “Adivina quién te ha golpeado.” Y Tú callas y respondes con reparar las ambiciones de quienes aspiran a reinos, a las dignidades, a los honores, y por aquellos que encontrándose en estos puestos, no comportándose bien forman la ruina de los pueblos y de las almas confiadas a ellos, y cuyos malos ejemplos son causa de empujar al mal y de que se pierdan almas. Con esa caña que tienes en la mano reparas por tantas obras buenas vacías de espíritu interior, e incluso hechas con malas intenciones. En los insultos y en esa venda reparas por aquellos que ponen en ridículo las cosas más santas, desacreditándolas y profanándolas, y reparas por aquellos que se vendan la vista de la inteligencia para no ver la luz de la verdad. Con esta venda impetras para nosotros el que nos quitemos las vendas de las pasiones, de las riquezas y los placeres. Mi rey Jesús, tus enemigos continúan sus insultos, y la sangre que escurre de tu santísima cabeza es tanta, que llegándote hasta la boca te impide hacerme oír claramente tu dulcísima voz, y por eso no puedo hacer lo que haces Tú, por eso vengo a tus brazos, quiero sostener tu cabeza traspasada y dolorida, quiero poner mi cabeza bajo esas espinas para sentir sus pinchazos. Pero mientras digo esto, mi Jesús me llama con su mirada de amor y yo corro, me abrazo a su corazón y trato de sostener su cabeza. ¡Oh, cómo es bello estar con Jesús, aun en medio de mil tormentos! Y Él me dice:

“Hija mía, estas espinas dicen que quiero ser constituido rey de cada corazón; a Mí me corresponde todo dominio; tú toma estas espinas y pincha tu corazón y haz salir de él todo lo que a Mí no pertenece y deja las espinas dentro de tu corazón como señal de que Yo soy tu rey y para impedir que ninguna otra cosa entre en ti. Después gira por todos los corazones, y pinchándolos haz salir de ellos todos los humos de soberbia, la podredumbre que contienen, y constitúyeme Rey de todos.”

Amor mío, el corazón se me oprime al dejarte, por eso te ruego que ensordezcas mis oídos con tus espinas para que sólo pueda oír tu voz; que me cubras los ojos con tus espinas para poder mirarte sólo a Ti; que me llenes con tus espinas la boca, de modo que mi lengua quede muda a todo lo que pudiera ofenderte, y tenga libre la lengua para alabarte y bendecirte en todo. Oh mi Rey Jesús, circúndame de espinas, y estas espinas me custodien, me defiendan y me tengan toda atenta a Ti. Y ahora quiero limpiarte la sangre y besarte, porque veo que tus enemigos te conducen a Pilatos, el cual te condenará a muerte. Amor mío, ayúdame a continuar tu dolorosa Vida y bendíceme.

Mi coronado Jesús, mi pobre corazón herido por tu amor y traspasado por tus penas no puede vivir sin Ti, por eso te busco y te encuentro nuevamente ante Pilatos. ¡Pero qué espectáculo conmovedor! ¡Los Cielos se horrorizan y el infierno tiembla de espanto y de rabia! Vida de mi corazón, mi mirada no puede soportar el mirarte sin sentirme morir; pero la fuerza raptora de tu amor me obliga a mirarte para hacerme comprender bien tus penas; y yo entre lágrimas y suspiros te contemplo. Mi Jesús, estás desnudo, y en vez de vestidos te veo vestido de sangre, las carnes abiertas y destrozadas, los huesos al descubierto, tu santísimo rostro irreconocible; las espinas clavadas en tu santísima cabeza te llegan a los ojos, al rostro, y yo no veo más que sangre, que corriendo hasta la tierra forma un arroyo sanguinolento bajo tus pies. ¡Mi Jesús, no te reconozco más por como has quedado reducido! ¡Tu estado ha llegado a los excesos más profundos de las humillaciones y de los dolores! ¡Ah, no puedo soportar tu visión tan dolorosa! Me siento morir, quisiera arrebatarte de la presencia de Pilatos para encerrarte en mi corazón y darte descanso; quisiera sanar tus llagas con mi amor, y con tu sangre quisiera inundar todo el mundo para encerrar en ella a todas las almas y conducirlas a Ti como conquista de tus penas. Y Tú, oh paciente Jesús, a duras penas parece que me miras por entre las espinas y me dices:

