Lectio Divina: Domingo de la Resurrección del Señor


P. Fidel Oñoro

En el glorioso día de la Resurrección:

Los gestos contagiosos de un amor gozoso y perenne

Juan 20, 1-9

“Vio y creyó” 

Saludemos con júbilo este nuevo día

En este Domingo de Pascua gritamos con todas nuestras fuerzas y desde lo más profundo de nuestro corazón: “¡Cristo ha resucitado de entre los muertos dándonos a todos la vida!”

Este es el Domingo que le da sentido a todos los domingos en el que, con la ayuda del Espíritu Santo, queremos hacer una proclamación de júbilo y de victoria que sea capaz asumir nuestros dolores y los transforme en esperanza, que nos convenza de una vez por todas que la muerte no es la última palabra en nuestra existencia. 

A la luz de esta certeza hoy brota lo mejor de nosotros mismos e irradia con todo su esplendor nuestra fe como discípulos de Jesús. Efectivamente, somos cristianos porque creemos que Jesús ha resucitado de la muerte, está vivo, está en medio de nosotros, está presente en nuestro caminar histórico, es manantial de vida nueva y primicia de nuestra participación en la naturaleza divina, de nuestro fundirnos como una pequeña gota de agua en el inmenso mar del corazón de Dios. 

Y nos levantamos con una nueva mirada sobre el mundo porque la resurrección de Jesús tiene un significado y una fuerza que vale para toda la humanidad, para el cosmos entero y, de manera particular, para los dolorosos acontecimientos que afligen a la humanidad.  

La Buena Nueva de la Resurrección de Jesús es palabra poderosa que impulsa nuestra vida.

Por eso en este Tiempo Pascua que estamos comenzando tenemos que abrirle un surco en nuestro corazón a la Palabra, para que la fuerza de vida que ella contiene sea savia que corra por todas la dimensiones de nuestra existencia y se transforme en frutos de vida nueva. 

Es así como la Buena Noticia de que Cristo ha resucitado cala hondo: se entreteje con nuestras dudas, con nuestro ensimismamiento en la tristeza, delatando nuestra pobre visión de la vida y mostrándonos el gran horizonte de Dios desde donde podemos comprender el sentido y el valor de todas las cosas. Cristo resucitado se hunde en nuestro corazón y desata una gran batalla interior entre la vida y la muerte, entre la esperanza y la desesperación, entre la resignación y la consolación. 

San Gregorio Nacianceno, predicando en un día como hoy decía: “Ha aparecido otra generación, otra vida, otra manera de vivir, un cambio en nuestra misma naturaleza”. ¡Esa es hoy nuestra seguridad! 

Buscadores de los signos del Resucitado

La experiencia pascual desata una dinámica de vida hecha de búsquedas y encuentros, de conversión y de fe, que se delinea con gran riqueza en los relatos pascuales de los evangelios. 

En Juan 20,1-10, leemos hoy el pasaje que describe el sensacional descubrimiento de la tumba vacía por parte de María Magdalena y de los dos más autorizados discípulos de Jesús, desatándose así una serie de reacciones. El relato contiene elementos muy valiosos que nos ayudan a dinamizar nuestro propio camino pascual.  

Esta vez vamos a hacer anotaciones breves sobre las frases más importantes del relato, como una invitación para saborear el texto entero. 

(1) María Magdalena descubre que la tumba está vacía (20,1-2) 

Notemos los movimientos de María Magdalena:

·       María madruga: “Va de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro” (20,1). 

Esta acción es signo evidente de que su corazón latía fuertemente por Jesús. El amor no da espera. Pero también es cierto que la hora de la mañana y los nuevos acontecimientos tienen correspondencia: de madrugada muchos detalles anuncian un gran y radical cambio, la noche se aleja, el horizonte se aclara y bajo la luz todas las cosas van dando poco a poco su forma.  Así sucederá con la fe en el Resucitado: habrá signos que anuncian algo grande, pero sólo en el encuentro personal y comunitario con el Resucitado todo será claro, el nuevo sol se habrá levantado e irradiará la gloria de su vida inmortal. 

·       María “corre” enseguida y va a informarle a los discípulos más autorizados, apenas se percata que el sepulcro del Maestro está vacío (20,2a).

Esta carrera insinúa el amor de María por el Señor. Lo seguirá demostrando en su llanto junto a la tumba vacía (20,11ss). Así María se presenta ante Pedro y el Discípulo Amado como símbolo y modelo del auténtico discípulo del Señor Jesús, que debe ser siempre movido por un amor vivo por el Hijo de Dios. 

·       María confiesa a Jesús como “Señor”: “Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto” (20,2b).

A pesar de no haberlo descubierto vivo, para ella Jesús es el “Señor” (Ky´rios), el Dios de la gloria y por lo tanto inmortal (lo seguirá diciendo: 20,13.10). Ella está animada por una fe vivísima en el Señor Jesús y personifica así a todos los discípulos de Cristo, que reconocen en el Crucificado al Hijo de Dios y viven para Él.  

He aquí un ejemplo para emular en las diversas circunstancias y expresiones de la existencia, sobre todo en los momentos de dificultad y aún en las tragedias de la vida. Para la fe y el corazón de esta mujer la muerte en Cruz de Jesús y su sepultura, con todo su amor por el Señor se ha revelado “más fuerte que la muerte” (Cantar 8,6). 

(2) Los dos discípulos corren a la tumba (20,3-10) 

A diferencia del relato que leíamos ayer en Lucas, según Juan los dos seguidores más cercanos a Jesús se impresionan con la noticia e inmediatamente se ponen en movimiento, ellos no permanecen indiferentes ni inertes sino que toman en serio un anuncio (que tiene sujeto comunitario: “no sabemos”, v.2). 

Notemos cómo las acciones de los dos discípulos se entrecruzan entre sí y superan cada vez más las primeras observaciones de María Magdalena. 

·       “Se encaminaron al sepulcro” (20,3)

La mención de los dos discípulos no es causal, ambos gozan de amplio prestigio en la comunidad y la representan. Se distingue en primer lugar a Pedro, a quien Jesús llamó “Kefas” (Roca; 1,42), quien confiesa la fe en nombre de todos (Jn 6,68-69), dialoga con Jesús en la cena (13,6-10.36-38) y al final del evangelio recibe el encargo de pastorear a sus hermanos (Jn 21,15-17).  Por su parte el Discípulo Amado es el modelo del “amado” por el Señor, pero también del que “ama” al Señor (13,23; 19,26; 21,7.20). 

·       “El otro discípulo llegó primero al sepulcro” (20,4)

El Discípulo Amado corre más rápido que Pedro (v.4). Esto parece aludir a su juventud, pero también a un amor mayor. ¿No es verdad que correr es propio de quien ama? 

·       “Se inclinó, vio las vendas en el suelo, pero no entró” (20,5)

El discípulo amado llega primero a la tumba, pero no entra, respeta el rol de Pedro. Se limita a inclinarse y ver las vendas tiradas en la tierra. Él ve un poco más que María, quien sólo vio la piedra quitada del sepulcro. 

·       “Simón Pedro entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte” (20,6-7).

Al principio Pedro ve lo mismo que vio el Discipulado Amado, pero luego ve un poco más: ve que también el sudario que estaba sobre la cabeza de Jesús, estaba doblado aparte en un solo lugar (v.7). 

Este detalle quiere indicar que el cadáver del Maestro no ha sido robado, ya que lo más probable es que los ladrones no se hubieran tomado tanto trabajo. Por lo tanto Jesús se ha liberado a sí mismo de los lienzos y del sudario que lo envolvían, a diferencia de Lázaro, que debió ser desenvuelto por otros (ver 11,44). Las ataduras de la muerte han sido rotas por Jesús. 

La tumba y las vendas vacías no son una prueba, son simplemente un signo de que Jesús ha vencido la muerte. Sin embargo Pedro no comprende el signo.

 ·       “Entonces entró también el otro discípulo… vio y creyó” (20,8) “…que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos” (20,9)

El Discípulo Amado ahora entra en la tumba, ve todo lo que vio Pedro y da el nuevo paso que éste no dio: cree en la resurrección de Jesús. 

La constatación de simples detalles despierta la fe del Discípulo Amado en la resurrección de Jesús, para él el orden que reinaba dentro de la tumba fue suficiente. No necesitó más para creer, como sí necesitó Tomás. A él se le aplica el dicho de Jesús: “dichosos los que no han visto y han creído” (v.29). 

Pero ¡atención! El Discípulo Amado “vio” y “creyó” en la Escritura que anunciaba la resurrección de Jesús (v.9). Esto ya se había anunciado en Juan 2,22.  Aquí el evangelista no cita ningún pasaje particular del Antiguo Testamento, tampoco ningún anuncio por parte de Jesús. Pero queda claro que la ignorancia de la Escritura por parte de los discípulos implica una cierta dosis de incredulidad (ver también 1,26; 7,28; 8,14). 

La asociación entre el “ver” y el “creer” (v.8) formará en adelante uno de los temas centrales del resto del capítulo, donde se describen las apariciones del resucitado a los discípulos, para terminar diciendo: “Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído” (v.29). Nosotros los lectores, hacemos el camino del Discípulo Amado mediante a partir de los “signos” testimoniados por él en el Evangelio (20,30-31). 

(3) En la pascua, Jesús se convierte en el centro de la vida y de todos los intereses del discípulo.

En la mañana del Domingo la única preocupación de los tres discípulos del Señor –María, Pedro y el Discípulo Amado- es buscar al Señor, a Jesús muerto sobre la Cruz por amor pero resultado de entre los muertos para la salvación de toda la humanidad. El amor los mueve a buscar al Resucitado en ese estupor que sabe entrever en los signos el cumplimiento de las promesas de Dios y de las expectativas humanas. Entre todos, cada uno con su aporte, van delineando un camino de fe pascual. 

La búsqueda amorosa del Señor se convierte luego en impulso misionero. Como lo muestra el relato, se trata de una experiencia contagiosa la que los envuelve a todos, uno tras otro. 

Es así como este pasaje nos enseña que el evento histórico de la resurrección de Jesús no se conoce solamente con áridas especulaciones sino con gestos contagiosos de amor gozoso y apasionado. El acto de fe brota de uno que se siente amado y que ama, como dice San Agustín: “Puede conocer perfectamente solamente aquél que se siente perfectamente amado”.   

¡Así todos nosotros, discípulos de Jesús, debiéramos amar intensamente a Jesús y buscar los signos de su presencia resucitada en esta nueva Pascua! 

Para cultivar la semilla de la Palabra en el corazón: 

1. ¿Qué proceso de fe pascual se va delineando en las sucesivas intervenciones de María, Pedro y el Discípulos Amado en el texto de hoy?

2. ¿Por qué el Discípulo Amado espera a Pedro? ¿Qué me dice este comportamiento para la vivencia eclesial de la Pascua?

3. ¿Qué primeros frutos puedo recoger hoy del camino preparatorio de la Cuaresma, de esta Semana Santa y del Triduo Pascual que hoy culmina?

4. ¿De que manera de invita a vivir el Evangelio la alegría Pascual y cómo voy a “cultivar” la vida nueva en la cincuentena celebrativa que hoy comienza?

5. ¿Con qué signos externos concretos voy a celebrar la Resurrección de Jesús en mi casa y en mi comunidad? 

“Día de la Resurrección.

Resplandezcamos de gozo en esta fiesta.

Abracémonos, hermanos, mutuamente.

Llamemos hermanos nuestros incluso a los que nos odian.

Perdonemos todo por la Resurrección

y cantemos así nuestra alegría:

Cristo ha resucitado de entre los muertos

con su muerte ha vencido la muerte

y a los que estaban en los sepulcros

les ha dado la vida”

(Del Tropario).

