Diferencia entre transfiguración y transubstanciación


La transfiguración es el suceso en el que Cristo se manifestó gloriosamente sin perder su corporeidad. La transubstanciación es el cambio en el que, por caridad, se convierten el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.


Transfiguración y transubstanciación se escriben y suenan de manera semejante. Debido a este parecido, muchas personas confunden el significado de ambos términos. ¿Se refieren a lo mismo?

La transfiguración es el suceso en el que Cristo se manifestó gloriosamente sin dejar su humanidad y su corporeidad. Según el relato de los tres evangelios sinópticos, Mateo, Marcos y Lucas, Jesús llevó a tres de sus discípulos a lo alto del Monte Tabor a manera de retiro. Una vez que llegaron a lo alto, Jesús tomó un aspecto glorioso: sus vestidos resplandecía y junto a Él aparecieron Moisés y Elías, como signo de que en Él se cumplían las profecías mesiánicas. Pedro, Santiago y Juan, apóstoles que lo acompañaban, tuvieron miedo. Pedro sugirió a Jesús que construyeran tres casas para quedarse ahí. Una nube los cubrió y se oyó una voz que decía “Este es mi hijo amado, escúchenlo”. Luego, los discípulos alzaron la vista y vieron a Jesús solo, vuelto a la normalidad. Jesús les pidió que no contaran nada de lo que habían visto hasta que llegara el tiempo propicio. (Cfr. Mt. 17, 1-6; Mc. 9, 1-10; Lc. 9, 28-36)

Por su parte, la transubstanciación es el suceso eucarístico milagroso en el que el pan y el vino ofrecido, se convierten, por acción de caridad divina, en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Por fundamento en la autoridad de Cristo, creemos que en la Eucaristía está Cristo mismo presente. Como no vemos que Jesús entre, o que caiga del cielo o que esté en el altar un miembro de su cuerpo, entonces explicitamos su presencia por el cambio de substancias. Es decir, la autoridad de Cristo no miente, por lo que su presencia es real. No vemos que el cambio del pan y el vino sea por una generación (aparezcan los miembros de Cristo) ni por un cambio de lugar (pues no cae o entra) Por tanto, la substancia del pan y la del vino cambian a ser las del Cuerpo y la Sangre de Cristo.

Así, vemos que la transfiguración y la transubstanciación son esencialmente cambios, pero tienen diferencias entre sí. La primera se dio en el mismo ser de Cristo, en su misma substancia. La transubstanciación es el paso de una cosa  que es por sí misma, a otra que también lo es. Este cambio no se da “sobre” una substancia, sino que origina una nueva substancia que no estaba ahí.

Por otra parte, la transfiguración sólo se dio una vez durante la vida de Cristo, mientras que la transubstanciación se dio durante la Última Cena y, en adelante, en las misas legítimamente celebradas.

Durante la eucaristía no sucede una trasfiguración, pues al principio Cristo no está presente, sino hasta la consagración. En la misa, Cristo se nos presenta, en alma, cuerpo y divinidad, bajo las formas de pan y de vino. No presenciamos una transfiguración, porque antes de la consagración Cristo no estaba, y lo que no es aún, no puede cambiar de figura. Sí en cambio, somos testigos de la transubstanciación, en la que, por caridad divina, Cristo viene a nosotros  con la forma de pan y de vino. Debemos recordar que la transubstanciación es milagrosa por venir del seno de la caridad de Dios, por lo que no es explicable desde la razón humana, aunque sí nos podemos acercar a entender su naturaleza, mas no completamente.

Algunas interpretaciones.

Desde un punto de vista, podemos interpretar la transubstanciación como un adelanto de la resurrección y una revelación de la divinidad de Cristo. Con ella, Jesús muestra que no necesita desmaterializarse ni subir a un ámbito superior para mostrar que es Dios. Basta con mostrarse glorioso dentro del contexto material que viene a plenificar. En Cristo está divinizada la humanidad y humanizada la divinidad. Por tanto, se muestra a sí mismo perteneciente al mundo, a pesar de estar “por encima de él” debido a su divinidad.

Con la transfiguración, se hace patente, de nuevo, el envío que del Hijo hace El Padre. Escuchamos “Este es mi hijo amado, escúchenlo” (Mt. 17, 5) De modo semejante, Dios llama a los hombres. A cada uno de ellos lo hace su “hijo amado” digno de su benevolencia y complacencia. Por tanto, en el pasaje de la transfiguración aprendemos no sólo de teología, sino de antropología, pues por filiación, todos somos hijos del mismo Padre, y todos estamos llamados a ser escuchados como mensajeros de Dios.

Eucaristia y los Diversos Errores Doctrinales


Capítulo 13: Eucaristía y diversos errores doctrinales

En la Eucaristía ocurre el misterio de la transubstanciación, es decir, el cambio sustancial del pan y del vino en el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo.

Este misterio sólo se acepta por la fe teologal, que se apoya en el mismo Dios que no puede engañarse ni engañar; en su poder infinito que puede cambiar las realidades terrenas con el mismo poder con que las creó de la nada.