“Hija mía, ven entre mis atados brazos, apoya tu cabeza sobre mi seno y verás dolores más intensos y acerbos, porque lo que ves por fuera de mi Humanidad no es otra cosa que el desahogo de mis penas interiores. Pon atención a los latidos de mi corazón y oirás que reparo las injusticias de los que mandan, la opresión de los pobres, de los inocentes pospuestos a los culpables, la soberbia de aquellos que para conservar las dignidades, los cargos, las riquezas, no dudan en romper cualquier ley y en hacer mal al prójimo, cerrando los ojos a la luz de la verdad. Con estas espinas quiero romper el espíritu de soberbia de “sus señorías”, y con las heridas que forman en mi cabeza quiero abrirme camino en sus mentes, para reordenar en ellas todas las cosas según la luz de la verdad. Con estar así humillado ante este injusto juez, quiero hacer comprender a todos que solamente la virtud es la que constituye al hombre rey de sí mismo, y enseño a quien manda, que solamente la virtud, unida al recto saber, es la única digna y capaz de gobernar y regir a los demás, mientras que todas las otras dignidades, sin la virtud, son cosas peligrosas y deplorables. Hija mía, haz eco a mis reparaciones y sigue poniendo atención a mis penas.”

Amor mío, veo que Pilatos, al verte tan malamente reducido, se siente estremecer y todo impresionado exclama: “¿Será posible tanta crueldad en los corazones humanos? ¡Ah, no era esta mi voluntad al condenarlo a los azotes!” Y queriendo liberarte de las manos de tus enemigos, para poder encontrar razones más convenientes, todo hastiado y apartando la mirada, porque no puede sostener tu visión demasiado dolorosa, vuelve a interrogarte: “Pero dime, ¿qué has hecho? Tu gente te ha entregado en mis manos, dime, ¿Tú eres rey? ¿Cuál es tu reino?”

A las preguntas apresuradas de Pilatos, Tú, oh mi Jesús, no respondes, y ensimismado en Ti mismo piensas en salvar mi pobre alma a costa de tantas penas. Y Pilatos, porque no respondes, añade: “¿No sabes Tú que está en mi poder el liberarte o el condenarte?” Pero Tú, oh amor mío, queriendo hacer resplandecer en la mente de Pilatos la luz de la verdad le respondes:

“No tendrías ningún poder sobre Mí si no te viniera de lo alto, pero aquellos que me han entregado en tus manos han cometido un pecado más grave que el tuyo.”

Entonces Pilatos, como movido por la dulzura de tu voz, indeciso como está, con el corazón en tempestad, creyendo que los corazones de los judíos fuesen más piadosos, se decide a mostrarte desde la terraza, esperando que se muevan a compasión al verte tan desgarrado, y así poderte liberar.

Dolorido Jesús mío, mi corazón desfallece al verte seguir a Pilatos, con trabajos caminas y encorvado bajo aquella horrible corona de espinas, la sangre marca tus pasos, y en cuanto sales fuera escuchas a la muchedumbre escandalosa que, ansiosa espera tu condena. Pilatos imponiendo silencio para llamar la atención de todos y hacerse escuchar por todos, toma con repugnancia los dos extremos de la púrpura que te cubre el pecho y los hombros, los levanta para hacer que todos vean a qué estado has quedado reducido, y en voz alta dice: “¡Ecce Homo! Mírenlo, no tiene más figura de hombre, observen sus llagas; ya no se le reconoce; si ha hecho mal ya ha sufrido suficiente, más bien demasiado; yo estoy arrepentido de haberle hecho sufrir tanto, por eso dejémoslo libre.”

Jesús, amor mío, deja que te sostenga, porque veo que no sosteniéndote en pie bajo el peso de tantas penas, vacilas. Ah, en este momento solemne se decide tu suerte, a las palabras de Pilatos se hace un profundo silencio en el Cielo, en la tierra y en el infierno. Y después, como en una sola voz oigo el grito de todos: “¡Crucifícalo, crucifícalo, a cualquier costo lo queremos muerto!”