Lectio Divina: Sabado Santo: La Noche Santa


P. Fidel Oñoro

LA NOCHE SANTA DE LA VIGILIA PASCUAL

¡Ha resucitado Jesús el crucificado! 

Después de haber acompañado a Jesús el Gran Viernes Santo en su camino de pasión hacia la muerte –explicada anticipadamente en la Eucaristía del Jueves-, y después de habernos detenido en una meditación silenciosa en la aridez del Sábado Santo, celebramos la Vigilia Pascual, la vigilia de las vigilias, “la madre de todas las vigilias”, como la llamó San Agustín. 

Esta noche es diferente a todas las demás noches del año. San Gregorio de Nisa, en el Siglo IV dC, describió la emoción que se vive en una noche como ésta:

“¿Qué hemos visto? El esplendor de las antorchas que eran llevadas en la noche como en una nube de fuego. Toda la noche hemos oído resonar himnos y cánticos espirituales. Era como un río de gozo que descendía de los oídos a nuestras almas, llenándonos de buena esperanza… Esta noche brillante de luz que unía el esplendor de las antorchas a los primeros rayos del sol ha hecho con ellos un solo día sin dejar intervalos a las tinieblas”. 

Y es que la riqueza de los símbolos que van apareciendo gradualmente nos ayudan a percibir la grandeza del mensaje pascual:

·       El FUEGO nuevo que brilla en el cirio pascual nos recuerda la columna de fuego que acompañó el caminar nocturno del pueblo de Dios en su éxodo, es el símbolo de Jesús “luz del mundo” y del fuego encendido por le Resucitado en los corazones.

·       El GLORIA, antiguo himno celebrativo de Cristo, cuya alusión a las palabras del ángel en la noche de la navidad evoca en esta otra noche el sentido pascual de la encarnación y nacimiento del Mesías.

·       El ALELUYA pascual, el himno de los redimidos, cantar de los peregrinos que han emprendido la ruta hacia la patria definitiva.

·       El AGUA regeneradora, signo de la vida nueva en Jesús “fuente de vida”. Renovando nuestra profesión de fe bautismal, declaramos que adherimos a su vida nueva, entrando en comunión con Él.

·       El BANQUETE pascual que celebramos en la liturgia eucarística, comida del y con el Resucitado. De hecho, la Resurrección de Jesús alcanza su sentido pleno en nosotros cuando lo comulgamos en la Eucaristía, el sacramento pascual por excelencia, poniéndole fin al ayuno cuaresmal. 

Y en medio de esta espera vigilante, la Palabra de Dios –Palabra creadora y salvífica- va diseñando un itinerario digno de ser vivido paso a paso. 

Una vez que hemos cantado el PREGÓN pascual, nos sentamos para escuchar nueve lecturas, siete del Antiguo y dos del Nuevo Testamento. El Templo sigue parcialmente a oscuras –con el Cirio Pascual en lugar destacado- porque hacemos la escucha de la Palabra simbólicamente a la luz de Cristo Resucitado, centro del cosmos y de la historia. Ahora la luz es la Palabra, signo concreto de la presencia del Resucitado. 

De esta forma recorremos emocionados el camino pascual de la Palabra, la cual traza un arco entre la primera creación y la nueva y definitiva creación en la Resurrección de Jesús, pasando entretanto por los principales acontecimientos de la historia de la salvación. En este marco histórico comprendemos también el alcance y el significado de las antiguas palabras proféticas. 

En fin, cada acontecimiento y cada palabra de Dios en la historia humana, quiere expresar el amor misericordioso de Dios por nosotros, su deseo de hacernos participar en la vida de su Hijo, haciéndonos pasar de la noche y de la oscuridad de la muerte a la luz de la vida. 

Es así como contemplamos, paso a paso, todo lo que Dios ha caminado con su pueblo para realizar su plan de hacernos a todos una sola realidad en Jesús Resucitado, en quien, como dice un Padre de la Iglesia: “Las cosas divididas se reunieron y las discordantes se aplacaron… la misericordia divina reunió desde todos los lugares, los fragmentos y los fundió en el fuego de su amor, restituyéndoles su unidad primera”. 

Primera lectura: Génesis 1,26-31

“Dios vio que todo lo había hecho era bueno”

El autor de este hermoso poema de la creación parece escribir para un pueblo que está en el exilio y se encuentra afligido por la tragedia de la deportación. En esta situación, el pueblo corre el riesgo de perder la esperanza en la bondad de Dios y en su acción creadora. Es por eso que se presenta la creación como una especie de liberación. Esto lo notamos en la insistencia en el número “siete”, que hace del “descanso-sábado” de Dios el culmen de la creación (ver Génesis 2,3). 

A lo largo del poema, como si se tratara de un estribillo, se insiste en el hecho de que toda obra creada es buena (ver Génesis 1,10.12.18.25), para terminar proclamando que Dios se complace en la mayor de todas sus obras: el hombre (“Y vio que todo estaba muy bien”, 1,31). Es así como se refirma que la esperanza de la vida tiene su fundamento en la misma creación de Dios. 

Esta acción creadora tiene su fuente en la “Palabra de Dios”, palabra soberana que libera del caos y separa de todo elemento negativo. Es la misma Palabra que Israel ha conocido en su historia profética. Y esto crea un puente entre la creación y la historia de la salvación. 

Es desde esta perspectiva como comprendemos el primado de Cristo tanto en el orden de la primera creación como el de la nueva creación, ya que Él es plenamente la “imagen de Dios” (ver Colosenses 1,18; Romanos 8,29; Jn 1,2-3), el que conduce a la humanidad hacia el sábado eterno de Dios (ver Hebreos 4,11). 

Segunda lectura: Génesis 22,1-18

“Y Abraham obedeció al Señor” 

En la tradición rabínica se habla de cuatro noches fundamentales en la historia de la salvación: (1) la de la creación, (2) la del sacrificio de Abraham, (3) la de la salida de Egipto y la última (4) será la de la venida del Mesías (“Poema de las Cuatro Noches”, inserto en el Tárgum palestino de Ex 12,42).

En este momento leemos el relato de la noche de la fe de Abraham: Dios le pide el sacrificio de su hijo. Abraham se presenta como modelo de creyente: su fe es obediencia, camino en la noche, subida al monte, encuentro con Dios que abre un nuevo futuro. 

Esto es lo ejemplar de Abraham: se requiere la fe y un amor que ponga a Dios por encima de todos los amores, aún los más entrañables.  

Desde esta segunda lectura vislumbramos la experiencia de la fe como inicio de la nueva historia que se realiza en Jesús muerto y resucitado.  De hecho, el misterio pascual sólo puede ser acogido en una libertad obediente como la de Abraham. Este desafío será vivido en esta misma noche, en la liturgia bautismal, cuando seamos interrogados por nuestra fe; pero no cualquier fe sino aquella que por el amor a Dios es capaz de cualquier renuncia. 

Tercera lectura: Éxodo 14,15-15,1

“El Pueblo pasó a pie descalzo en medio del mar” 

El del paso del Mar Rojo es relato emocionante que retiene toda nuestra atención. Éste merece un estudio profundo (pero este no es el espacio). 

La Iglesia lee en la riqueza del simbolismo del paso del mar una tipología del bautismo cristiano, así como lo hizo Pablo: “Todos fueron bautizados en Moisés, por la nube y el mar…Todo esto les acontecía en figura, y fue escrito para aviso de los que hemos llegado a la plenitud de los tiempos” (1ª Corintios 10,2.11). 

Los Padres de la Iglesia vieron en este texto un relato de “nacimiento”, tipo del nuevo nacimiento “en Cristo”.  Este nacimiento es una liberación de todas las fuerzas del mal, concretado en el pecado. 

En esta celebración este texto es revivido en el lucernario: la procesión de la luz –con el cirio pascual que representa la nube-, enseguida el himno del “Pregón” pascual, con todas sus referencias poéticas al relato del paso del mar (releído tipológicamente), y más finalmente su inmersión en el agua que es bendecida para el bautismo. 

Cuarta lectura: Isaías 54,5-14

“Tu redentor es el Señor” 

Después de los relatos fundamentales de la Creación, la fe del patriarca Abraham y el paso del Mar Rojo, comienza el ciclo de las Profecías. 

De nuevo el pueblo de Dios se encuentra en una situación difícil. El profeta Isaías dirige a él para “consolarlo” con palabras de amor como “Mi amor de tu lado no se apartará” (54,10a).  Se despliega así una serie de imágenes cargadas expresiones afectivas para infundir en el corazón de todos que Dios se ocupa de verdad de los suyos y que tiene la fuerza para sacarlos de las situaciones dolorosas en que se encuentran. El Señor es un Dios que “quiere” y “puede” redimir a su pueblo. 

La redención conduce al “matrimonio” con el Amado Dios: “Mi alianza de paz no se moverá” (54,10b). La Alianza es una relación íntima, amorosa y esponsal con el Dios que nos ha librado y que espera que lo escojamos desde nuestra nueva situación de hombres libres. Nótese en la lectura la fuerza de la imagen en la que Dios “salva” a la viuda Israel, llevándola al matrimonio (ver 54,11-14). 

La liturgia de esta noche nos llevará a la renovación de la Alianza con Dios que sellamos en el Bautismo. 

Quinta lectura: Isaías 55,1-11

“Así será la palabra que salga de mi boca” 

Esta lectura habla del misterio y de la eficacia de la Palabra de Dios. Así se explica cómo se vive internamente la circularidad de amor y de voluntad en la Alianza con Dios. 

El énfasis de la profecía está en el anuncio de todas las palabras que él ha pronunciado –en cuanto Palabras de Dios- serán eficaces y verdaderas, ya que fue Dios mismo quien se comprometió a cumplirlas. 

Es Dios quien proyecta y dirige la historia. Él sabe sacar bien de dentro del mal que padecemos por nuestras malas opciones. Así lo hizo en el exilio. Es como la lluvia que se esconde en la tierra y allí fecunda el suelo, permitiendo la germinación de nuevos frutos. Así es el obrar de Dios. 

El profeta nos hace entender que Dios es “cercano” y al mismo tiempo “lejano”. Es “cercano” porque nos da su Palabra, nos perdona y nos ofrece tiempos especiales para el encuentro con Él.  Es “lejano” porque su modo de conducir los proyectos siempre nos sorprende, no se deja aprisionar en la lógica y el cálculo humano. 

En el misterio pascual de Cristo, la lógica de Dios que “descuadra” todos los raciocinios humanos, es el paradigma definitivo del actuar divino. 

Sexta lectura: Baruc 3,9-15.32-4,4

“Todos los que la retienen alcanzarán la vida” 

Llegamos ahora a una meditación sapiencial contenida en Baruc. Se dice que el pueblo fue al exilio porque abandonó el camino de la sabiduría: “¡Es que abandonaste la fuente de la sabiduría!… Si hubieras andado por el camino de Dios…” (3,12). El camino de retorno deberá ser un volver a la sabiduría: “Vuelve, Jacob, y abrázala, camina hacia el esplendor bajo su luz” (4,2). 

Pero, ¡atención!, no se trata de una sabiduría esotérica ni de nada parecido, se trata de la sintonía con Dios a la hora de actuar, es decir, una comunión de voluntades. En otras palabras, vivir sabiamente es vivir a la manera de Dios. 

El profeta anuncia con mucho vigor que ha aparecido sobre la tierra esta sabiduría, como un don, y que ella ha vivido en medio de los hombres. 

La patrística ha visto en esta sabiduría una alusión a Jesús y una invitación a la conversión. La “vida nueva” en Cristo resucitado es el logro de esta sabiduría. 

Séptima lectura: Ezequiel 36,16-28

“Os rociaré con agua pura… os daré un corazón nuevo” 

En este pasaje la revelación del Antiguo Testamento alcanza uno de sus vértices: la promesa de la “nueva alianza” (ver también Jeremías 31,31-34). 

