Llorar mi pecado


Llorar mi pecado

En estos días muchas personas se me han acercado a confesarse.  Muchos al hacerlo arrepentidos, lloran.

Y se me venía a la mente: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados”.

Se trata de una actitud que se ha vuelto central en la espiritualidad cristiana, es un dolor interior que abre a una renovada relación con el Señor y con el prójimo.

Este llanto, puede tener dos aspectos: el primero es por la muerte o por el sufrimiento de alguno y el segundo son las lágrimas por el pecado, por el pecado personal, cuando el corazón sangra por el dolor de haber ofendido a Dios y al prójimo.

Las lágrimas son un don y es muy valioso para la vida. Sin embargo,  existen personas que permanecen distantes, un paso atrás, no expresan.

¿Se pueda amar de una manera fría? ¿Se puede amar por función, por deber?… ciertamente no, porque hay personas afligidas por consolar y también hay personas consoladas por despertar, que tienen un corazón de piedra y han desaprendido a llorar.

Por ello oro para despertar a las personas que no saben conmoverse con el dolor propio o de los demás.

Puedo llorar por luto, que es un camino doloroso, pero puede ser útil para abrir los ojos sobre la vida y sobre el valor sagrado e irreemplazable de cada persona, y en ese momento uno se da cuenta de lo corto que es el tiempo.

Pero esta también el llorar por el pecado y se ha de distinguir entre quien se enoja porque se equivoca. Esto es orgullo.

En cambio, hay quienes lloran por el mal hecho, por el bien omitido, por la traición de la relación con Dios. Este es el llanto por no haber amado.

Aquí se llora porque no se corresponde al Señor que me ama tanto, y me entristece el pensamiento del bien no hecho, este es el sentido del pecado.

Muchos dicen: He lastimado a la persona que amo, y esto les duele hasta las lágrimas. ¡Que Dios sea bendecido si vienen estas lágrimas!

Tengo presente el llanto de Pedro cuando Jesús le preguntó si le amaba. Su llanto lo llevó a un amor nuevo y mucho más verdadero, un llanto que purifica, que renueva.

Entender el pecado es un don de Dios, es una obra del Espíritu Santo.

Yo solo no puedo entender el pecado. Es una gracia que debo pedir: Señor que yo entienda el mal que he hecho, o que puedo hacer, este es un don muy grande. De haber entendido esto viene el llanto de arrepentimiento.

La belleza del arrepentimiento, la belleza del llanto, la belleza de la contrición porque como siempre, la vida cristiana tiene su mejor expresión en la misericordia.

Dios siempre perdona, incluso los pecados más feos. El problema está en mi, que me canso de pedir perdón.

Este es el problema, cuando uno cierro, no pido el perdón, y el Señor siempre está ahí para perdonar.

Que el Señor me conceda amar en abundancia, amar con la sonrisa, con la cercanía, con el servicio y también con el llanto.

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P. Óscar

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