Vida mía, Jesús, veo que tiemblas, el grito de muerte desciende en tu corazón, y en estas voces descubres la voz de tu amado Padre que dice:

“¡Hijo mío, te quiero muerto, y muerto crucificado!” Ah, oyes también a tu Mamá, que si bien traspasada, desolada, hace eco a tu amado Padre: “¡Hijo, te quiero muerto!” Los ángeles, los santos, el infierno, todos a voz unánime gritan: “¡Crucifícalo, crucifícalo!” Así que no hay alma que te quiera vivo. Y, ay, ay, con mi mayor rubor, dolor y horror, también yo me siento obligada por una fuerza suprema a gritar: “¡Crucifícalo!”

Mi Jesús, perdóname si también yo, miserable alma pecadora, te quiero muerto. Sin embargo te ruego que me hagas morir junto contigo.

Y Tú, mientras tanto, oh mi destrozado Jesús, movido por mi dolor parece que me dices:

“Hija mía, estréchate a mi corazón y toma parte en mis penas y en mis reparaciones; el momento es solemne, se debe decidir, o mi muerte, o la muerte de todas las criaturas. En este momento dos corrientes se vierten en mi corazón, en una están las almas que, si me quieren muerto es porque quieren hallar en Mí la Vida, y así, al aceptar Yo la muerte por ellas son absueltas de la condenación eterna y las puertas del Cielo se abren para recibirlas; en la otra corriente están aquellas que me quieren muerto por odio y como confirmación de su condenación y mi corazón está lacerado y siente la muerte de cada una de éstas y sus mismas penas del infierno. Mi corazón no soporta estos acerbos dolores; siento la muerte a cada latido y a cada respiro, y voy repitiendo: “¿Por qué tanta sangre será derramada en vano? ¿Por qué mis penas serán inútiles para tantos? ¡Ah, hija, sostenme que no puedo más, toma parte en mis penas, tu vida sea un continuo ofrecimiento para salvar las almas y para mitigarme penas tan desgarradoras!”

Corazón mío, Jesús, tus penas son las mías y hago eco a tus reparaciones. Pero veo que Pilatos queda atónito y se apresura a decir: “¿Cómo? ¿Debo crucificar a vuestro rey? Yo no encuentro culpa en Él para condenarlo.” Y los judíos haciendo escándalo gritan: “No tenemos otro rey que el Cesar, y si tú no lo condenas no eres amigo del Cesar; loco, insensato, crucifícalo, crucifícalo.”

Pilatos, no sabiendo qué más hacer, por temor a ser destituido hace traer un recipiente con agua y lavándose las manos dice: “Yo soy inocente de la sangre de este Justo.” Y te condena a muerte. Pero los judíos gritan: “¡Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos! Y al verte condenado estallan en fiesta, aplauden, silban, gritan; mientras Tú, oh Jesús, reparas por aquellos que encontrándose en el poder, por vano temor y por no perder su puesto rompen las leyes más sagradas, no importándoles la ruina de pueblos enteros, favoreciendo a los impíos y condenando a los inocentes; reparas también por aquellos que después de la culpa instigan a la Ira Divina a castigarlos. Pero mientras reparas todo esto, el corazón te sangra por el dolor de ver al pueblo escogido por Ti, fulminado por la maldición del Cielo, que ellos mismos con plena voluntad han querido, sellándola con tu sangre que han imprecado. Ah, tu corazón desfallece, déjame que lo sostenga entre mis manos haciendo mías tus reparaciones y tus penas; pero tu amor te empuja aun más alto, e impaciente ya buscas la cruz. Vida mía, te seguiré, pero por ahora repósate en mis brazos, y después llegaremos juntos al monte Calvario; por eso permanece en mí y bendíceme.

para meditar con el video da click aqui

o aqui

 