La nueva Alianza es una obra de Dios con su pueblo pecador.  Es así como vemos que Dios no interviene en la historia para humillar al hombre sino para purificarlo de sus pecados. 

Como en la lectura anterior, la situación negativa que vive el pueblo ha sido la consecuencia de su mal obrar. Y esta situación de desgracia ha deshonrado el “Nombre” de Dios. Los paganos se burlan de Yahveh: ¿Quién es ese Dios que tiene a sus hijos dispersos y sufriendo en tierra extranjera? Esta burla es una profanación del “Nombre” de Dios: “Y en las naciones donde llegaron profanaron mi santo nombre haciendo que se dijera a propósito de ellos: ‘Son el pueblo de Yahveh, y han tenido que salir de su tierra’” (36,20). 

Pero de repente, Dios mismo realiza un acto inesperado, para que se vea la santidad del “nombre del nombre del Señor”, Dios repite los prodigios del éxodo trayendo a sus hijos a casa (“Os tomaré de entre las naciones, os recogeré de todos los países y os llevaré a vuestro suelo”, 36,24) y sellando con ellos una nueva Alianza (“Vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios”, 36,28). 

La “nueva Alianza” tiene como característica distintiva el hecho que transforma al pueblo “desde dentro”, desde lo profundo del corazón, para superar así el pecado de manera radical: “Os rociaré con agua pura y quedaréis purificados… Y os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo…”, 36,25.26).  Se trata de una pascua que culmina en una Alianza definitiva. 

Octava lectura: Romanos 6,3-11

“Sepultados en su muerte para vivir con Él” 

En esta catequesis Bautismal, Pablo nos remite al rito de la inmersión en el agua para poner de relieve que el Bautismo nos une totalmente a la Cruz de Jesús hasta tal punto que podemos decir que hemos sido crucificados y sepultados con Él. 

Esta participación se extiende, no sólo a la muerte de Cristo, sino también su resurrección: “Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva” (6,4).

Por eso Pablo exhorta para que el bautismo no se vuelva un símbolo que se agota en sí mismo, como si fuera algo pasajero que no va más allá del rito del agua. 

El bautismo, señala Pablo, compromete la libertad del creyente que hace bautizar: debe llegar a ser lo que verdaderamente es, es decir, vivir adherido a Cristo y hacer todos los aspectos de su vida una expresión visible de esta condición existencial de muerte al pecado: “Así también vosotros, consideraos como muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús” (6,11). 

El Bautismo sella la Alianza definitiva con Dios haciéndonos una sola realidad con Jesús: “Si nos hemos hecho una misma cosa con él por una muerte semejante a la suya, también lo seremos por una resurrección semejante” (6,5). En esta tremenda e indisoluble unidad se rompen las cadenas del pecado (ver 6,6) y se comienza a “vivir para Dios” (6,10). 

Evangelio: Lucas 24, 1-12

“¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado” 

El camino de la Palabra llega a su punto culminante. Celebramos la vivificante resurrección de Cristo proclamando con fuerza el Mensaje Pascual: ¡JESÚS ESTÁ VIVO! 

Es así como en esta última lectura se anuncia que la creación nueva y definitiva ha sido inaugurada en la gloriosa resurrección de Jesús, la “obra maestra” de Dios Padre. 

Acompañemos el despliegue del mensaje en esta gran “Buena Noticia”: 

(1) El comienzo de un nuevo día: El “día Señorial” 

El primer día de la semana…” (24,1).  El evangelista Lucas tiene una manera particular de presentar en mensaje pascual. Lo hace articulando cuatro acontecimientos en un solo día: el día de la revelación pascual. 

Para ello pone en primer plano la fidelidad de las mujeres a la ley hebrea del reposo sabático (“Y el sábado descansaron según el precepto”, 23,56).  Pero éste será el último sábado que cumplen según la antigua Ley, porque ahora comienza un nuevo día que permanecerá en adelante como el “día del Señor” (o “día Señorial”): el día de la Resurrección de Jesús y de su manifestación en el caminar histórico de sus discípulos, obra salvífica internamente eficaz en todo quehacer libre del creyente. 

Los cuatro acontecimientos del día pascual son: (1) Las mujeres ante la tumba vacía y el mensaje celestial (Lc 24,1-12); (2) los peregrinos de Emaús encuentran a Jesús, recibiendo la formación de un testigo pascual (24,13-35); (3) en una cena los apóstoles ven a Jesús vivo y reciben el encargo misionero (24,36-49); (4) la ascensión de Jesús (24,50-53). El hilo conductor de los tres primeros episodios es la instrucción pascual en la que se expone el designio salvífico revelado en la Escritura, realizado y proclamado por Jesús (ver 24,6-7.26-27.44-47). 

(2) Antes y después del sábado: el hilo conductor del afecto y la fidelidad de las mujeres 

Lucas destaca la presencia de las mujeres en tres momentos clave:

(a) En el Calvario: “Estaban viendo estas cosas… las mujeres que lo habían seguido desde Galilea” (23,49). Ellas siguen siendo fieles a Jesús. Pero, con todo, Lucas señala un elemento de debilidad: “Estaban a distancia”.  Lo que importa, por lo pronto, es que “ven” y esta primera observación de los acontecimientos de la muerte de Jesús dará su fruto de fe después de la resurrección. 

(b) En la sepultura: Lucas presenta a las mujeres como las últimas en salir del escenario de los fatídicos eventos, anota que “vieron” la tumba y la reverencia con que fue depositado allí el cadáver de Jesús (“cómo era colocado su cuerpo”, 23,55). Enseguida se van, pero solamente para preparar el regreso. El poco tiempo que les queda del viernes es para preparar los óleos perfumados, como conviene a la sepultura real de Jesús, quien fue crucificado como “rey de los judíos”. 

 (c) En la mañana de la resurrección: las mujeres “fueron llevando las aromas que habían preparado” (24,1). Puesto que tenían todo preparado, pueden madrugar apenas ha pasado el reposo sabático. 

Notemos la constante de la fidelidad en el amor. En el llevar aromas se revela toda la ternura de estas discípulas de Jesús que permanecen fieles al Maestro hasta la cruz; esta fidelidad se prolonga tras la noche oscura del sábado santo, cuando van a ungir su cuerpo que todavía creen allí, prisionero de la muerte. Vienen para conservar lo único que queda de Aquel por quien lo dejaron todo desde Galilea. Esto que pretenden hacer era, en el contexto de esa época, un gesto propio de los familiares. Las mujeres se comportan como las personas más cercanas, como legítimos familiares de Jesús (ver 8,20-21). 

(3) La tumba vacía y el mensaje pascual 

Según los vv.2-3, en lugar de un sepulcro cerrado las mujeres descubren que la piedra de la entrada ha sido rodada y que la cámara funeraria está vacía. Lucas le da el título de “Señor” a Jesús: “no hallaron el cuerpo del Señor Jesús”; un título con sabor pascual. 

Se describe enseguida la “inseguridad” de las mujeres (v.4ª). La aparición de “dos hombres con vestidos resplandecientes”, levanta un nuevo telón para que se pueda comprender el sentido del acontecimiento (v.4b). El hecho de ser “dos” indica que se trata del anuncio realizado por testigos válidos (ver 10,1; también Deuteronomio 19,15: para que un testimonio sea válido debe haber por lo menos dos testigos oculares). Su vestido resplandeciente nos remite al estado glorioso (ver el relato de la transfiguración, 9,29; ver una aparición similar en Hechos 1,10 y 10,30). 

Las mujeres se preparan para escuchar el mensaje con una postración profunda (ver Daniel 10,2-12). No dice que “cayeron” sino que “inclinaron el rostro a tierra”, lo cual indica el clima de adoración con que reciben las palabras de los ángeles (ver 24,5ª). 

Entonces los dos mensajeros hacen el anuncio fundamental de que ¡JESÚS ESTÁ VIVO! (ver en 24,23: los ángeles “decían que él vivía”).  Dicho anuncio tiene tres partes:

(a) Una pregunta que indica que están buscando a Jesús por el camino equivocado: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?” (24,5b). Literalmente: “al viviente”.

(b) Una novedad: “No está aquí, ha resucitado” (24,6ª).

(c) Una exhortación introducida por un imperativo: “Recordad cómo os habló cuando estaba todavía en Galilea…” (24,6c). Y se agrega el mensaje que hay que recordar (v.7). 

Veamos cómo nace la fe pascual en este relato. Los mensajeros no le dan una palabra de conforto a las mujeres (“No temáis”, Mc 16,6), sino que por medio de una pregunta las invitan a buscar al Resucitado en el lugar correcto. Si bien las mujeres están haciendo lo que creen que es correcto, hay un error fundamental de perspectiva: buscan a un difunto y no al viviente que es Jesús, puesto que todavía no han creído la palabra de Jesús acerca de la resurrección. 

Entonces, ¿Dónde hay que buscar al Viviente? La respuesta de los mensajeros es “¡Recordad!”: 

(a) Jesús ya había dicho que la Pasión estaría seguida de la resurrección (ver 9,22) y que esto obedecía al plan de Dios Padre (sentido de la frase “es necesario”) quien por el camino de la Cruz conduce a la Gloria. Por lo tanto, se trata de reconocer a través de la fe los dolorosos acontecimientos del sufrimiento y muerte de Jesús, y que él está vivo. 

(b) No hay que buscar a Jesús en el “memorial” que es la tumba sino en la memoria viva y actualizante de las enseñanzas (palabras y acciones) recibidas en el proceso de discipulado. En el camino de discipulado se ha pasado de la muerte a la vida (ver 9,60). El mensaje pascual invita a repasar y asumir la historia completa del evangelio: Jesús, quien había proclamado la salvación de Dios desde Galilea hasta Jerusalén y quien sufrió la prueba de la pasión y ha triunfado de la muerte. 

 “Y ellas recordaron sus palabras” (24,8).  Esta una forma concreta de decir que las mujeres creyeron en la Palabra. 

(4) Las mujeres son constituidas testigos con pleno derecho 

No se habla de una aparición de Jesús a las mujeres, su fe fue suficiente. Por iniciativa propia van a buscar a los discípulos para anunciar el acontecimiento: los hechos y el mensaje. Gracias a las mujeres el testimonio pascual comienza a difundirse: “anunciaron todas estas cosas” a la Comunidad. 

Estas discípulas fieles, que no abandonaron a Jesús y que regresaron para terminar lo que quedó faltando en el funeral, se convierten en las primeras testigos de la resurrección. Las mujeres tienen una mayor responsabilidad. Son constituidas en testigos con pleno derecho, así los discípulos pongan resistencia para aceptarlo. 

De hecho, como se anota casi enseguida, la fe tenaz de las mujeres está en brusco contraste con la débil reacción por parte de los otros discípulos, quienes toman el anuncio como “disparate” o “tontería” de las mujeres; de hecho “no creen” (v.11).

(5) La visita de Pedro al sepulcro (24,12) 

Se agrega finalmente que Pedro “se levantó y corrió al sepulcro” (24,12). El episodio nos recuerda lo narrado en Juan 20,3-10, con la diferencia notable de que Pedro va solo. 

El “ve” y se queda “estupefacto” por lo que ve. Su “ver” no es todavía la comprensión penetrante de la revelación que había transformado al centurión romano (“Al ver el centurión lo sucedido, glorificaba a Dios diciendo: ‘Ciertamente este hombre era justo’”, 23,47) o a las mujeres mismas al amanecer. Hasta que el Resucitado no haya traspasado la mente obtusa de Pedro y de los otros apóstoles, estos no serán capaces de creer plenamente en estupenda realidad de la resurrección. 

Nuevos signos del Resucitado están por venir. Por lo pronto, la presencia de Pedro, el primero de los apóstoles, es significativa en este momento. Quizás sea este el preludio del “ver” completo de Pedro que será motivo de proclamación más adelante en Jerusalén: “¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!” (24,34). 