Pero a lo largo de la historia de la Iglesia ha habido quienes negaron este misterio de la transubstanciación por falta de fe. Hasta el Siglo XI no hubo crisis de fe en el misterio eucarístico.

Fue Berengario de Tours el primero que se atrevió a negar la conversión eucarística en 1046.

El Sínodo de Pistoia, siglo XVII calificaba de “cuestión meramente escolástica” y pedía descartarla de la catequesis. Ciertamente este sínodo no fue aprobado por el Papa.

En el Siglo XX surgió una sutil opinión de los modernistas que defendían que los sacramentos estaban dirigidos solamente a despertar en la mente del hombre la presencia siempre benéfica del Creador. Pero así no sólo se negaba la transubstanciación sino también la misma presencia real de Cristo en la Eucaristía. Fue Pío X en 1907 quien corrigió este error modernista en su Decreto “Lamentabili”.

Otros quieren ver sólo un símbolo y signo de la presencia espiritual (no real) de Cristo. Pío XII corrigió este error en su Encíclica “Humani Generis”. en 1950.

Hay quienes creen que se trata de una simple cena ritual, no de una presencia real. Es un simple símbolo. Y dan un paso más. Hay opiniones provenientes de teólogos de los Países Bajos, Alemania y Austria que hablan de transfinalización, es decir, después de las palabras de la consagración, sólo habría un pan con un fin distinto, y de transignificación, es decir que después de la consagración habría un pan con significado distinto. Sí, es verdad; hay una nueva finalidad y una nueva significación, pero porque hubo un verdadero cambio de sustancia, porque hubo una verdadera transubstanciación.

Fue Pablo VI, en 1968, quien hizo frente a estos errores y escribió la bellísima encíclica sobre la Eucaristía titulada “Mysterium Fidei”. Y en esta encíclica volvió a recordar Pablo VI la doctrina tradicional de la Eucaristía: la transubstanciación.

Tratando de resumir los errores sobre la Eucaristía diríamos:

  • Es comida de pan solamente. No se acepta que haya habido un verdadero milagro: la transubstanciación. Nosotros, por el contrario, decimos con fe: la Eucaristía es el verdadero Pan del cielo, es el Cuerpo y la Sangre de Cristo, realmente presentes.
  • No se acepta que Cristo esté realmente presente en la Eucaristía, en los Sagrarios. Se prefiere decir que es un símbolo o un signo, tal como la bandera es signo de la patria, pero no es la patria, o la balanza es signo de la justicia, pero no es la justicia. Nosotros proclamamos con fe: Cristo está realmente presente, humanidad y divinidad, en cada Sagrario donde esté ese Pan consagrado, reservado para los enfermos y para compañía de todos nosotros.
  • Se prefiere decir que es presencia espiritual, no real. Sólo recibimos un efecto espiritual pero no recibimos al mismo Dios. Es un pan más, una cena ritual, pero no el verdadero banquete. Nosotros afirmamos claramente: en la Eucaristía recibimos al mismo Jesucristo y Él nos asimila a nosotros y nosotros lo asimilamos a Él, en una perfecta simbiosis.
  • Otro de los errores comunes de la eucaristía es negar el carácter sacrificial de la santa Misa, es decir, negar que el pan y el vino se transforman substancialmente en el Cuerpo “ofrecido” y en la Sangre “derramada” por Cristo. Se prefiere hacer hincapié en el aspecto de banquete festivo. La Iglesia, y Juan Pablo II en su encíclica sobre la Eucaristía ha vuelto a resaltar el carácter sacrificial de la Eucaristía. Es banquete, sí, pero banquete sacrificial. Dijo el Papa en esta encíclica: “Privado de su valor sacrificial, se vive como si no tuviera otro significado y valor que el de un encuentro convival fraterno” (n. 10).

    Es cierto que sin fe en la omnipotencia de Dios, en el poder de Dios, en Dios mismo, no se entiende la Eucaristía. Si Él lo ha dicho, esto es un milagro, es verdad, aunque nuestros sentidos nos engañen. Pidamos entonces fe. Y cantemos el famosísimo himno “Adoro devote”:

    “Te adoro devotamente, oculta Verdad,
    que bajo estas formas estás en verdad escondida,
    a ti se someta todo mi corazón
    pues, al contemplarte, todo él desfallece.

    La vista, el gusto y el tacto en ti se engañan:
    sólo el oído es verdaderamente digno de fe;
    creo cuanto ha dicho el Hijo de Dios,
    porque nada hay más verdadero
    que la palabra de la verdad.

    Señor Jesús, misericordioso pelícano,
    a mí, inmundo, límpiame con tu sangre,
    pues una sola gota de ella podría salvar
    al mundo entero de todo pecado.

    Oh Jesús, a quien contemplo ahora oculto,
    ¡cuándo se realizará lo que tanto deseo!:
    que, viéndote con el rostro descubierto,
    sea dichoso al contemplar tu gloria. Amén”.