Ofrecimiento Después de Cada Hora

Amable Jesús mío, Tú me has llamado en esta hora de tu Pasión para hacerte compañía, y yo he venido. Me parecía oírte angustiado y doliente que oras, reparas y sufres, y con las palabras más conmovedoras y elocuentes suplicas la salvación de las almas. He tratado de seguirte en todo; ahora, debiéndote dejar por mis acostumbradas ocupaciones, siento el deber de decirte “gracias” y un “te bendigo”. Sí, oh Jesús, gracias te repito mil y mil veces y te bendigo por todo lo que has hecho y padecido por mí y por todos; gracias y te bendigo por cada gota de sangre que has derramado, por cada respiro, por cada latido, por cada paso, palabra, mirada, amargura, ofensa que has soportado. En todo, oh mi Jesús, quiero ponerte un “gracias” y un “te bendigo.” Ah mi Jesús, haz que todo mi ser te envíe un flujo continuo de agradecimientos y bendiciones, de manera que atraiga sobre mí y sobre todos el flujo de tus gracias y bendiciones. Ah Jesús, estréchame a tu corazón y con tus santísimas manos márcame todas las partículas de mi ser con tu “te bendigo”, para hacer que no pueda salir de mí otra cosa que un himno continuo de agradecimiento hacia Ti. Nuestros latidos se tocarán continuamente, de manera que me darás vida, amor, y una estrecha e inseparable unión contigo. Ah, te ruego mi dulce Jesús, que si ves que alguna vez estoy por dejarte, tu latido se acelere más fuerte en el mío, tus manos me estrechen más fuerte a tu corazón, tus ojos me miren y me lancen saetas de fuego, a fin de que sintiéndote, rápidamente me deje atraer a la unión contigo.

Ah mi Jesús, mantente en guardia para que no me aleje de Ti, y te suplico que estés siempre junto a mí y que me des tus santísimas manos para hacer junto conmigo lo que me conviene hacer. Mi Jesús, ah, dame el beso del Divino Amor, abrázame y bendíceme; yo te beso en tu dulcísimo corazón y me quedo en Ti.

 

DecimaSexta Hora de la Pasión del Señor


Preparación Antes de la Meditación

Oh Señor mío Jesucristo, postrada ante tu divina presencia, suplico a tu amorosísimo corazón que quieras admitirme a la dolorosa meditación de las veinticuatro horas en las que por nuestro amor quisiste padecer, tanto en tu cuerpo adorable como en tu alma santísima, hasta la muerte de cruz. Ah, dame tu ayuda, gracia, amor, profunda compasión y entendimiento de tus padecimientos mientras medito ahora la hora… Y por las que no puedo meditar te ofrezco la voluntad que tengo de meditarlas, y quiero en mi intención meditarlas durante todas las horas en que estoy obligada a dedicarme a mis deberes, o a dormir. Acepta, oh misericordioso Señor, mi amorosa intención y haz que sea de provecho para mí y para muchos, como si en efecto hiciera santamente todo lo que deseo practicar.

 

DECIMASEXTA HORA

De las 8 a las 9 de la mañana

Jesús de nuevo ante Pilatos. Es pospuesto a Barrabás. Jesús es flagelado.

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:

Mi atormentado Jesús, mi pobre corazón te sigue entre ansias y penas, y al verte vestido de loco, conociendo quién eres Tú, Sabiduría infinita, que das el juicio a todos, doy en delirio y digo: ¿Cómo, Jesús loco? ¿Jesús malhechor? ¡Y ahora serás pospuesto al más grande malhechor, a Barrabás! Mi Jesús, Santidad que no tiene igual, ya estás de nuevo ante Pilatos, y éste, al verte tan malamente reducido y vestido de loco, y sabiendo que ni siquiera Herodes te ha condenado, queda más indignado contra los judíos y se convence mayormente de tu inocencia y de no condenarte, pero queriendo dar alguna satisfacción a los judíos, como para aplacar el odio, el furor, la rabia y la sed que tienen de tu sangre, te propone a ellos junto con Barrabás, pero los judíos gritan: “¡No queremos libre a Jesús, sino a Barrabás!” Y entonces Pilatos no sabiendo ya qué hacer para calmarlos te condena a la flagelación.