¡Jesús, tú que eres el Viviente, ilumina nuestras vidas con el gozo de tu Palabra que le da sentido a todas las cosas y llénanos de la gloria que tú y sólo tú, nuestra esperanza, puedes darnos venciendo cada una de nuestras amarguras y enjugando nuestros llantos! Amén. 

Para cultivar la semilla de la Palabra en el corazón: 

1. ¿Cómo se coordinan las nueve lecturas de la Vigilia Pascual? ¿Qué proceso estoy invitado a vivir?

2. ¿Qué se le pide a las mujeres que iban con aromas en ungir a Jesús? ¿No habrá que buscarlo “viviente” y ungirlo con amor en los hermanos (así como el buen samaritano con su enemigo)?

3. ¿Qué pasos hay que dar para llegar a la fe pascual?

4. Proclamamos la Resurrección de Jesús, pero a veces nos comportamos como si no lo hubiera hecho. ¿Cuáles son las formas inapropiadas de buscar a Jesús resucitado que tenemos hoy? ¿En qué circunstancias trato a Jesús como a un difunto y no como al “Señor Viviente”?

5. ¿Qué nos dice este evangelio sobre el misterio y la misión de la mujer en la Iglesia? 

“¿Por qué lloráis al Incorruptible

como si hubiese caído en la corrupción?

Id y anunciad a sus discípulos:

Cristo ha resucitado entre los muertos.

Mujeres evangelistas, levantaos,

dejad la visión e id a anunciar a Sión:

Recibe el anuncio de la alegría:

Cristo ha resucitado.

Alégrate, danza, exulta Jerusalén

y contempla a Cristo tu Rey que sale

del sepulcro como un Esposo

(De los Estikirás, canto de Pascua de la Iglesia Oriental).

Lectio Divina: Viernes Santo, La Pasión del Señor


P. Fidel Oñoro

La Victoria de la Cruz:

Insondable misterio de amor y de dolor

Juan 18, 1- 19,42

“Todo está cumplido”

Contemplamos hoy la Cruz de Jesús con silencio emocionado y reverente, tratando de captar el insondable misterio de amor y de dolor que se manifiesta en ella. A través del terrible sufrimiento y la muerte del inocente Jesús, vislumbramos y acogemos agradecidos un don inmerecido: la liberación del mal, el perdón de nuestros pecados. 

Hoy tomamos conciencia de que si bien sobre la Cruz permanecen los signos de la maldad humana -una maldad que se sigue desencadenando en un mundo donde sigue habiendo nuevos crucificados víctimas del egoísmo, la miseria, el terrorismo- lo que brilla con mayor esplendor en ella no es el pecado del hombre ni la cólera de Dios, sino el amor de Dios que no conoce medida. 

Para ayudarnos a comprender esto, el evangelista Juan nos acompaña en este Gran Viernes Santo con el inmenso relato de la Pasión que leemos en los capítulos 18-19. 

Veamos cómo el relato de la Pasión según san Juan nos ofrece algunos puntos de vista particulares del misterio: 

(1) La Pasión y muerte de Jesús es un don de amor que salva

Según Juan, la Cruz es revelación del amor de Dios en el mundo: “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (3,16).  Sólo Jesús puede llevar esta Cruz (ver el evangelio del martes pasado). Pero su victoria que salva al mundo (ver 3,17) se manifestará en increíbles expresiones de amor que iluminan la oscuridad de los corazones, rescatan de las esclavitudes internas y llevan al creyente a obrar según la fuerza de este mismo amor (ver 3,19-21). 

La dinámica del relato muestra en todos sus detalles cómo la Pasión de Jesús es un don de amor y no la consecuencia de su debilidad. Es la muerte del Buen Pastor que “da su vida por las ovejas… para que tengan vida y la tengan en abundancia” (10,11.10). 

(2) La Pasión y muerte de Jesús es entrega voluntaria de la vida y no simple debilidad

Sin esconder el aspecto doloroso, para Juan, el gran valor de la Pasión de Jesús reside en el hecho de que es fruto de un don, de una libertad total, del haberlo vivido con plena conciencia y conocimiento: “Doy mi vida para recobrarla de nuevo… yo la doy voluntariamente” (10,17-10).  Así el Jesús que va camino a la muerte le da a esta muerte una dignidad sin igual.  

Notémoslo particularmente el relato del arresto de Jesús. Ante la majestad de Jesús, que Él manifiesta en sus gestos y en aquel soberano “YO SOY”, los que vienen a capturarlo retroceden y caen en tierra (18,4-6).  Ellos no podrían arrestar a Jesús si Él mismo no se entregara libremente.  

Esta libertad aparece en la orden que Jesús le da a los que vienen a capturarlo, para que no le hagan daño a sus discípulos (18,8-9). Una vez más Jesús aparece como el pastor de las ovejas que da su vida por las ovejas. 

Vemos la misma libertad de Jesús frente al Sanedrín reunido en la casa de Anás (18,19-23) y delante del representante del más formidable poder humano de la época, el imperio de Roma (19,1-11). 

(3) La Pasión y muerte de Jesús es la proclamación de su realeza

El relato de la Pasión está estructurado de tal manera, que percibimos las etapas de una progresiva entronización en el trono:

–        Se comienza con el reconocimiento del título a propósito de la pregunta de Pilatos: “Sí, como dices soy Rey” (19,38).

–        Luego Jesús es irónicamente coronado con espinas (19,2).

–        Enseguida Pilatos lo presenta al pueblo revestido con los arreos reales: “Aquí tenéis al hombre” (19,5).

–        También de manera irónica el evangelista narra cómo Pilatos le cede el trono: “Mandó que sacaran fuera a Jesús y lo sentó en tribunal” (19,13; traducción de la Biblia de América).

–        Entonces se anuncia su constitución como Rey a todas las naciones (19,19). La inscripción colocada sobre la Cruz aparece en las tres lenguas más importantes del momento: el latín –lengua de la política-, el griego –lengua de la cultura- y el hebreo –lengua de la religión judía-. Ante las protestas de los adversarios, Pilatos declara: “Lo escrito, escrito está” (19,22).

–        Finalmente Jesús es entronizado en la Cruz y es admirado en su realeza: la contemplación de su costado atravesado por la lanza (19,31-37).

–        Como epílogo, el Rey es colocado en su tálamo real con una unción que está a la par de su inmensa dignidad (19,39-42). 

La categoría de la realeza expresa siempre bien la idea de una mediación universal.  Asumiendo lo humano hasta sus extremas consecuencias, en la muerte y la sepultura, Jesús puede ser el mediador de todos los hombres y ejercer el Señorío de Dios sobre el mundo.  

(4) La Pasión y muerte de Jesús es una “revelación”

La muerte de Jesús es la “hora de la Gloria” en la cual Dios se manifiesta completamente al mundo. Todo el camino histórico de la revelación llega a su cumplimiento: “Todo está cumplido” (19,30; ver también 19,24.28).  

El camino iniciado en la encarnación, “Y la Palabra se hizo carne y puso su Morada (plantó su tienda) entre nosotros” (1,14), logra su plenitud cuando en la Cruz se manifiesta que no solamente Dios está entre nosotros sino también en función de nosotros. Entonces es la realización de la razón de ser de la Encarnación. Entre otras cosas, el “plantar la tienda” alude a una condición pasajera, de peregrinación, a un tener que partir de nuevo. 

De esta manera en Jesús crucificado revela el rostro de Dios y el rostro del hombre, al tiempo que recibimos todo lo que necesitamos para vivir en plenitud accediendo a la vida eterna que es propia de Dios. 

Al servicio de esta comprensión aparecen algunos detalles propios de este evangelio, que vale la pena observar:

– No aparecen las tinieblas que tan dramáticamente describen los otros evangelistas. Más bien sucede lo contrario: la última hora mencionada en el relato es precisamente la de la mayor irradiación de luz al mediodía (ver 19,14).

– El relato comienza en un huerto, lugar donde Jesús formaba a sus discípulos cuando estaba en Jerusalén (19,1-2), y termina en un jardín, donde salen a la luz los discípulos ocultos (19,38-39). El tema de la “vida”, con conexión con el “amor”, está acentuado.

– Entre la muerte y la sepultura de Jesús, se abre una nueva escena que da espacio a la contemplación, por parte del discípulo amado, de los tres signos reveladores del sentido de la muerte de Jesús (19,31-37). 

Además, la cadena de citas bíblicas finales nos envían en esta dirección. La última, por ejemplo, el misterioso pasaje de Zacarías 12,10 (“Mirarán al que traspasaron”, citada en Jn 19,37), es clave para comprender el significado último de la Pasión. Zacarías hablaba proféticamente de un misterioso dolor de Dios, quien se sentía herido por la muerte de un Rey-Pastor. Esta muerte es como un desgarramiento en el corazón de Dios, y de este desgarramiento brota la posibilidad de una reconciliación entre Dios y su pueblo.  

De esta forma concreta Juan quiere decirnos que la muerte de Cristo es revelación del amor de Dios en el mundo.  Y esta muerte-amor fundamenta la posibilidad de una vida nueva.  

(5) La Pasión y muerte de Jesús es exaltación: la Cruz se convierte en Gloria

Con su habitual compenetración de planos, san Juan sabe ver contemplativamente la unidad del misterio: el Jesús terreno es al mismo tiempo el Cristo glorioso. El crucificado traspasado por la lanza es al mismo tiempo el Cristo Exaltado y Glorioso. 

Jesús no muere entre lamentos, sino con un grito triunfal (“¡Todo está cumplido!”, 19,30). El evangelista presenta la muerte a la luz de la resurrección y así el día de la muerte, que no pierde el rigor de su luto, se vuelve luminoso porque sobre la Cruz se proyecta la gloria de la Pascua. 

Esto hay que observarlo de manera particular en el último instante de la Pasión. El evangelista presenta el último suspiro de Jesús como una donación del Espíritu que invade al mundo (ver 19,30; de hecho, según el texto griego, más que un “expirar” de Jesús, se habla de una “entrega del Espíritu”). 

Enseguida el cuerpo herido de Jesús muerto y resucitado se convierte en Templo de la Nueva Alianza, de Él brota el río de la vida que es el Espíritu Santo. Así lo anunció el mismo Jesús en 7,37-39: “De su seno correrán ríos de agua viva”. Jesús da su propia vida para que vivamos de ella (ver todas la recurrencias de “agua” en este evangelio: el agua es el Espíritu, la misma fuerza vital de Jesús ofrecida como don mesiánico). 

La Pasión según san Juan nos enseña entonces que si la muerte de Jesús no es sólo el morir de un hombre, sino la revelación del amor de Dios en el mundo, ésta es ofrenda de vida para el hombre, es un soplo del Espíritu. Lo que Jesús hará en la noche del Domingo de Pascua, en el encuentro con los discípulos, cuando reencienda en ellos la alegría comunicándoles el Espíritu, no será otra cosa que el fruto de esta muerte. 

Bajo el soplo de este Espíritu la Victoria de la Pasión se inserta en nosotros. Bien decía H. Newman: “Velar con el Crucificado es hacer memoria con ternura y lágrimas de su sufrimiento por nosotros, es perderse en contemplación, atraídos por la grandeza del acontecimiento, es renovar en nuestro ser la pasión y la agonía de Jesús”.

¡Comencemos ahora nuestra propia lectura orante de este grandioso relato! 

Para cultivar la semilla de la Palabra en el corazón: 

Ante el Crucificado emergen la conciencia de la gravedad de nuestros pecados y la grandeza del amor de Dios. La escucha de la Palabra es lo que nos permite entrar de manera más profunda en este misterio. Que el Espíritu de Dios ilumine nuestra mente y abra nuestro corazón, de manera que brote fuerte la voz de nuestra gratitud con Dios unida al deseo de una profunda conversión.

