Que decepción


Que decepción

Con cierta frecuencia, la manera en que reacciono ante las decepciones llega a ser más debilitadora y dolorosa que esas desilusiones en si mismas.

Conozco una persona que se pierde las alegrías de la vida porque no se recobra jamás de las decepciones que padece.

Eso le provoca verse inmovilizada por su profunda amargura. Como no es feliz no transmite felicidad.

Conozco también personas que viven con la carga pesada de un rencor contra familiares y amigos que, en su opinión, le menospreciaron o humillaron. Lamerse las heridas y no volver a confiar en alguien provoca profundas heridas en el corazón.

He pasado alguna vez por esta situación.
Como también he sufrido grandes decepciones, desde el punto de vista personal.

Y, con toda probabilidad, habré generado también grandes decepciones en muchas personas que me rodean.

Pero tengo siempre la posibilidad de elegir. Ante una adversidad y de mi subsiguiente decepción siempre pienso que la vida sigue y seguirá a pesar del infortunio y la fatalidad.

Se trata de esforzarme en aprender de lo sucedido y aceptar las cosas tal como son. Toda decepción es una enseñanza.

Si las cosas no salen como está previsto, habrá que hacer lo previsto según las cosas.

Si lo consigo, me resultará mas fácil trazar nuevos planes y crear estrategias nuevas de acuerdo con los cambios vividos por esa situación.

Pero hay algo más profundo y vital que como creyente no debo olvidar nunca: que puedo encontrar consuelo en mi fe, confiar en la sabiduría de Dios y la corrección del plan que ha trazado para mi, que soy ese hijo al que el Señor nunca abandona.

Es un camino no siempre fácil porque el abandono implica muchas renuncias pero compensa con creces porque la adversidad es más llevadera con la cruz a cuestas.

Ora, medita y comparte

P. Óscar

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