Mi pospuesto Jesús, se me rompe el corazón al ver que mientras los judíos se ocupan de Ti para hacerte morir, Tú, encerrado en Ti mismo piensas en dar a todos la Vida, y poniendo atención te escucho decir:

“Padre Santo, mira a tu Hijo vestido de loco, esto te repara la locura de tantas criaturas al caer en el pecado; esta vestidura blanca sea ante Ti como disculpa por tantas almas que se visten con la lúgubre vestidura de la culpa. Mira oh Padre, el odio, el furor, la rabia que tienen contra Mí, que casi les hace perder la luz de la razón, la sed que tienen de mi sangre, y Yo quiero repararte todos los odios, las venganzas, las iras, los homicidios, y conseguir a todos la luz de la razón. Mírame de nuevo Padre mío, ¿se puede dar insulto mayor? Me han pospuesto al más grande malhechor, y Yo quiero repararte todas las posposiciones que se hacen, ¡ah, todo el mundo está lleno de posposiciones! Quien nos pospone a un vil interés, quien a los honores, quien a las vanidades, quien a los placeres, a los apegos, a las dignidades, a las crápulas y hasta al mismo pecado, y en modo unánime todas las criaturas, aún a cada pequeña tontería nos posponen, y Yo estoy dispuesto a aceptar ser pospuesto a Barrabás para reparar las posposiciones de las criaturas.”

Mi Jesús, me siento morir de dolor y de confusión al ver tu gran amor en medio de tantas penas y el heroísmo de tus virtudes en medio de tantas penas e insultos. Tus palabras y reparaciones, como tantas heridas se repercuten en mi pobre corazón, y en mi dolor repito tus plegarias y tus reparaciones, ni siquiera un instante puedo separarme de Ti, de otra manera muchas cosas de lo que haces Tú se me escaparían. Pero, ¿qué veo? Los soldados te conducen a una columna para flagelarte. Amor mío, te sigo y Tú con tu mirada de amor mírame y dame la fuerza para asistir a tu dolorosa flagelación.

Jesús Flagelado

Mi purísimo Jesús, ya estás junto a la columna, los soldados enfurecidos te sueltan para atarte a ella, pero no es suficiente, te despojan de tus vestiduras para hacer cruel carnicería de tu santísimo cuerpo. Amor mío, vida mía, me siento desfallecer por el dolor de verte desnudo, Tú tiemblas de pies a cabeza y tu santísimo rostro se tiñe de virginal rubor, y es tanta tu confusión y tu agotamiento, que no sosteniéndote en pie estás a punto de caer a los pies de la columna, pero los soldados sosteniéndote, no por ayudarte sino para poderte atar, no te dejan caer. Ya toman las sogas, te atan los brazos, pero tan fuerte que enseguida se hinchan y de la punta de los dedos brota sangre. Después, en torno a la columna pasan sogas que sujetan tu santísima persona hasta los pies, y tan fuerte que no puedes hacer ni siquiera un movimiento, y así poder ellos desenfrenarse sobre de Ti libremente.

Despojado Jesús mío, permíteme que me desahogue, de otra manera no puedo continuar viéndote sufrir tanto. ¿Cómo? Tú que vistes a todas las cosas creadas, al sol de luz, al cielo de estrellas, a las plantas de hojas, a los pajarillos de plumas, Tú, ¿desnudo? ¡Qué atrevimiento! Pero mi amante Jesús, con la luz que irradia de sus ojos me dice:

“Calla, oh hija. Era necesario que fuese desnudado para reparar por tantos que se despojan de todo pudor, de candor y de inocencia; que se desnudan de todo bien y virtud, de mi Gracia, y se visten de toda brutalidad, viviendo a modo de brutos. En mi virginal rubor reparé las tantas deshonestidades y afeminaciones y placeres bestiales. Por eso atenta a lo que hago y ruega y repara conmigo y cálmate.”