1. Hoy nuestra oración se hace universal para confirmar nuestra confianza en el Reino que viene y para participar en los sufrimientos de todos los que hoy en el mundo continúan en sí mismos la Pasión de Cristo. ¿Qué personas y realidades concretas voy a colocar hoy a los pies de la Cruz?

2. La adoración de la santa Cruz es una declaración de la aceptación del Señorío de Dios sobre mi vida, Señorío que somete el pecado y todo mal. ¿Qué pecados míos quedan crucificados en la Cruz de Cristo?

3. La comunión Eucarística es comunión con la Cruz de Jesús, para que –identificado con el amor del Crucificado- brote de mí el amor, el perdón y el servicio que impregna de una inmensa calidad todas mis relaciones y le da sentido a mi vivir. ¿Qué impulsos de amor, de perdón y de servicios hacia personas concretas que –en mi opinión no se lo merecen- siento hoy en comunión con el Crucificado? 

“Haz, Señor, que tu Cruz permanezca

como signo del Padre que acoge,

como signo de la vida nueva y definitiva que has sellado con tu Sangre,

como signo permanente del Amor que todo lo trasciende:

el amor de Dios por los hombres y nuestro amor por los hermanos

hasta el perdón”

 (C. M. Martini)

Lecto Divina: Jueves Santo, La Cena del Señor


P. Fidel Oñoro

Lavatorio de los pies: el camino de la comunión con Jesús

Juan 13, 1-15

“Los amó hasta el extremo” 

Entremos en el Triduo Pascual

Con la celebración vespertina llamada “Misa en la Cena del Señor”, evocamos y hacemos presente la última cena de Jesús con sus discípulos antes de su Pasión. Así entramos en el corazón del año litúrgico, que es el gran Triduo Pascual. 

Precisamente el triduo pascual se coloca en el centro del año litúrgico por su función de “memorial” de los eventos que caracterizan la Pascua “cristiana”. Como la comunidad de Israel, también la Iglesia mantiene viva la memoria de la misericordia de Dios que “pasa” continuamente por su historia y refunda su existencia como “pueblo de Dios” con base en esta perenne voluntad de reconciliación. 

El centro de este “memorial” es el Misterio Pascual, la muerte y resurrección de Jesús. En la muerte de Jesús, Dios ha asumido la naturaleza humana hasta la muerte, “hasta la muerte de Cruz” (Filipenses 2,8). A través de ella, Jesús “se convirtió en causa de salvación eterna para todos aquellos que le obedecen” (Hebreos 5,9; idea importante del Viernes Santo).  De hecho, la cruz de Jesús no se puede separar de la resurrección, fundamento de nuestra esperanza. Y este es nuestro futuro: “Sepultados… en su muerte, para que también nosotros vivamos una vida nueva” (Romanos 6,4; idea central de la Vigilia Pascual). 

Todo esto se recoge en la gran Eucaristía que se celebra entre hoy y el Domingo de Pascua. Hoy hacemos “memoria” de aquella primera Eucaristía que Jesús celebró y al mismo tiempo la actualizamos como recuerdo del pasado, como presencia en el hoy de nuestras comunidades, al mismo tiempo de esperanza y profecía para el futuro. 

El cuerpo y la sangre eucarísticos de Jesús nos asegura su presencia a lo largo de la historia. Es Jesús mismo quien establece de manera concreta, en la Eucaristía, la permanencia visible y misteriosa de su muerte en la Cruz por nosotros, de su supremo amor por la humanidad, de su venida continua dentro de nosotros para salvarnos y santificarnos. Es así como en cada celebración su corazón, traspasado por la lanza, sea abre para derramar el Espíritu Santo sobre la Iglesia y el mundo. 

Para profundizar en esto, se nos propone leer hoy el relato del “lavatorio de los pies” (Juan 13,1-15). Notemos que en la última cena, el evangelista Juan no habla de la institución de la Eucaristía (que se encuentra ampliamente tratada en el discurso del “Pan de Vida” en Jn 6).  Juan prefiere colocar aquí un gesto que indica el significado último de la Eucaristía, como acto de amor extremo de Jesús por los suyos, manifestación de un servicio pleno hacia los discípulos. 

(1) Introducción: la hora del amor supremo (13,1)

La última parte del evangelio de Juan (13-21) se abre con una introducción solemne: “Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (13,1). 

El evangelista Juan nos ayuda a recorrer atentamente el último día de Jesús con sus discípulos. Así nos hace comprender que efectivamente ha llegado la “hora” tan esperada por Jesús, la “hora” ardientemente deseada, cuidadosamente preparada, frecuentemente anunciada (ver 12,27-28). Es la “hora” en que manifiesta su amor infinito entregándose a quien lo traiciona, en el don supremo de su libertad. 

Dos aspectos se ponen de relieve:

– Esta es la hora en que Jesús regresa a la casa del Padre: “había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre”. Él conoce el camino y la meta.

– Esta es la hora en la que Jesús da la máxima prueba de su amor: “los amó hasta el extremo”. 

Juan señala que el amor de Jesús viene de Dios y es, por lo tanto, un amor gratuito y total. La cruz de Jesús será la manifestación de este amor divino, afecto supremo que ama hasta las últimas consecuencias, hasta el extremo de sus fuerzas. 

El marco es el de la Pascua hebrea: “Antes de la fiesta de la Pascua”. En ella el pueblo de Israel celebra con gratitud los beneficios de Dios, quien lo liberó de la esclavitud y lo hizo su pueblo. Jesús lleva a su cumplimiento esta liberación, arrancando al hombre de la esclavitud del pecado y de la muerte y dándole la comunión plena con Dios. 

El gesto simbólico del lavatorio de los pies muestra la significación de la entrega de su vida y el valor ejemplar que ésta tiene para todo discípulo. 

(2) El lavatorio de los pies (13,2-5)

El episodio del lavatorio de los pies es un “signo” que revela un misterio mucho más grande que lo que una primera lectura inmediata puede sugerir. 

El gesto contiene una catequesis bautismal y al mismo tiempo una enseñanza sobre la humildad, una ilustración eficaz del mandamiento del amor fraterno a la manera de Jesús: el amor que acepta morir para ser fecundo. 

Durante la cena” (13,2ª). En la cena, donde el vivir en comunión encuentra su mejor expresión, pesa la sombra de la traición que rompe la amistad. Pero mientras el traidor se mueve orientado por el diablo (13,2b), Jesús lo hace dejándose determinar por Dios (13,3). Lo que Jesús ha hecho y va a hacer, proviene de su comunión con Dios. Ahí radica la libertad que hará que la muerte que le aguarda sea realmente un don de amor por los suyos y por los hijos de Dios dispersos. 

El Padre le había puesto todo en sus manos” (13,3ª). El amor del pastor (10,28-29) protegerá los discípulos de un mundo que quisiera poder arrancarlos de la comunión de vida con su Maestro. Y aunque ellos lo traicionen, Jesús reforzará los vínculos con ellos y les ofrecerá un perdón pleno. Por lo tanto, lavar los pies constituye una promesa de aquel perdón que el Crucificado le ofrecerá a los discípulos en la tarde del día de la resurrección (ver Jn 20,19ss). 

Y se puso a lavar los pies de los discípulos”. Notemos en el v.4 los movimientos de Jesús. Para demostrar su amor: (a) se levanta de la mesa, (b) se quita los vestidos (el manto), (c) se amarra una toalla alrededor de la cintura, (d) echa agua en un recipiente, (e) le lava los pies a los discípulos y (f) se los seca con la toalla que lleva en la cintura. 

El lavatorio de los pies está enmarcado por el “quitarse” (13,4) y “volver a ponerse” los vestidos (13,12). Este movimiento nos reenvía al gesto del Buen Pastor de las ovejas, quien se despoja de su propia vida para dársela a sus ovejas. De hecho, se puede notar que los verbos que se usan en el texto son los mismos verbos que se utilizan en el capítulo del Buen Pastor, cuando se dice que “ofrece su propia vida” y “la retoma” (ver Jn 10,18).  

El despojo del manto y del amarrarse la toalla son, por lo tanto, una evocación del misterio de la Pasión y de la Resurrección, que el lavatorio de los pies hace presente de manera simbólica.  Jesús se comporta como un servidor (a la manera de un esclavo) de la mesa ya que su muerte es precisamente eso: un acto de servicio por la humanidad. 

Así llegamos a entender que el lavatorio de los pies sustituye el de la institución de la Eucaristía precisamente porque explica lo que sucede en el Calvario. En el lavatorio de los pies contemplamos la manifestación del Amor Trinitario en Jesús que se humilla, que se pone al alcance y a disposición de todo hombre, revelándonos así que Dios es humilde y manifiesta su omnipotencia y su suprema libertad en la aparente debilidad. 

(3) El diálogo con Pedro (13,6-11)

La reacción de Pedro no tarda.  En el evangelio de Juan, Pedro representa al discípulo que tiene dificultad para entender la lógica de amor de su Maestro y para dejarse conducir con docilidad por la voluntad de su Señor.  

Pedro no puede aceptar la humildad de su Maestro: se trata de un acto de servicio que, según él, no está a la altura de la dignidad de su Maestro (13,6). En la cultura antigua los pies representan el extremo de la impureza, por eso lavar los pies era una acción que solo podían realizar los esclavos. Pedro se escandaliza de lo que Jesús está haciendo y dicho escándalo pone en evidencia la distancia entre su modo de ver las cosas y el modo como Jesús las ve. 

Jesús entonces le explica a Pedro que él ahora no puede comprender lo que está haciendo por él, pero en sus palabras le hace una promesa: “¡Lo comprenderás más tarde!” (13,7).  A la luz de la Pascua no se escandalizará más por todo lo que el Señor hizo por él y por los otros discípulos. Más bien, aquel gesto constituirá un comentario brillante al misterio de amor “purificador” de la Pasión: amor que los hace capaces de amor en la perfecta unión con Dios (13,8-11). De esta forma se podrá tomar parte en su propio destino. 

(4) El valor ejemplar del gesto de Jesús (13,12-15)

Los vv. 12 a 15 hacen la aplicación del lavatorio de los pies a la vida de los discípulos, para sugerir el estilo de la comunidad de los verdaderos discípulos: cómo debemos comportarnos los unos con los otros (ver 13,12). 

Precisamente aquél que es el “Señor y el Maestro” (13,13) se ha hecho siervo por nosotros y por tanto la comunidad de los discípulos está llamada a continuar esta praxis de humillación en los servicios –a veces despreciables a los ojos del mundo- para dar vida en abundancia a los humillados de la tierra. 

Este estilo de vida estará marcado por la reciprocidad, irá siempre en doble dirección, ya que se trata de estar disponibles para hacerse siervos de los hermanos por amor, pero también para saber acoger con sencillez, gratitud y alegría los servicios que otros hacen por nosotros.  

Juan subraya que tal servicio será un “lavarse los pies unos a otros” (13,14); en otras palabras consistirá en aceptar los límites, los defectos, las ofensas del hermano y al mismo tiempo que se reconocen los propios límites y las ofensas a los hermanos. 

En fin, retengamos la doble lección:

Sólo del reconocimiento del gran amor con el cual hemos sido amados podremos madurar nuevas actitudes de perdón y de servicio con todos los que nos rodean. Por lo tanto, dejémonos aferrar por el amor de Cristo para que nazca de nuestro corazón una caridad y una alabanza sincera.  

Jesús pide que lo imitemos para que a través de los servicios humildes de amor a los hermanos podamos transformar el mundo y ofrecerlo al Padre en unión con su ofrenda en la Cruz. Ésa es la raíz de la sacerdotalidad. 

Para cultivar la semilla de la Palabra en el corazón: 

1. ¿Qué relación hay entre el gesto del lavado de los pies, la Eucaristía y la muerte de Jesús en la Cruz?