Flagelado Jesús, tu amor pasa de exceso en exceso, veo que los verdugos toman los flagelos y te azotan sin piedad, tanto, que todo tu santísimo cuerpo queda lívido; es tanta la ferocidad y el furor al golpearte, que están ya cansados, pero otros dos los sustituyen y tomando varas espinosas te azotan tanto, que enseguida de tu santísimo cuerpo comienza a chorrear a ríos la sangre, y lo continúan golpeando todo, abriendo surcos y lo llenan de llagas. Pero aún no les basta, otros dos continúan, y con cadenas de fierro continúan la dolorosa carnicería. A los primeros golpes esas carnes llagadas se desgarran y a pedazos caen por tierra; los huesos quedan al descubierto y la sangre brota tanto, que forma un lago de sangre en torno a la columna.

Mi Jesús desnudado, amor mío, mientras Tú estás bajo esta tempestad de golpes, me abrazo a tus pies para poder tomar parte en tus penas y quedar toda cubierta con tu preciosísima sangre, pero cada golpe que Tú recibes es una herida a mi corazón, mucho más, pues poniendo atención oigo tus gemidos, los cuales no se escuchan bien porque la tempestad de golpes ensordece el ambiente, y en esos gemidos Tú dices:

“Vosotros, todos los que me amáis, vengan a aprender el heroísmo del verdadero amor; vengan a apagar en mi sangre la sed de vuestras pasiones, la sed de tantas ambiciones, de tantas vanidades y placeres, de tanta sensualidad; en esta mi sangre encontraréis el remedio a todos vuestros males.”

Tus gemidos continúan diciendo: “Mírame, oh Padre, bajo esta tempestad de golpes, todo llagado, pero no basta, quiero formar tantas llagas en mi cuerpo para dar suficientes moradas en el Cielo de mi Humanidad a todas las almas, en modo de formar en Mí mismo su salvación, y después hacerlas pasar al Cielo de la Divinidad. Padre mío, cada golpe de estos flagelos repare ante Ti, uno a uno cada especie de pecado, y conforme me golpean, así sea excusa para aquellos que los cometen. Que estos golpes golpeen los corazones de las criaturas y les hablen de mi amor por ellas, tanto, de forzarlas a rendirse a Mí.”

Y mientras esto dices, es tan grande tu amor, si bien con sumo dolor, que casi incitas a los verdugos a que te azoten aún más. Mi descarnado Jesús, tu amor me aplasta, me siento enloquecer; y si bien tu amor no está cansado, los verdugos están agotados y no pueden continuar la dolorosa carnicería. Ya te quitan las cuerdas y Tú caes casi muerto en tu propia sangre; y al ver los pedazos de tus carnes te sientes morir por el dolor, al ver en aquellas carnes arrancadas de Ti, a las almas perdidas, y es tanto tu dolor, que agonizas en tu propia sangre.

Mi Jesús, deja que te tome entre mis brazos para restaurarte un poco con mi amor. Te beso, y con mi beso encierro a todas las almas en Ti, así ninguna más se perderá, y Tú bendíceme.

para meditar con el video da click aqui

o aqui

Ofrecimiento Después de Cada Hora

Amable Jesús mío, Tú me has llamado en esta hora de tu Pasión para hacerte compañía, y yo he venido. Me parecía oírte angustiado y doliente que oras, reparas y sufres, y con las palabras más conmovedoras y elocuentes suplicas la salvación de las almas. He tratado de seguirte en todo; ahora, debiéndote dejar por mis acostumbradas ocupaciones, siento el deber de decirte “gracias” y un “te bendigo”. Sí, oh Jesús, gracias te repito mil y mil veces y te bendigo por todo lo que has hecho y padecido por mí y por todos; gracias y te bendigo por cada gota de sangre que has derramado, por cada respiro, por cada latido, por cada paso, palabra, mirada, amargura, ofensa que has soportado. En todo, oh mi Jesús, quiero ponerte un “gracias” y un “te bendigo.” Ah mi Jesús, haz que todo mi ser te envíe un flujo continuo de agradecimientos y bendiciones, de manera que atraiga sobre mí y sobre todos el flujo de tus gracias y bendiciones. Ah Jesús, estréchame a tu corazón y con tus santísimas manos márcame todas las partículas de mi ser con tu “te bendigo”, para hacer que no pueda salir de mí otra cosa que un himno continuo de agradecimiento hacia Ti. Nuestros latidos se tocarán continuamente, de manera que me darás vida, amor, y una estrecha e inseparable unión contigo. Ah, te ruego mi dulce Jesús, que si ves que alguna vez estoy por dejarte, tu latido se acelere más fuerte en el mío, tus manos me estrechen más fuerte a tu corazón, tus ojos me miren y me lancen saetas de fuego, a fin de que sintiéndote, rápidamente me deje atraer a la unión contigo.