2. ¿Por qué Pedro no quería dejarse lavar los pies? ¿Qué le enseña Jesús? ¿Qué relación tiene con el bautismo?

3. ¿Qué servicios concretos me está pidiendo Jesús en esta etapa de mi vida? ¿Estoy disponible con libertad de corazón o estoy resistiendo?

4. ¿Qué gestos concretos de amor humilde y servicial podría hacer hoy o en estos días para aliviar el dolor de mis hermanos que sufren y para dar repuesta a sus necesidades?

Lectio Divina: Miercoles Santo


P. Fidel Oñoro

El precio de una traición

Mateo 26, 14-25

“¿Acaso soy yo, Señor?” 

El evangelio de hoy enfatiza el tema de la traición de Judas, según la versión del evangelista Mateo. 

También aquí en tres escenas seguidas aparece la progresiva entrada en la Pasión:

– El pacto comercial de Judas con los sumos sacerdotes para realizar la entrega de Jesús (26,14-16).

– La preparación de la cena pascual (26,17-19).

– El comienzo de la cena, en cuyo contexto Jesús desvela la identidad del traidor (26,20-25). 

(1) La entrega de Jesús es pactada por el precio de un esclavo (26,14-16)

El pacto entre Judas y los sumos sacerdotes le da impulso al macabro plan que llevará al arresto de Jesús y finalmente a su muerte.  

Todo empieza con un fuerte contraste. Según Mateo, justo en el momento en que la mujer unge con amor el cuerpo de Jesús para la sepultura (26,6-13), Judas Iscariote parte donde los sumos sacerdotes con el fin contratar la traición de Jesús. 

Con la anotación “uno de los Doce” (26,14), se pone en evidencia el escándalo. Mateo muestra el lado oscuro del seguimiento de Jesús, el traidor potencial en que puede transformarse todo creyente que se encuentre frente a un momento crítico. 

En el diálogo de Judas con los sumos sacerdotes se denuncia que el dinero era una de las motivaciones de la traición: “¿Qué queréis darme, y yo os lo entregaré?” (26,15ª).  Mateo da un ejemplo concreto del poder corruptor de la riqueza. Precisamente sobre este punto los discípulos habían sido instruidos en el Sermón de la Montaña (ver 6,19-21.24). Una ilustración de la importancia del tema para el discipulado fue la escena del joven rico y las palabras de Jesús que le siguieron (ver 19,23). Por lo tanto, los discípulos no deben andar preocupados por los bienes materiales, ante todo deben buscar “primero su Reino y su justicia” (6,34). 

La avidez de Judas por el dinero lo lleva a abandonar el único tesoro por el cual valía la pena dar la vida. Así, guiado por sus propias motivaciones, Judas toma una decisión libre: rechaza el Evangelio y escoge el dinero; esto lo conducirá a un destino terrible (ver el v.24). 

Recibe en contraparte “treinta monedas de plata” (26,15b). Se evoca así un texto de Zacarías que dice: “‘Si os parece bien, dadme mi jornal; si no, dejadlo’. Ellos pesaron mi jornal: treinta monedas de plata” (Zc 11,12). Según Éxodo 21,32, éste es el precio de un esclavo. En el texto de Zacarías se indica que se trata de una suma mezquina que se volverá a colocar en el tesoro del Templo (ver más adelante en Mt 27,9-10). Detrás de todo está la convicción fundamental de Mateo: la traición de Judas y su muerte parecen ser el triunfo del mal, mientras que misteriosamente hacen parte del gran designio de la salvación de Dios, ya que la Palabra de Dios se está realizando. 

Judas sigue dando los pasos necesarios para consumar su traición: “andaba buscando una oportunidad para entregarle” (26,16b). La “oportunidad” que aquí se habla tiene que ver con la frase que Jesús va a decir más adelante: “Mi tiempo está cerca”. Casi irónicamente Jesús y Judas buscan el mismo “tiempo” (kairós): la entrega del Hijo del hombre en las manos de los pecadores. Judas lo hace para ganarse treinta monedas de plata, mientras que Jesús lo hace para dar la vida por la salvación de la humanidad. 

(2) La preparación de la cena pascual (26,17-35)

Estamos ya en la vigilia de la Pascua, “el primer día de los Ázimos” (26,17ª). El jueves, durante el día todas las famitas hebreas botaban a la basura el pan con levadura, para celebrar como se debía la Pascua, con pan sin levadura (como lo manda Éxodo 12,15). La verdadera fiesta empezaba al atardecer. 

El evangelio se concentra en las palabras decididas de Jesús y en la obediencia inmediata de los discípulos. Hay un fuerte sentido de autoridad en las palabras de Jesús: “En tu casa voy a celebrar la Pascua con mis discípulos” (26,18). 

El énfasis recae en dos frases:

– “Mi tiempo está cerca” (26,18). En la muerte de Jesús irrumpe el nuevo tiempo de la salvación (ver 13,40). Por eso su carácter determinante: anticipa el final de la historia, cuando se decidirá el destino humano. 

– “Con mis discípulos”, ya que en todo lo que está a punto de suceder estará comprometido el vínculo entre Jesús y sus discípulos. 

La “pascua”, la fiesta hebrea de la liberación, da el horizonte para interpretar el significado de la muerte y resurrección de Jesús y también el nuevo horizonte de vida que de allí se desprende para los discípulos. 

(3) El desvelamiento de la identidad del traidor (26,20-25)

El sol se acaba de ocultar y comienza el ritual de la cena pascual (26,20). Se trata de una fiesta de alegría, pero para Jesús y sus discípulos el momento solemne del banquete resulta inserto en un doloroso contexto de traición. El evangelista hace sonar enseguida la nota aguda de la Pasión: “Uno de de vosotros me entregará” (26,21).

En el relato, la tensión va aumentando poco a poco hasta que revienta la confrontación final entre Jesús y Judas en el versículo final (26,25):

–        Cuando los discípulos escuchan la profecía tremenda de Jesús, se llenan de miedo y comienzan a preguntar: “¿Acaso soy yo, Señor?” (26,22).  La indicación “uno por uno” invita al lector a hacerse la misma pregunta.

–        Jesús les responde dando una indicación precisa (26,23). Sus palabras ponen de relieve la tragedia de la traición: él viola el vínculo de amistad y de confianza que Jesús celebra con sus discípulos. Es el extremo pecado (“¡Ay de aquel!”; 26,24).

–        Cuando Judas hace la pregunta, el evangelista cambia la palabra “Señor” (que habían dicho los anteriores) por la palabra “Rabbí” (26,25a; término que en Mateo tiene un matiz negativo). Se pone en evidencia el contraste entre las palabras de Judas y la fe absoluta y confiada de los otros discípulos en Jesús. Llamándolo “Rabbí”, Judas se dirige a Jesús como lo hacían los enemigos, sin reconocer la verdadera identidad de su Maestro. 

Así emerge el rostro del traidor.  En su pregunta hipócrita Judas aparece definitivamente como un discípulo perdido. Sus palabras revelan su voluntad de hacer eliminar a Jesús y destruir así el sentido profundo de su propia vida. La respuesta final de Jesús (ver 26,25b) no hará sino confirmar lo que proviene de su libre decisión.

Para cultivar la semilla de la Palabra en la vida: 

1. ¿Qué motivó la traición de Judas? ¿Cómo se sigue repitiendo hoy su gesto infame?

2. ¿He hecho los preparativos para comenzar mañana la celebración de la Pascua? ¿Qué me falta hacer?

3. ¿Cómo se relaciona Judas con Jesús? ¿Qué me invita a revisar en mi relación con Jesús?

Lectio Divina: Martes Santo


Padre Fidel Oñoro

En contraluz con Jesús: traición y negación

Juan 13, 21-33.36-38

“Uno de vosotros me entregará…

No cantará el gallo antes que tú me hayas negado tres veces” 

De la cena en Betania pasamos a la última cena, en la cual Jesús se despide de sus discípulos. En medio de ella Jesús le ha lavado los pies a sus discípulos (evangelio del próximo jueves). La comida se interrumpe bruscamente y se da paso a tres escenas que culminan este capítulo del evangelio de Juan:

– El anuncio de la traición de Judas (13,21-30).

– Una enseñanza de Jesús sobre el sentido profundo de su pasión (13,31-33) y cómo ésta marcará la identidad de los discípulos (13,34-35; versículos que no leemos hoy).

– El anuncio de las negaciones de Pedro (13,36-38). 

En el centro de todo está la persona de Jesús, quien conduce los acontecimientos que se van narrando y dice las palabras fundamentales. Por eso, es a la luz de las palabras centrales de Jesús (segunda escena) que hay que entender la contraluz que aparece tanto en Judas (primera escena: traición) como en Pedro (tercera escena: negación).

 (1) Judas se retira de la comunidad (12,21-30)

La salida de Judas de la sala está subrayada por una observación del evangelista: “Era de noche” (12,30). La indicación es negativa y alude al ambiente espiritual negativo en que se mueve el discípulo disidente: se pone al servicio del poder de las tinieblas. 

Ya desde el lavatorio de los pies, Jesús había dicho que no todos estaban limpios (ver 12,10-11) aludiendo a quien le iba a entregar. Ahora, mientras continúa la cena, resulta que no todo es familiaridad en la sala: allí está Judas listo para la traición. Jesús, entonces, pone abiertamente el delicado tema. 

Jesús, quien se ha sentido profundamente conmovido frente a la muerte de Lázaro (ver 12,33), también se siente conmovido frente a la perspectiva casi inmediata de su propia muerte: “se turbó en su interior y declaró…” (13,21; ver también 12,27). Jesús sabe todo, tiene control sobre todo lo que ocurre y aún así no rehuye ante la situación dolorosa personal: el terror de la muerte que ya se intuye en lo que Judas va a hacer. 

Jesús no dice el nombre del traidor, pero éste se va descubriendo poco a poco. La iniciativa la toma Pedro, quien le pide al discípulo amado que le pregunte a Jesús quién es el traidor (13,23-24). El discípulo amado hace la pregunta en privado (12,25) y Jesús le responde enseñándole una contraseña: “Es aquel a quien dé el bocado que voy a mojar” (12,26b). Y efectivamente así lo hace (12,26b), pero curiosamente el discípulo amado no se la cuenta a Pedro, es una confidencia que el evangelista le cuenta al lector. 

La contraseña dada por Jesús correspondía a la cortesía habitual del anfitrión de un banquete festivo con las personas más allegadas, se subrayaba así el vínculo que éste tenía con sus comensales. Pero Jesús le ofrece un bocado al invitado indigno. He aquí un eco del Salmo 41,10 (que había sido citado un poco antes, en Jn 13,18): “Hasta mi amigo íntimo en quien yo confiaba, el que mi pan comía, levanta contra mí su calcañar”. Jesús está dramatizando el Salmo. 

Entonces Satán entra en acción (13,27ª). Su derrota ya había sido anunciada (12,31: “ahora el príncipe de este mundo será echado fuera”). Signo del comienzo de la victoria sobre el mal es que es Jesús –y no Satán- quien determina el momento de su entrada en acción.  La Pasión de Jesús llevará hasta sus últimas consecuencias esta confrontación. 

El resto de la comunidad, excepto el discípulo amado, continúan ignorantes de lo que está pasando (13,28-29) en el momento en que Judas se pasa al lado de las fuerzas de oposición a Jesús, perdiéndose en medio de la noche (13,30). 

(2) La Pasión de Jesús como revelación de la Gloria del Padre (12,31-33)

Jesús comienza una nueva enseñanza apenas sale Judas. Éste ya era un cuerpo extraño en la comunidad, las enseñanzas ya no tenían valor para él. Jesús habla ahora para quienes están dispuestos a permanecer con Él y con la comunidad. Jesús hace la revelación más grande que les puede dar sobre sí mismo y sobre la comunidad. 