Ah mi Jesús, mantente en guardia para que no me aleje de Ti, y te suplico que estés siempre junto a mí y que me des tus santísimas manos para hacer junto conmigo lo que me conviene hacer. Mi Jesús, ah, dame el beso del Divino Amor, abrázame y bendíceme; yo te beso en tu dulcísimo corazón y me quedo en Ti.

Decima Quinta Hora de la Pasión del Señor


Preparación Antes de la Meditación

Oh Señor mío Jesucristo, postrada ante tu divina presencia, suplico a tu amorosísimo corazón que quieras admitirme a la dolorosa meditación de las veinticuatro horas en las que por nuestro amor quisiste padecer, tanto en tu cuerpo adorable como en tu alma santísima, hasta la muerte de cruz. Ah, dame tu ayuda, gracia, amor, profunda compasión y entendimiento de tus padecimientos mientras medito ahora la hora… Y por las que no puedo meditar te ofrezco la voluntad que tengo de meditarlas, y quiero en mi intención meditarlas durante todas las horas en que estoy obligada a dedicarme a mis deberes, o a dormir. Acepta, oh misericordioso Señor, mi amorosa intención y haz que sea de provecho para mí y para muchos, como si en efecto hiciera santamente todo lo que deseo practicar.

 

DECIMAQUINTA HORA

De las 7 a las 8 de la mañana

Jesús ante Pilatos. Pilatos lo envía a Herodes

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:

Atado bien mío, tus enemigos unidos a los sacerdotes te presentan ante Pilatos, y ellos fingiendo santidad y escrupulosidad, debiendo festejar la Pascua se quedan fuera en el atrio, y Tú, mi amor, viendo el fondo de su malicia reparas las hipocresías del cuerpo religioso. También yo reparo junto contigo, pero mientras Tú te ocupas del bien de ellos, ellos en cambio comienzan a acusarte ante Pilatos, vomitando todo el veneno que tienen contra Ti, pero Pilatos mostrándose insatisfecho de las acusaciones que te hacen, para poderte condenar con motivo te llama aparte y a solas te examina y te pregunta: “¿Eres Tú el rey de los judíos?” Y Tú mi Jesús, verdadero rey mío respondes:

“Mi reino no es de este mundo; de lo contrario millares de legiones de ángeles me defenderían.”

Y Pilatos conmovido por la suavidad y dignidad de tu palabra, sorprendido te dice: “¿Cómo, Tú eres rey?”

Y Tú: “Es como tú lo dices, Yo lo soy, y he venido al mundo a enseñar la Verdad.”

Y Pilatos sin querer saber más y convencido de tu inocencia, sale a la terraza y dice: “Yo no encuentro culpa alguna en este hombre.” Los judíos enfurecidos te acusan de tantas otras cosas, y Tú callas y no te defiendes, y reparas las debilidades de los jueces cuando se encuentran de frente a los poderosos y sus injusticias, y ruegas por los inocentes oprimidos y abandonados. Entonces Pilatos al ver el furor de tus enemigos y para desentenderse te envía a Herodes.

Mi rey divino, quiero repetir tus oraciones y reparaciones y acompañarte hasta Herodes. Veo que tus enemigos, enfurecidos, quisieran devorarte y te conducen entre insultos, burlas y befas, y así te hacen llegar ante Herodes, el cual en actitud soberbia te hace muchas preguntas, y Tú no respondes, no lo miras, y Herodes irritado porque no se ve satisfecho en su curiosidad y sintiéndose humillado por tu prolongado silencio, dice a todos que Tú eres un loco y sin juicio, y como a tal ordena que seas tratado, y para mofarse de Ti hace que seas vestido con una vestidura blanca y te entrega en las manos de los soldados para que te hagan lo peor que puedan.