Notemos los contrastes: Judas salió en medio de la noche (símbolo del mal), ahora Jesús habla de “Gloria” (relacionado con luz). Judas sale como una amenaza de la vida de Jesús, Jesús por su parte se refiere ahora a la victoria de la vida (“Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre”, 13,31). Judas rompe la comunión con el Maestro, Jesús habla de la comunión que tratarán de mantener con él los otros discípulos (“Vosotros me buscaréis”, 13,33) y más aún de la relación profunda que sostiene con su Padre, la cual está a punto de revelarse completamente (“Dios ha sido glorificado en él… le glorificará en sí mismo y le glorificará pronto”, 13,31-32). Y con qué palabras llenas de ternura ahora llama a sus discípulos: ¡Hijos míos! (13,33). 

La Pasión de Jesús no es una desgracia, detrás de los oscuros acontecimientos hay una revelación: la Pasión es la revelación de la “Gloria”, esto es, de la honda relación recíproca entre el Padre y el Hijo en la cual circula la plenitud de la vida. “Gloria” es manifestación, visibilización del luminoso esplendor de esta relación que, por medio del Verbo que encarna la naturaleza humana hasta la muerte, está destinada a impregnar salvíficamente la humanidad entera. 

(3) La presunción de Pedro: querer salvar al Salvador (13,36-38)

Pedro de nuevo toma la iniciativa y esta vez interpela directamente a Jesús sobre la frase: “A donde yo voy vosotros no podéis venir” (13,33). La pregunta “¿A dónde vas?” (13,36ª) implica que detrás de la muerte de Jesús hay algo más. Hasta aquí Pedro ha comprendido correctamente. Es justamente lo contrario de lo que han pensado los adversarios: se va al extranjero a evangelizar griegos (7,35), se va a suicidar (8,22).

Jesús no le responde la pregunta sino que insiste en su enseñanza inicial agregando “me seguirás más tarde” (13,36b). Jesús subraya la imposibilidad de “seguirlo ahora” (el término “seguir” aquí es importante: indica la vivencia de la Pasión en condición de discípulo). El evangelista Juan está subrayando así que para que el discípulo esté en condiciones de verdaderamente “tomar la Cruz” tendrá que ser salvado “primero” por ella. En otras palabras, sólo puede amar a la manera de Jesús (ver 13,34) quien se deje amar completamente por el Crucificado (ver 13,8: “Si no te lavo, no tienes parte conmigo”). 

Entonces aparece la presunción de Pedro: “Yo daré mi vida por ti” (13,37). Aquí Pedro utiliza los mismos términos del “Buen Pastor” (ver la repetición de “dar la vida por” en 10,11-18), pero está confundiendo los roles. Pedro no ha comprendido el sentido de la Pasión. Quiere salvar al Salvador, olvida que el discípulo debe dejar ir a Jesús primero, que intentar seguir a Jesús por sí mismo es exponerse al fracaso en su seguimiento. 

Paradójicamente, y a fin de cuentas, Pedro terminará negando a Jesús para poder salvar su propia vida (13,38).  Su presunción será derrotada cuando agotado en el límite de sus fuerzas reconozca que Él necesitaba de esa Cruz. Entonces comenzará para él un nuevo día (canto del gallo). 

Para cultivar la semilla de la Palabra en la vida: 

1. ¿Qué me dicen personalmente las frases relacionadas con Judas: “uno de vosotros”, “aquel a quien dé el bocado”, “salió… era de noche”?

2. ¿Qué me dicen personalmente las frases relacionadas con Pedro: “seguirte ahora”, “daré mi vida por ti”, “me habrás negado tres veces antes del canto del gallo”?

3. ¿Dónde está el sentido profundo de la Pasión según los términos de Jesús? ¿Qué me ofrece? ¿Qué me pide?

Lectio Divina: Domingo de la Pasión del Señor


Agradecemos al P. Fidel Oñoro, cjm y al CEBIPAL la publicación diaria de la Lectio Divina de Semana Santa

Por la Cruz hacia la Gloria

Lucas 22-23

“Padre, en tus manos pongo mi espíritu”

El Domingo de Ramos nos introduce en Semana Santa colocándonos ante el gran misterio de la exaltación de Jesús, misterio de gloria que brota de la Cruz, revelación del amor de Dios.  

Llegaremos así al evento central toda la historia de la humanidad: la muerte y resurrección de Jesús. De hecho, la Pascua es el fundamento de la fe cristiana, el corazón de la vida de la Iglesia, la revelación de un Dios que saca del mal bien, vida de la muerte.

 Se podría decir que el Domingo de Ramos es la fiesta del Reino de Dios que comienza a manifestarse, el momento en que comenzamos a ver la respuesta a la oración de Jesús: “Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para tu Hijo de glorifique a ti” (Juan 17,1). 

La entrada en Jerusalén le da impulso a la “hora” de Jesús, la hora hacia la cual tiende toda su vida, la hora que está en el centro de la historia del mundo. Es la “hora de la gloria” que resplandecerá cuando, desde lo alto de la Cruz, Jesús atraiga a todos hacia Él (ver Jn 12,32).

 Las palmas de la victoria…que se consuma en la Cruz

El relato de la entrada de Jesús en Jerusalén, acompañado por el cortejo de los discípulos que “llenos de alegría se pusieron a alabar a Dios a grandes voces por todos los milagros que habían visto” (Lucas 19,37), culmina en una confrontación que tendrá un dramático desenlace. 

 Jesús entra como Rey de paz: “Bendito del Rey que viene en nombre del Señor… Paz en el cielo… Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz” (19,38.42). No lo hace a caballo ni con ningún despliegue militar, como haría cualquier rey de su época, sino en la humildad de un pollino y sobre una alfombra compuesta por los mantos que le tendían en el camino (19,35-36). 

Pero el camino de este caminante que, sin tener donde reclinar la cabeza (9,58), ha atravesado el país para venir a Jerusalén termina en la Cruz. Por esta razón, el entusiasmo de la procesión de ramos termina en un silencio contemplativo del misterio de la Cruz en la celebración Eucarística. 

La contemplación de la Pasión según san Lucas

Dejándonos guiar por el evangelista Lucas, acompañemos el último trecho del camino de Jesús y sumerjámonos en el drama de amor de Dios por la humanidad, drama que también pone a la luz la mezquindad humana. De hecho, Lucas denomina el evento del Calvario “el espectáculo” (23,48), término que en este contexto significa: el evento digno de ser contemplado y absorbido largamente mediante un diálogo de confrontación. 

Como gusta insistir Lucas, este es el camino del Mesías que, pasando por la misteriosa ruta de la pasión, entra en la gloria del Padre (ver 24,26). 

Para una lectura meditativa de Lucas 22,1 a 23,56, invitamos a considerar atentamente –y en oración- los 16 cuadros que van ordenando la narración de este grandioso acontecimiento. Y puesto que cada uno de los relatos de la pasión tiene un énfasis propio, en esta ocasión trataremos de destacar los énfasis particulares del evangelista Lucas. 

(1) El complot contra Jesús (22,1-6) 

El relato de la Pasión comienza con un preludio que nos inserta enseguida en el drama. Satán vuelve al ataque y se activan las fuerzas hostiles que tienen interés en la muerte de Jesús. 

(2) La última pascua (22,7-20)

Después de los preparativos por parte de los discípulos para el banquete (22,7-12), se prosigue con la celebración pascual misma (22,14-38).  Lucas destaca el ritual de la cena pascual judía a lo largo de la cual el cabeza de familia hace circular varias copas. Hace un signo sobre el pan, el cual permanece como “Recuerdo mío” (22,19). En las palabras de Jesús sobre la copa (22,20) se cumple la profecía: “He aquí que vienen días –oráculo de Yahveh’ en que yo pactaré con la casa de Israel y la casa de Judá una nueva alianza… pondré mi Ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo… Cuando perdone su culpa, y de su pecado no vuelva a acordarme” (Jeremías 31,31.33.34). 

(3) El Testamento de Jesús (22,21-38)

Lucas enriquece la cena pascual con el discurso final de Jesús a sus discípulos. 

·       Partiendo del gesto de infidelidad de un miembro de la comunidad (22,21-23), Jesús da las consignas para el comportamiento de la comunidad cristiana que permanece fiel a Él. 

·       Desea que el poder no se ejerza a la manera de los paganos. No hay necesidad de títulos rimbombantes. Los reyes paganos se hacen llamar “benefactores”, pero no son el modelo de los discípulos de Jesús. Ellos deben imitar a Cristo quien se hace servidor de todos. Él, quien tiene una dignidad real y quien dispone de un Reino, se pone en medio de los suyos como el que sirve (22,24-27).

·       Desea también que los discípulos compartan su vida futura: la plenitud del Reino. Pero para ello hay que perseverar, como el Maestro, en las pruebas (22,29-30).

·       En medio de la infidelidad del discípulo, Jesús pone en primer lugar su propia fidelidad: “Yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca”. Puesto que Satán no permanece inactivo y conociendo la debilidad de su discípulo, Jesús anuncia las sacudidas que va a sufrir Pedro, antes de su caída. La conversión de Pedro será ganancia: para el fortalecimiento de toda la comunidad (22,31-34).

·       Los discípulos vivirán dentro de poco la misión, allí se encontrarán –así como Jesús en la Pasión- con la hostilidad del mundo y evangelizarán un mundo de violencia.  Al respecto, Jesús le da nuevas consignas a los discípulos. A diferencia de lo que dijo en el primer discurso misionero, ya no los envía con las manos vacías. Llegan tiempos difíciles, el camino será peligroso y, en consecuencia, tendrán que protegerse (22,35-38). 

(4) La angustiosa oración en el monte de los Olivos (22,39-46).

La atmósfera se pone oscura cuando Jesús y sus discípulos se dirigen hacia el monte de los Olivos, donde la angustiosa oración de Jesús le hace contrapunto al momento de violencia que viene con el arresto. Lucas destaca que Jesús ora y hace orar conforme a la enseñanza que le había dado a los discípulos (en Lc 11,2-4). Retoma dos peticiones del Padre Nuestro. Al comienzo y al final del episodio, Jesús pide a sus discípulos que oren de manera que no caigan en la tentación. Al Padre le dice: “que no se haga mi voluntad sino la tuya”.  Dios acoge su oración y le envía un ángel para que lo reconforte. Lo mismo que Dios ya había hecho con el profeta Elías (ver 1ª Reyes 19,4-8). 

(5) El beso del traidor (22,47-53)

No se sabe cómo está compuesta la tropa que viene a capturar a Jesús.  La atención se fija en el traidor, uno de los Doce, y sobre la actitud de Jesús quien pone en práctica lo que ha dicho en el Sermón de la llanura: “Amad a vuestros enemigos”. Al contrario de lo que hacen tanto Judas -quien le entrega a la muerte- como los discípulos –quienes reaccionan con violencia-, el comportamiento de Jesús en este momento es el verdadero modelo de los cristianos. 

(6) La caída de Pedro (22,54-62).

En el patio de la casa del sumo sacerdote, en presencia del mismo Jesús (lo deja entender el v.61), Pedro niega ser discípulo (23,56-57), pertenecer a su comunidad (23,58) y haber hecho camino con Él desde Galilea (23,59-60). Las tres formas concretas de la vinculación con Jesús, Pedro las declara inexistentes: “¡No le conozco!… ¡No lo soy!… ¡No sé de qué hablas!”. Pero la mirada del Señor y el recuerdo de sus palabras producen la conversión de Pedro (23,62). 

 7) El rostro cubierto (22,63-65).

Los captores, golpean a Jesús y se burlan de él. Al contrario de Pedro, ellos no afrontan la mirada de Jesús: cubren su rostro pidiéndole que juegue con ellos el conocido juego de “la gallina ciega”.