Inocente Jesús, ninguno encuentra culpa en Ti, sólo los judíos, porque su fingida religiosidad no merece que resplandezca en sus mentes la luz de la verdad. Mi Jesús, sabiduría infinita, cuánto te cuesta el haber sido declarado loco. Los soldados abusando de Ti te arrojan por tierra, te pisotean, te cubren de salivazos, te escarnecen, te golpean con palos, y son tantos los golpes que te sientes morir. Son tales y tantas las penas, los oprobios, las humillaciones que te hacen, que los ángeles lloran y se cubren el rostro con sus alas para no verlas. También yo, mi loquito Jesús, quiero llamarte loco, pero loco de amor, y es tanta tu locura de amor que en vez de ofenderte, Tú ruegas y reparas por las ambiciones de los reyes que ambicionan reinos para ruina de los pueblos, por las destrucciones que provocan, por tanta sangre que hacen derramar por sus caprichos, por todos los pecados de curiosidad y por las culpas cometidas en las cortes y en las milicias.

Mi Jesús, cómo es tierno el verte en medio de tantos ultrajes orando y reparando, tus palabras repercuten en mi corazón y sigo lo que haces Tú. Y ahora deja que me ponga a tu lado y tome parte en tus penas y te consuele con mi amor, y alejándote a los enemigos, te tomo entre mis brazos para darte fuerzas y besarte la frente.

Dulce amor mío, veo que no te dan reposo y que Herodes te envía nuevamente a Pilatos. Si doloroso ha sido el venir, más trágico será el regreso, porque veo que los judíos están más enfurecidos que antes y están resueltos a hacerte morir a cualquier precio. Por eso antes que salgas del palacio de Herodes quiero besarte, para testimoniarte mi amor en medio de tantas penas, y Tú fortifícame con tu beso y con tu bendición, y te sigo ante Pilatos.

para meditar con el video de click aqui

o aqui

Ofrecimiento Después de Cada Hora

Amable Jesús mío, Tú me has llamado en esta hora de tu Pasión para hacerte compañía, y yo he venido. Me parecía oírte angustiado y doliente que oras, reparas y sufres, y con las palabras más conmovedoras y elocuentes suplicas la salvación de las almas. He tratado de seguirte en todo; ahora, debiéndote dejar por mis acostumbradas ocupaciones, siento el deber de decirte “gracias” y un “te bendigo”. Sí, oh Jesús, gracias te repito mil y mil veces y te bendigo por todo lo que has hecho y padecido por mí y por todos; gracias y te bendigo por cada gota de sangre que has derramado, por cada respiro, por cada latido, por cada paso, palabra, mirada, amargura, ofensa que has soportado. En todo, oh mi Jesús, quiero ponerte un “gracias” y un “te bendigo.” Ah mi Jesús, haz que todo mi ser te envíe un flujo continuo de agradecimientos y bendiciones, de manera que atraiga sobre mí y sobre todos el flujo de tus gracias y bendiciones. Ah Jesús, estréchame a tu corazón y con tus santísimas manos márcame todas las partículas de mi ser con tu “te bendigo”, para hacer que no pueda salir de mí otra cosa que un himno continuo de agradecimiento hacia Ti. Nuestros latidos se tocarán continuamente, de manera que me darás vida, amor, y una estrecha e inseparable unión contigo. Ah, te ruego mi dulce Jesús, que si ves que alguna vez estoy por dejarte, tu latido se acelere más fuerte en el mío, tus manos me estrechen más fuerte a tu corazón, tus ojos me miren y me lancen saetas de fuego, a fin de que sintiéndote, rápidamente me deje atraer a la unión contigo.

Ah mi Jesús, mantente en guardia para que no me aleje de Ti, y te suplico que estés siempre junto a mí y que me des tus santísimas manos para hacer junto conmigo lo que me conviene hacer. Mi Jesús, ah, dame el beso del Divino Amor, abrázame y bendíceme; yo te beso en tu dulcísimo corazón y me quedo en Ti.