 (8) Jesús ante el Sanedrín (22,66-71)

La mañana del viernes comienza con un primer interrogatorio ante la máxima autoridad judía. Hay que notar el tema. En la anunciación, el ángel del Señor le había anunciado a María que Jesús era Hijo de Dios en cuanto Rey-Mesías, pero también de manera particular, en cuanto participaba de la santidad de Dios.  Lo mismo sucede aquí.  La revelación se hace en dos momentos. Jesús, en primer lugar, deja entender que Él es mucho más que un Rey-Mesías temporal. A partir de la misteriosa figura del Hijo del hombre que viene entre las nubes del cielo (anunciada por el profeta Daniel), enseguida hace entender que Él es el Hijo de Dios. Ante el Sanedrín finalmente no se realiza un proceso judicial: no hay testigos ni acusaciones ni sentencia.

 (9) Jesús ante Pilatos (23,1-7).

Esta vez sí hay proceso judicial. La acusación se basa en motivos políticos: “pervierte al pueblo prohibiendo pagar impuestos y diciendo que es el Cristo Rey”.  Pilatos afirma por primera vez que Jesús es inocente: “Ningún delito encuentro en este hombre”.

 (10) De Pilatos a Herodes (23,8-12)

En lugar de tratar a Jesús como uno de su jurisdicción y de hacerle justicia, Herodes se comporta de forma indigna. Al final le rinde –de manera involuntaria- un homenaje revistiéndolo con un manto real.

 (11) De Herodes a Pilatos (23,13-25).

Pilatos afirma por segunda vez que Jesús es inocente, esta vez coincidiendo con la opinión de Herodes. Con todo, hace flagelar a Jesús con intención de soltarlo después. Pero esto no satisface a los jefes ni al pueblo, que interviene aquí por primera vez. Una ironía trágica aparece en el texto: aquellos que habían acusado a Jesús de subversión son los mismos que solicitan la liberación de un verdadero subversivo, pidiendo la muerte del inocente.  Después de afirmar por tercera vez que Jesús es inocente, Pilatos termina cediendo ante la presión popular. Para Lucas, los principales responsables de la muerte de Jesús son los sumos sacerdotes y los jefes del pueblo.  Se destaca la ausencia de los fariseos. Según el testimonio de Lucas, ellos no son enemigos mortales de Jesús.

 (12) Jesús carga la cruz (23,26-32)

La narración alcanza su vértice dramático durante el camino de la Cruz. Llevando la cruz detrás de Jesús, Simón de Cirene se convierte en modelo del discípulo que toma la cruz. El pueblo también sigue a Jesús, contemplándolo a su paso. Se destacan la actitud de las mujeres y las palabras que Jesús les dirige a ellas. En términos proféticos Jesús anuncia la caída de Jerusalén.

 (13) Una muerte ejemplar (23,33-34)

Hasta el fin de su vida, Jesús pone en práctica lo que ha enseñado: el amor a los enemigos y el perdón de las ofensas. Mientras es crucificado dice: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”.

 (14) La muerte de un rey (23,35-43).

Los jefes de los judíos, los soldados romanos y uno de los malhechores desafían a Jesús para que se salve a sí mismo (23,35-41).  Jesús no lo hace. Él es “salvador”, pero no ejerce su poder para provecho propio.  Por decisión personal, introduce en el paraíso a un pobre hombre que pone su confianza en Él. La salvación no será solamente al final de los tiempos, cuando vuelva.  Jesús, desde la cruz, anuncia el “hoy” de la salvación (23,42-43).

 (15) La muerte del Hijo (23,44-46).

Las últimas palabras de Jesús en la cruz son una oración expresada en un grito de confianza. Si bien están inspiradas en el Salmo 31,6, ellas evocan sus primeras palabras en el Templo de Jerusalén, cuando cumplió sus doce años. Jesús llama a Dios “Padre” suyo y en sus manos deposita toda su vida, en Él concluye su camino y a Él le entrega su causa.

 (16) Después de la muerte de Jesús (23,47-56)

Comienza una serie de reacciones frente a la muerte heroica de Jesús. Notamos la alusión continua al “ver” al crucificado:

·       El centurión romano “ve” y da su testimonio: la muerte de Jesús es una injusticia (23,47).  Jesús es el inocente ajusticiado profetizado por Isaías como “Siervo de Yahveh” (ver Isaías 53,11-12; Hechos 3,14; 7,52; 22,14).

·       El pueblo “ve” y comienza a convertirse, reconociendo su culpabilidad (23,48). 

·       Los amigos que lo acompañado desde Galilea “ven”, pero de lejos (23,49).

 Viene entonces la sepultura (23,50-54). No todos los miembros del Sanedrín son enemigos de Jesús: José de Arimatea –“persona buena y justa”- le rinde los últimos homenajes a Jesús ofreciéndole una digna sepultura. 

 En este momento final, las mujeres “ven” todo hasta el último instante posible (23,55-56). Su fidelidad las lleva más lejos que al resto de la comunidad. Ellas, las testigos de la sepultura de Jesús, serán igualmente las primeras testigos de la resurrección.

 La “visión” del Resucitado no se puede desconectar de la “visión” del crucificado. Es así como la contemplación de las actitudes de Jesús en su Pasión y Crucifixión en esta narración que se desencadena sin pausa –que se escucha con la respiración contenida por la emoción-  es el preludio de la “conversión” pascual que está a punto de suceder.  Tal como lo hace sentir Lucas, el final es tranquilo y lleno de suspenso: una extraña calma que interroga el corazón. La serenidad orante del final abre las puertas a una gran expectativa… que tendrá respuesta (ver el evangelio de la Vigilia Pascual).

 Para cultivar la semilla de la Palabra en el corazón:

 Cuando tomemos las palmas en este domingo hagámoslo con el deseo sincero de iniciar un camino junto con Jesús:

1. ¿Quieres entrar con Jesús a Jerusalén, incluso hasta el Calvario?

2. ¿Qué implica contemplar con serenidad y amor cada uno de los pasos de Jesús en camino de Pasión, allí donde culminan los pasos de tu Dios?

3. ¿Qué vas a hacer para estar con Él allí donde Él está por ti?

Sólo así la alegría del Domingo de Ramos será una verdadera anticipación de la inmensa alegría del Domingo de Pascua.

 Tiene sentido celebrar el Domingo de Ramos si estamos dispuestos a perseverar con esas mismas palmas hasta el Domingo de la Resurrección, recorriendo la procesión que pasa por el triduo pascual, aprendiendo que la verdadera palma de la victoria es la de la Cruz.

Comenzamos así la Semana Santa, de la cual decía San Juan Crisóstomo:

“En ella se han verificado para nosotros dones inefables:

se ha concluido la guerra, se ha extinguido la muerte,

se ha cancelado la maldición, se ha removido toda barrera,

se ha suprimido la esclavitud del pecado. 

En ella el Dios de la paz ha pacificado toda realidad, sea en el cielo sea en la tierra”.

 Oremos

Tú entras, Amado Señor, en la gran Ciudad, como Rey, pero no como cualquier Rey mundano. Si tú aceptas los hosannas de la multitud de tus seguidores es porque tú tienes compasión de esta gente buena y sencilla, cargada de problemas, de fatigas y de inquietudes, que busca la paz y la gloria que vienen de lo alto. A todos ellos les abres horizontes de esperanza en cada uno de tus pasos.

Tú entras, Jesús, en la gran Ciudad, para sellar la Alianza definitiva entre Dios y la humanidad. Desde la Cruz quieres darnos el gran abrazo del Padre, desde allí nos ves como pequeños que necesitan ser sanados con paciencia y amabilidad de nuestros vacíos, resistencias, temores, violencias, ambigüedades. Subes a ella, no para condenarnos sino para dignificar nuestra vida con tu benevolencia, tu confianza, tu afecto.

Recordar hoy tu entrada en Jerusalén, Señor, significa para nosotros dejar que tu misterio entre en lo más profundo de nuestra vida, para que allí hagas tu obra. Amén.

Oracion y Escritura: Lectio Divina


Publicado en web el 5 de Agosto, 2010

22Mons. Miguel Romano Gómez
Obispo Auxiliar de Guadalajara

Escuchar a Dios, para el cristiano, significa, concretamente, escuchar la Palabra de Dios. El contacto con esta Palabra escrita lleva, en efecto, a una riqueza de vida insospechada, pues “la Palabra de Dios es, finalmente, Dios mismo, lo más vivo, lo más entrañable de su ser: su Hijo Unigénito, de la misma naturaleza que Él, enviado al mundo por Él para redimirlo. Y así nos lo dice desde el Cielo, dirigiéndose a la Palabra, que mora en la Tierra: ‘Este es mi Hijo amado, ¡escuchadle!” (Mt 17, 5). La vida de oración se fundamenta en la Sagrada Escritura, porque de ella manan “ríos de agua viva” (Cf. Jn 10, 14). Si nuestra vida de oración no encuentra en ella su sólido fundamento, si no estamos acostumbrados a orar con la Escritura, nuestra vida de oración, tarde o temprano, languidece.

Son nutrimento y complemento

La Iglesia, desde hace siglos, ha tomado conciencia de la primacía de la Escritura en la vida de oración, y por ello ha cultivado la práctica de la lectio divina. El Papa Juan Pablo II, al inicio de este milenio, recomendaba a toda la Iglesia recurrir a esta antigua escuela de la escucha de la Palabra, para hacer de ella un encuentro vital, capaz de orientar y modelar toda nuestra existencia.

Nosotros, los sacerdotes de Jesucristo, estamos particularmente invitados a escucharlo en la lectio divina, la cual es una lectura orante y espiritual de la Palabra, más que un estudio exegético. Al practicar la lectio, “aprendemos a encontrarnos con el Jesús presente que nos habla. Debemos razonar y reflexionar, delante de Él y con Él, en sus palabras y en su manera de actuar. La lectura de la Sagrada Escritura es oración, debe ser oración, debe brotar de la oración y llevar a la oración.”

Conviene recordar que existen diversos métodos para hacer la lectio divina, y cada quien debe encontrar el que más le ayude. Quizá la forma que más conocemos nosotros es la de la escuela cisterciense, que consiste en cuatro pasos: lectio, meditatio, oratio y contemplatio. Sin embargo, no perdamos de vista que lo importante no es el método, sino el fin: encontrarnos con Dios para escucharlo y conocer su voluntad. La característica de la lectio divina, sea cual fuere su método, es que lo primero es la escucha, que nos lleva a la meditación, y sólo después, viene nuestra respuesta en la oración, la cual, cuando es debidamente realizada, nos lleva a contemplar a Dios en toda nuestra vida. En verdad, “la meditación de la Sagrada Escritura es escuela del buen oír, y el oír es el venero primordial de toda vida y oración cristiana.”

Dos espacios para respirar: la celebración de la Eucaristía y la Liturgia de las Horas
La vida espiritual del sacerdote encuentra un sólido fundamento en la celebración diaria de la Eucaristía y en el rezo de la Liturgia de las Horas. Estos dos aspectos son parte fundamental de su ministerio, y por ello, son una especial encomienda de la Iglesia para cada sacerdote, quien ha prometido, pública y solemnemente, cumplirla desde el día de su ordenación. Sin embargo, se corre el riesgo de ver en estas dos actividades, sobre todo en la recitación de la Liturgia de las Horas, una onerosa obligación, cuando ellas son una oportunidad para encontrarnos con Jesucristo y descansar en Él. Estas dos actividades son, como señaló recientemente el Papa, dos espacios para “respirar” diariamente.

Pero, si nos sentimos obligados a celebrar o rezar, entonces se termina con toda la mística. La oración y la Celebración Eucarística no pueden considerarse nunca como una obligación, aunque a veces nos cueste trabajo realizarlas, porque es propio de quien ama, manifestarle el amor, llegando hasta el heroico sacrificio. Se trata de los dos oficios sacerdotales por excelencia que nos ha confiado Cristo, y al no hacerlo, no seríamos fieles a nuestra amistad con Cristo.